-Si usted pudiera ver, ¿qué sería lo primero, cuál es la primera imagen a la que le gustaría acceder?
Claro que cabe registrarlo: enhorabuena y gracias.
... fruto del propósito de contar cosas y comunicar, de seguir ejerciendo el oficio, de estar en contacto con la gente.
Ahora que siguen corriendo malos tiempos para el medio radiofónico, será bueno glosar la figura de César Fernández-Trujillo, un ‘todoterreno’ de voz inconfundible que aportó lustre a la radiodifusión insular en los distintos destinos en los que hubo de trabajar, siempre con modestia y siempre con clase, la clase de los elegidos, de los mejores, de aquellos que hacen de su propia trayectoria todo un magisterio.
César ha sido la mesura ante el micrófono. Incluso en los momentos más vibrantes de una transmisión deportiva, ya fuera de fútbol, baloncesto, automovilismo o boxeo. El oficio de locutor de radio ha tenido en él un auténtico paradigma. Ya fuera leyendo las noticias de un informativo, o las esquelas y las farmacias de guardia, ya fuera entrevistando a algún invitado o estableciendo la conexión telefónica con alguien en la distancia, ya fuera enfatizando un mensaje publicitario, siempre supo imprimir la cadencia adecuada. Cuando ya en su madurez hizo de presentador de actos de todo tipo, de festivales, de galas, de espectáculos interminables por escenarios y pueblos de las islas, volcaba toda la experiencia atesorada en los estudios y así cosechaba los resultados: seriedad, austeridad y exactitud. Por eso todo el mundo le quería y le quiere.
Lo de ‘todoterreno’ no es una exageración. Al revés, hoy hay que ponderar como se merece quien hacía todas las cosas hasta redondear el producto final: buscar, concertar, gestionar, grabar, autograbar, ganar confianza… hasta salir al aire. Luchando contra imponderables de todo tipo y contra el reloj, en la mayoría de las ocasiones.
Compartimos afanes y quehacer en Radio Popular de Tenerife. El provenía del mundo publicitario y de Radio Juventud de Canarias, otra gran escuela. La suya fue una generación extraordinaria de profesionales que se abrieron paso -hay que entender las limitaciones de entonces- desde los ángulos deportivos. Pero qué radio tan digna aquella, hecha a base de guiones y de rigor en la expresión y la dicción. Y allí, en la emisora diocesana, descubrimos a un hombre bueno, polifacético, entero, atento y capaz de enseñar corrigiendo sin sobresaltos ni exabruptos. Qué importantes César, aquellos cometidos de entonces, reflejados también en las numerosas transmisiones que compartimos, en uno de los viejos fosos del Heliodoro o en campos peninsulares de aquel penoso peregrinar por las categorías inferiores, donde estoicamente hubo que soportar gritos de ‘¡platanito!’ y ‘¡a tercera!’. Jamás se descompuso, pese a que algún árbitro se empeñara. Aprendimos mucho a su lado, dentro y fuera de los estudios. Hasta descifrar aquella singular caligrafía suya.
Una madurez como la de César no se podía desperdiciar y por eso, mediados los años noventa, otro veterano distinguido, José Antonio Pardellas, lo incorporó a Radio Isla, la emisora que ahora cierra. Fernández Trujillo prosiguió, sin perder frescura ni agilidad, con su estilo austero y con su modulación exacta para dar cuenta de la actualidad, para rememorar momentos históricos y para aportar ese toque clasicista que tanto se echa de menos. Quedaba, claro, donde siempre había.
César, grande. Una personalidad radiofónica.
Se cumplen cuarenta y ocho años de un aparatoso accidente de circulación, ocurrido en las primeras horas de la mañana de un Viernes Santo en el sector El Ramal, carretera de acceso a La Orotava. Seis jóvenes portuenses y un marroquí resultaron heridos leves. Dos de ellos aún viven para contarlo. El furgón en el que se desplazaban quedó completamente inservible. El susto fue mayúsculo. Las primeras informaciones que llegaban al Puerto eran confusas y se extendieron rápidamente. Afortunadamente, la cosa no pasó a mayores.
Pedro Rodríguez Perdomo, Domingo Perera Hernández, José Antonio Peláez, Francisco Carrillo, Manolo Cabrera, Francisco Delgado y Maimó viajaban en el furgón marca ‘Commer’ que conducía Peláez. Habían hecho un recorrido que se inició en Santa Cruz de Tenerife, donde asistieron a la popularmente conocida como ‘Procesión del preso’. Desde ahí siguieron a La Laguna, procesión del Silencio, y luego hasta el Puerto de la Cruz, donde querían estar presentes en la del Cristo crucificado que sale del templo a las cinco de la mañana.
En las inmediaciones del muelle compran una rueda de churros que costó cinco pesetas de entonces. Desayunaron con unas botellas de leche que iban almacenadas en el furgón. Con las primeras luces del día, continuaron su desplazamiento hasta La Orotava donde se proponían contemplar la procesión del Encuentro.
En el asiento delantero del ‘Commer’, van Perera y Perdomo, junto al conductor Peláez. Este comenta que siente sueño y se pone unas gafas de sol negras. Quizá fue en este momento cuando el vehículo chocó contra un árbol del margen derecho de la carretera. El impacto hace que Perdomo, que se golpea con el espejo retrovisor, salga literalmente despedido por el parabrisas. Los demás ocupantes sufren cortes, magulladuras y contusiones de distinta consideración. Aparentemente, el de mayor complicación parece ser Manolo Cabrera en cuyos glúteos se incrustan unos cristales. Domingo Perera vio cómo sus pies y sus zapatos quedan aprisionados en el interior retorcido. Fueron trasladados al hospital de la Santísima Trinidad de La Orotava, donde reciben las primeras curas y atenciones antes de pasar a sus domicilios.
El motor del furgón, emplazado en la parte delantera, fue un aliado decisivo en la suerte de los accidentados.
Se habló del accidente durante mucho tiempo. De hecho, cada Viernes Santo era recordado por más de uno. Los propios protagonistas relataron lo sucedido en muchas conversaciones.
Por fortuna, el suceso no tuvo peores consecuencias. Perera y Perdomo, que entonces no habían hecho el servicio militar, aún lo cuentan.
Cien días de gobierno de Mariano Rajoy, del Partido Popular (PP), que empiezan a dejar una sensación de encontrarnos a final de legislatura. Y sólo van cien días. En el afán de materializar reformas y de querer contentar a los poderes aliados; en el desgaste y en el creciente malestar social; en la pérdida de credibilidad y en el agravamiento de problemas como el desempleo y el encarecimiento del coste de la vida, es como si hubieran transcurrido años de un gobierno monocolor, sustentado en una sólida mayoría parlamentaria. Cien días, en fin, en los que España no ha cambiado mucho.
Cien días de contradicciones y contraposiciones, de paradojas, de hacer justamente lo contrario de lo que se había predicado en campaña electoral. Acaso creyeron que bastaba con una recomposición político-administrativa, con un cambio carteras y de nombres, pero pronto se dieron cuenta de una realidad más complicada, de la dimensión universal de la crisis y de las exigencias de gobiernos y tecnócratas europeos… Venían para arreglarlo, para acabar con las torpezas y las insuficiencias del gobierno anterior, para generar empleo, para impulsar la economía productiva y bla, bla, bla…
Cierto que cien días es un período corto, en el que es imposible materializar todas las reformas propuestas, muchas de las cuales no fueron avanzadas en la oferta programática o permanecieron ocultas, tal como se evidenció en aquel célebre debate televisado entre Rajoy y Rubalcaba, cuando éste apremiaba con las medidas para equilibrar el déficit público o con lo que quería hacer con la financiación de las comunidades autónoma y la Ley de Dependencia.
Pero también es cierto que ese lapso de cortesía democrático, válido para ir perfilando aptitudes, capacidades y estilo de gobierno, ha servido para constatar que los avances, si los hay, van a cuentagotas y que algunas situaciones empeoran.
Una reforma que, en realidad, es una contrarreforma laboral -sólo aplaudida por empresarios y partidos claramente conservadores- generadora de una huelga general que el propio presidente barruntó; unos Presupuestos Generales del Estado condicionados en su aprobación (discutible voluntad política en todos los sentidos, decisión irresponsable) para no mermar expectativas electorales en Andalucía y Asturias; subida de impuestos y del coste de los servicios (contrariamente a lo que se había predicado); reducción de la capacidad inversora del sector público; cambios en el sistema educativo con supresión de asignaturas; modificaciones en la Ley del Aborto; introducción del copago; menos recursos para la investigación y la atención a las personas que necesitan de asistencia o dependencia; síntomas de favoritismo en ciertas designaciones; clima social adverso en una Comunidad como la canaria a cuenta de prospecciones petrolíferas impuestas mientras habían sido rechazadas en otras latitudes, como la valenciana donde una legítima protesta de escolares y padres por las condiciones en que era impartida la enseñanza derivó en violencia callejera; diálogo social fracturado con una insólita criminalización de las centrales sindicales… Y retroceso electoral, claro, en lugares donde las medidas no han merecido mayor depósito de confianza de la ciudadanía.
Cien días, pues, en que, ciertamente, no mejoraron las condiciones de vida de los españoles, algunos de los cuales, aquellos que han coqueteado con el fraude fiscal y han alimentado la economía sumergida, van a verse beneficiados si es que deciden aflorar sus fortunas opacas. Menos mal que sigue siendo un país para ocurrencias.
Con razón, los cien días del Gobierno de Rajoy han sido severamente criticados en Internet, donde una consultora, Guidance, ha escrutado más de un millón seiscientas mil menciones en foros, blogs y redes sociales para percibir que la acción del ejecutivo transmite pocos hechos positivos, hasta el punto de apreciar escasos síntomas de esperanza en una recuperación a corto plazo.
El desgaste de cien días. Otro problema añadido al Gobierno que empieza a entender que la ola sobre la que accedió al poder ya remite.
Fue como si se hubiera querido anticipar la semana de pasión a los cien días de gobierno del Partido Popular y así se dejó escuchar un grito de pueblo contra las prospecciones por las calles y avenidas de Canarias. Puede que se confundieran las voces de las dudas que suscita una hipotética fuente de riqueza para labrar un nuevo modelo de economía productiva con los ecos de una imposición que tensa la relación político-institucional mientras el asunto, como tantos otros, entra en vía judicial y quepa volver a preguntarse cómo terminará todo esto.
Y ya en domingo, los misterios dolorosos de un triunfo histórico pero amargado por la insuficiencia que pudo ser mayor, por cierto, de haber aprobado el anteproyecto de Ley de Presupuestos Generales del Estado. Con razón de interés partidista, en un acto de irresponsabilidad que no tiene precedentes y por el que tendrá que abonar factura política, aguantó y retuvo el Gobierno las cuentas públicas: aquella pretendida mayoría para producir el gran vuelco en territorio andaluz y extender la mancha azul del control de las autonomías, vendida la piel del oso antes de ser cazado, no debía verse amenazada por la reducción de los fondos para financiar la Ley de Dependencia, por ejemplo, o por la amnistía para los submarinistas de las finanzas, otro ejemplo; así que, adelante con los faroles, a media luz que quedaron porque el retroceso en votos desde noviembre fue notable y porque en Asturias no hubo avance y el tercer puesto apenas dejó margen para la tensa espera del posibilismo negociador. Y para colmo, un escaño más de los socialistas.
No había forma de pasar a los misterios gozosos con tantos análisis convergentes en el rechazo a las medidas del Gobierno como causa del freno registrado y de la recuperación de las maltrechas fuerzas progresistas, cuando un par de frases desde la tribuna de oradores del Congreso pronunciadas por una diputada tinerfeña, Patricia Hernández, hacían tambalear la consideración que Ruiz Gallardón atesoraba entre muchos socialistas. El relieve que alcanzó en pocas horas, en medios y en redes sociales, es de los que se graba en la memoria para toda la vida.
Y en eso llegó la huelga, que no debe ser reducida al simplismo del éxito o el fracaso, sino a otra notable expresión de desaprobación que debería hacer reflexionar al ejecutivo por mucho que la ministra Báñez, con sus diez mil contratos de emprendedores, se empeñe en que la reforma laboral avanza imparable. Aguardemos a la próxima entrega de los registros de desempleo. Pero, sobre todo, a ver si se recupera, por el bien de todos, el diálogo social.
En plena digestión del paro general, con los tecnócratas y los mercados al acecho, para completar los primeros cien días de contradicciones, reformas y ‘ejecútese’, aparecen los Presupuestos Generales del Estado, con más reducciones para tranquilizar (?) a los europeos y para contribuir a la contención del déficit público mientras los desequilibrios se agrandan y la inversión pública se desfonda. Eso sí: con oportunidades de amnistía para los defraudadores y tramposos.
Terminaba así la anticipada semana de pasión del partido gubernamental.