Ya
era madrugada de aquel 24 de febrero, cuando la consejera de Turismo,
Industria y Comercio del Gobierno de Canarias, Yaiza Castilla
Herrera, despertaba al director del hotel H10 Costa Adeje Palace,
Jesús Oramas Rodríguez, para decirle, telefónicamente, que había
que cerrar el establecimiento y no dejar entrar ni salir a nadie. No
era momento para bromas, ¿verdad, director? Había mil clientes en
ese instante, posiblemente la mayoría dormía. Ocho miembros de la
plantilla de personal cubrían su turno. Se trataba de un
confinamiento en toda regla que duraría, por cierto, catorce días.
Seguro
que ni consejera ni director eran conscientes, en ese momento, de lo
que entrañaba aquella llamada y aquella medida. Un cliente italiano
había dado positivo por un virus apenas conocido que mutaba
vertiginosamente y empezaba a causar estragos. Ahí empezó todo.
Ahí
comenzó la particular odisea de nuestro galardonado de esta noche,
una singular experiencia vivida a tope, sin dormir, durante unas
cuantas jornadas. Oramas, un portuense nacido en 1961, hijo de un
agente de viajes y de una gobernanta de hotel, o sea, con los genes
bien puestos, se lo tomó en serio después de verificar que la
llamada de la consejera no contenía broma.
Había
llegado el momento de sacar a relucir su condición de ejecutivo,
curtido ya en unas cuantas batallas. Puso a prueba su solvencia,
contrastada en decenas de cursos de formación –incluido alguno
sobre Inteligencia Emocional- de muy diversas materias, después de
haberse titulado como técnico en empresas de actividades turísticas
y haber superado el máster en Alta Dirección de Empresas. Seguro
que se enfrentaba a situaciones que no figuraban en los manuales que
había manejado.
Pero
ahora tenía ante sí una papeleta que empezó a lidiar llamando al
comisario de policía, al que pidió que el hotel fuera acordonado.
Imaginen al comisario, en plenos carnavales, con sus dotaciones
ocupadas en esos menesteres. Como pudo, asignó una a vigilar el
establecimiento: sin entrar ni salir nadie. La realidad, en el
interior, eran centenares de clientes de múltiples nacionalidades y
de todas las edades que dormían y en cuyas habitaciones y suites,
para no sobresaltar, fueron introduciendo unas octavillas redactadas
en distintos idiomas, con un mensaje muy claro, en mayúsculas: NO SE
PUEDE SALIR DE LA HABITACIÓN.
A
las cuatro de la madrugada, mientras ya preparaban un primer picnic
para
el avituallamiento de mil personas confinadas, un
empresario asiático, probador de vehículos de la marca ‘Ferrari’,
no debió leer o no entendió el contenido. Se presentó en
recepción dispuesto para marcharse pues había de tomar el avión.
Ninguna de las explicaciones le convencen, sufre un ataque de
ansiedad. Temen por el riesgo de un infarto.
Las
cosas empezaban a complicarse. Los medios, los auxilios no llegaban.
A los dos días ya eran conscientes de la incomunicación, sobre todo
cuando el hotel parecía habilitado como ‘hotel-hospital’. En el
‘hall’ había una suerte de farmacia.
Para
entonces, con las informaciones de clausura circulando, los medios y
los periodistas empezaron a correr. Uno se coló argumentando la
falsedad de que era empleado del hotel. Fue descubierto y quedó a
disposición de la policía.
Y
sí vino a trabajar, claro, el personal. Querían estar allí,
ayudar, ser uno más entre quienes habrían de prestar servicios. Las
emociones se sucedían sin cesar. Oramas, en un momento, no pudo más,
se dio la vuelta y escuchó: “¡Jefe, vengo a quedarme, dígales
que quiero estar en mi trabajo!”. Los policías, que habían hecho
un cordón, aplaudieron: cuando la solidaridad se manifiesta
naturalmente. Se acreditó también en las llamadas a los familiares
dando explicaciones elementales y en los preparativos para disponer
desayunos, almuerzos y cenas, aún sin estar especializados. Empezaba
a cuajar un especie de frenesí angustioso que solo la templanza y la
entereza podía calmar.
Más
de uno, desde balcones o ventanas, se inquietó cuando un periodista
volaba en parapente en los exteriores del hotel, trasmitiendo o
grabando, mostrando unas cartulinas en las que podía leerse que
ofrecían hasta 150 libras si accedían a ser entrevistados. Los
informativos de muchos canales televisivos recogían diariamente
imágenes de la clausura. Algunos empresarios se apresuraron a
quejarse de la imagen negativa que se proyectaba sin entender que el
confinamiento era tan acertado como inevitable.
La
dirección del hotel, mientras tanto, estaba en contacto con las
embajadas de varios países que requerían información sobre el
estado de la situación en general y de los clientes de su
nacionalidad en particular. Con el presidente del Gobierno autónomo,
Ángel Víctor Torres, Oramas montó un dispositivo en el que no
había contactos. Solo con el alcalde de Adeje, José Miguel
Rodríguez Fraga –al que pidieron víveres, enseres y juguetes- y
una improvisada unidad de psicología predispuesta para tranquilizar
a la gente y a los niños que se encontraban con regalos en las
puertas de sus habitaciones.
El
director Oramas estuvo sin dormir cuatro días. Adelgazó doce kilos.
Pero se mantuvo no en el puente de mando, si se nos permite el símil,
sino en todas la estancias y en todos los departamentos del hotel. El
puente era todo el establecimiento que había que mantener a flote y
conducirlo a buen puerto.
Desde
allí emitían mensajes de ánimo en forma de folios y cartulinas de
distintos colores, colgados en soportes visibles y en los que
aparecía una sola palabra, ‘¡Gracias’!, que sintetizaba el
espíritu o el ambiente de la situación. El primer día del
confinamiento se recaudaron propinas por importe superior a dos mil
euros que, unidos a otros dos mil durante los catorce días, hicieron
un total de cuatro mil donados a una Organización No Gubernamental.
Hasta eso: hubo oportunidad de practicar solidaridad.
Que
fue correspondida, por cierto, con pruebas emocionantes como la de
una familia belga, matrimonio y dos hijos, que retornó para
abrazarse con el director y parte del personal del establecimiento.
Cuando se fundieron no solo estaban sellando una amistad eterna sino
expresando todo un sentimiento que no es necesario adjetivar.
Exaltemos
ese momento para significar la trascendencia de la experiencia, la
individual y la colectiva, la primera para enriquecer un currículum
que arranca, como recepcionista, en los hoteles Xibana Park y
Botánico, del Puerto de la Cruz; y que se enriquece como ‘assistant
manager’ de los hoteles Hilton, de New York y Sheraton, de Londres;
y como director de los establecimientos insulares ‘Tenerife
Princess’ y ‘Conquistador’, pasos, entre otros, de una
destacada trayectoria profesional que se está viendo reconocida con
la Medalla del distintivo blanco de la orden del mérito de la
Guardia Civil y la Distinción de la Policía Nacional de Playa de la
Américas por su colaboración con el Cuerpo.
Asimismo,
el
jurado de los Premios de Turismo 2020 ha destacado el altísimo nivel
de profesionalidad demostrado por el hotel H10 Costa Adeje y sus
trabajadoras y trabajadores durante la cuarentena sufrida en febrero,
convirtiéndose en un referente y ejemplo de gestión para el mundo
entero en los inicios de la pandemia. El
jurado, compuesto por cinco personas de reconocido prestigio
vinculadas al sector turístico del archipiélago, ha destacado su
extraordinaria capacidad de resiliencia, profesionalidad, compromiso
y generosidad en los sucesos acaecidos en relación al COVID-19,
trabajo complementado con una excelente coordinación con las Fuerzas
de Seguridad y los servicios sanitarios del Gobierno de Canarias.
En
concreto, el jurado, según puede leerse, ha valorado que el H10
Costa Adeje tuvo que hacer frente a una situación nueva y complicada
en la que todos aprendían a marchas forzadas producto del
desconocimiento del comportamiento del virus y sus efectos.
De
ahí –leemos en la resolución correspondiente- el especial
reconocimiento a todos los trabajadores que, pudiendo verse fuera del
hotel, su valor humano y su dedicación profesional ejemplar les hizo
permanecer con los clientes durante el tiempo en el que estuvieron
recluidos.
La
experiencia colectiva anteriormente aludida se reflejó en un
episodio desconocido en la historia del turismo en Canarias: el
personal del hotel H10 Costa Adeje Palace sacó a relucir lo mejor de
ellos mismos, comprometiéndose de manera ejemplar, en una situación
excepcional, con sus compañeros y compañeras, con los clientes, con
su empresa y, en definitiva, con Tenerife y las Islas Canarias,
convirtiéndose en un referente y ejemplo de gestión para el mundo
entero en los inicios de la pandemia.
Permitan
una apreciación personal: Jesús, de portuense a portuense, el
reconocimiento que esta noche recibes, al pie del Drago milenario, es
para un profesional ejemplar. Tienes licencia para aceptarlo con
orgullo y también como un estímulo para seguir dedicando tus afanes
al hecho turístico, seguramente en sus horas más inciertas y
delicadas en las islas. Formas parte de esa generación de
profesionales que se formó y emprendió rumbos diversos para ir
enriqueciendo toda una trayectoria.
De
casta le viene al galgo: de un agente de viajes y de una gobernanta,
brotó el director de hotel experimentado que ya tiene un legado
personal y profesional, tan digno de ser reconocido como tenido en
cuenta en una coyuntura adversa como es la que se desencadenó en
marzo pasado, como es la que viviste en primera persona y se mantiene
hasta hoy.
Tu
desempeño es hoy por hoy un estimulante para salir de este trance. Y
para acreditar que la industria turística tinerfeña dispone de
valores individuales y profesionales que saben cómo afrontarlo. Que
se ganan tanto la confianza como el aprecio y el respeto con
actuaciones ejemplares como la tuya, y la del personal a tu cargo.
Ya
conoces lo que simboliza el Drago. Ya sabes que se te quiere. Y que
el mundo turístico canario reconoce tus cualidades.
¡Enhorabuena!
Y a seguir trabajando. Por
el turismo. Y por Canarias.