Nos
habíamos quedado en el chorro en forma de falo en Las Cabezas.
Descendemos
Blanco, ahora por el lado derecho, que era el de lo impares. Atrás
queda el distribuidor de tráfico, popularmente conocido por ‘pulpo’.
Está
la casa de los Jordán y en la que vivió Molo Acosta, contiguas a la
residencia Plataneras, con un jardín visible desde la vía. Estuvo
en funcionamiento hasta hace unos años.
Siguen
los garajes de Hernández Hermanos que, durante muchos años,
albergaron los chasis, elementos de carpintería y enseres del
Ayuntamiento. En ellos trabajó Ramón Castilla Yanes, Pepín,
que
calculaba paneles y altura de las figuras al milímetro para poder
salir y acceder a la vía.
Una
pequeña casa terrera, donde vivió Emilio Abreu hasta su
fallecimiento, antecede a la casona canaria que pertenenció a
Matilde Rodríguez de la Sierra y luego a Melchor Sotomayor, con un
patio interior muy espacioso desde el que se conectaba con un garaje
habilitado como casa de comidas y restaurante desde la primera década
del 2000. Hace pocos años, Sebastián González Villavicencio, el
Chileno,
preparaba puchero los jueves y venían destacados profesionales de
Santa Cruz y La Laguna a saborearlo.
Esta
casona albergó en la planta inferior la sede de los laboratorios
clínicos Bonnet, luego trasladados al sur. Y en la planta de arriba,
con una generosa azotea para completar la edificación con una
solares próximos al paseo Las Damas, instalaron uno de esos espacios
denominados ‘chill out’, aptos para el sosiego, la relajación y
la armonía musical y para la ambientación agradable des desfiles de
moda o similares.
Cruzamos
Cupido para admirar la mansión donde vivió el regidor ilustrado,
José Agustín Álvarez Rixo, y luego parte de la familia Hernández.
Un espacioso garaje acogió durante décadas las guaguas de
Transportes
de Tenerife que
eran objeto de reparación y revisión mecánica. El patio interior
era muy llamativo. Los balcones de la fachada, originales. Cerrada
desde hace muchos años, pero un elemento muy valioso en el
patrimonio urbanístico portuense.
Alejandro
Baeza arregló unos cuantos relojes en su establecimiento, abierto a
la modernidad para tratar de competir en el ámbito de la joyería. Y
para que nada faltara a la calle, en esa franja hay que consignar el
uso turístico, con el hotel (Onuba) de los Wildpret, recientemente
rehabilitado, por cierto.
La
esquina con Iriarte se alcanza con la anterior sede del Ayuntamiento
y del desaparecido Juzgado de Paz. Allí estuvo también la sede de
la policía local. Los problemas de aparcamiento en la vía fueron
creciendo a medida que avanzaba el desarrollo turístico. En las
dependencias, nada más entrar, nos encontrábamos con una pizarra
gigante en cuyo encabezamiento siempre figuraba la farmacia de
guardia del día. Eran los tiempos en que se llamaba a la policía
para saber donde comprar ácido acetilsalicílico, alcohol o
mercuriocromo.
En
esa esquina, también, Darío Franco y sus confecciones. Sus camisas
y sus pantalones de dril. Sus telas para disfraces. Otros géneros
sustituyeron a aquella sencilla tienda, hoy Almacenes
Herreros.
En
la esquina de enfrente, el casino de los caballeros, desde cuyo
exterior se veía una mesa de billar donde los mayores jugaban sin
gran entusiasmo. En el sótano, el comerciante Sixto Trujillo instaló
su depósito/almacén. Le seguía la casa que perteneció al padre
del librero Fernado Luis y que ocupó el interventor municipal, Pedro
Martínez. En la parte baja de la vivienda, un local comercial donde
funcionó durante mucho tiempo
Sastrería Violán.
Ya
acercándonos a la plaza, las casas de Santiago Baeza González,
durante unos años alcalde de la localidad; y la que habitaron
Prudencio Suárez y familia, que ejerció como apoderado del Banco
Exterior de España; y Pedro Montes de Oca. En los locales de alguna
de ellas, estuvo Radio
Mundo, donde
Antonio García se abría paso entre amplificadores de sonido y
aparatos de radio.
La
llamaban coloquialmente, “la casa del coño”, construida por
Germán Reimers. Cuando la edificaron, la altura de fachada, que
incorporó años después a su tipología líneas de madera, era tal
que la gente miraba hacia arriba y exclamaba: “¡Coñó, fuerte
casa!”. Allí surgió hotel-residencia Isora,
donde
trabajó Julio Pérez, entonces vinculado al incipiente desarrollo
del hecho turístico y padre del actual consejero de Presidencia,
Justicia y Seguridad del Gobierno de Canarias, Julio Pérez
Hernández. También lo hizo, Gilberto Hernández Linares, popular
personaje del Puerto de la Cruz de los sesenta. Hay quien recuerda
antecedentes: la venta y los billares de los hermanos Agustín y
Jorge Rodríguez. Años después, por cierto, en la azotea de Isora,
los alumnos del colegio de segunda enseñanza organizaron unas
cuentas fiestas escolares, con bailoteo y todo.
En
la planta baja de Blanco,1 estaba Las Afortunadas, un comercio
especializado en ferretería que tuvo una fase boyante coincidente
con el bum de la construcción en la ciudad. El rostro circunspecto
de Juan Méndez, desde que entraba en las oficinas, era el reflejo de
la seriedad con que se desenvolvía la empresa.
Otra
personalidad tenía Fernando Luis, propietario con su esposa
Antoñita, de Librería Tenerife, en la que emprendió, por cierto,
una reacondicionamiento que fue una auténtica transformación del
género librero en aquella época. En la librería leíamos los
periódicos en voz alta para deleite de las señoras mayores. Una
reducida tertulia en torno a la figura de Juan Reyes Bartlett
caracterizaba a menudo el paso por el establecimiento. . Los lunes al
mediodía se formaban unas colas considerables de personas que venían
a adquirir Aire
Libre, un
semanario deportivo en el que Juan Cruz Ruiz y Santiago Rodríguez
firmaban sus crónicas. Fernando Luis, cuando llegaron los periódicos
en lengua extranjera, llegó a organizar un equipo de voceadores que
distribuía los diarios y las revistas por las calles y en los
hoteles.
Al
lado, ya terminada la numeración de la vía, Agencia Ford, con Julio
Cruz González a la cabeza, y los hermanos Fermín y Alonso
Rodríguez. A principios de los sesenta, llegaron los primeros
televisores, en blanco y negro, por supuesto. Cuando cerraban el
establecimiento, dedicado a repuestos y accesorios mecánicos,
dejaban uno encendido para que las personas que se concentraban en el
exterior –se hacía cola para guardar el puesto- pudiesen observar
la reducida programación de la época.
Seguía
la casa de Luis Reverón, con varios locales comerciales, uno de
ellos, la peluquería de Ignacio, al que sucedió en la misma su hijo
Servando, donde los sábados, como en otras de la localidad, no
atendían a los niños. Kashmir, en la esquina, junto al paseo
Quintana, popular Canal de Suez, era el otro comercio que resolvía
los problemas de última hora en las jornadas de compras de regalos.
Antes, era muy frecuentado un establecimiento de ultramarinos,
perteneciente a Carlos popularmente conocido por Carlos Pisahuevos.
En
la desembocadura del citado paseo, pintaron un paso de peatones.
Lógico: tanto para subir como para bajar, cruzar Blanco se hacía
cada vez más complicado. Por eso, colocaron también unas vallas
publicitarias. Y por si fuera poco, a determinadas horas un policía
local ordenaba y distribuía tanto el tráfico rodado como el
peatonal. En una palmera próxima ubicaba cada semana Santiago Martín
Cheché
un cartelón anunciador de los partidos de fútbol. La gente se
detenía a leerlo, sobre todo cuando el encargado tenía alguna
ocurrencia y la plasmaba en el cartelón. Una vez escribió
‘dicisivo’ y algunos escolares replicaron un par de días,
borrando la primera
i tintada
en azul y dejándolo en algo ininteligible.
El
paso peatonal –a continuación, en la franja izquierda, se iniciaba
el estacionamiento de los taxis- era cruzado por cientos de clientes
del Banco Exterior de España, donde, entre otros, Aurelio Sanz,
Salvador González, Prudencio Suárez, Pedro Real y Pedro Lasso, que
tenía en la misma edificación su vivienda familiar, atendían con
fruición a los clientes, tanto nativos como visitantes. Desde el
balcón principal, en la tarde-noche del Viernes Santo un cura
explicaba, con sonido amplificado, el sermón de las siete palabras,
mientras los pasos quedaban detenidos a lo largo de la vía, en una
estampa de gran belleza estética y fervorosa.
Cuando
aparecieron las boutiques, una quedó emplazada justo al lado del
banco, Bo
Ti Su, atendido
por personal muy popular y apreciado que solía lucir prendas de
corte muy modernista en los que ya eran ambientes sofisticados del
Puerto. En la vivienda donde estaba, residían los González de
Chaves-Sotomayor. El zaguán, durante unos años, fue utilizado como
vestuario informal de algunos equipos de baloncesto: los jugadores
cruzaban la calle, sorteaban los estacionamientos de los taxis y se
ponían a jugar en la cancha de tierra de la plaza. Cuando la casa,
que conectaba por arriba con la plaza del Doctor Víctor Pérez
(popular San Francisco) cedió al desarrollismo y los
Chaves-Sotomayor se mudaron, construyeron un edificio en forma de
media luna y al que sacaron el jugo comercial, principalmente con un
restaurante sueco que funcionaba en temporada invernal.
Ahí
terminaba Blanco en sentido descendente, en una de las casonas del
impresionante conjunto arquitectónico culminado en balconadas
inigualables. En ella estaba emplazada la firma inglesa Yeoward
Bros, que
resistió entonces hasta bien entrado el siglo XX.
La
calle, ya dijimos que adoquinada, adornada con artísticos arcos y
grímpolas cada mes de julio, tuvo su adaptación peatonal a
principios de los ochenta, durante la fructífera gestión del primer
gobierno local democrático. César Manrique dirigió personalmente
las obras ejecutadas por Losada. Las últimas paradas de carreras de
sortijas y los desfiles de carrozas y coches engalanados se
celebraron cuando el concepto de lo lúdico experimentaba ya los
necesarios y primeros cambios.
Actualmente,
han tratado de hacer más diáfano y con menos obstáculos físicos
el tramo peatonal. Ahora, terrazas y paraguas pueblan una vía que
conserva una cualidad: sigue siendo muy, pero que muy transitada.
(Fin).