“Icod de los Vinos
es localidad fascinante y poliédrica que genera pasiones encontradas, tanto en
oriundos como en aquellos que han arribado a sus calles desde otros puntos de
la geografía. Una forma de concebir el mundo a partir de unas pocas calles,
como una metonimia en la que una porción minúscula de suelo nos hace entender
un universo mucho más amplio. Mantenemos con nuestro municipio una relación que
evoluciona y se transforma, nos envuelve y nos deja a la intemperie, nos cobija
y a la vez nos arroja a los márgenes. Habitar una ciudad es cargar con el paso
del tiempo, porque proyectamos en ella lo que fuimos, lo que somos. Un espacio
geométrico rodeado de laberintos. La lectura es un acto de descentramiento,
curiosidad y generosidad”.
Estas son palabras escritas por el
promotor y director de ‘Cuadernos Patrimoniales’, José Fernando Díaz Medina, en
la introducción de su tercera edición. Muy difícilmente podrá encontrarse una
síntesis más atinada, entre la emotividad que genera toda una vida y la
experiencia que genera su habitabilidad, encerradas en el tiempo, a caballo
entre el pasado y el presente, para describir con precisión, incluso en los
recovecos laberínticos, las enriquecedoras derivadas de la lectura, sea cual
sea el enfoque que se le quiera dar, bien el cognitivo o ilustrativo bien el
descubrimiento bien el placentero bien el de la precisión histórica.
Díaz Medina es consciente de que esta
obra requiere paciencia y dedicación. Por eso va al ritmo adecuado –o eso nos
parece- mientras acumula el material que parecía perdido o condenado a una
suerte fatídica. Documentos, textos, cartografía, fotos y, por supuesto,
testimonios de fuentes orales que fueron escuchados en algún sitio, en alguna
fiesta o en alguna convocatoria de mayor o menor formalidad, y que el paso del
tiempo desfiguró o deformó hasta hacerse necesaria la reconstrucción y
concreción orientadas a la versión
definitiva.
El pluralismo de Icod, también en su
pasado, es alimento de esa fascinación que se advierte en calles y esquinas, en
plazas y rincones donde se conserva el tipismo y donde el ambiente popular se
acrecienta entre relatos entusiastas, más o menos cuidadosos, y conversaciones, más o menos animadas, que reflejan
la idiosincrasia de una comunidad poblacional.
Es lo que el cronista oficial de la
ciudad contextualiza en sus ‘Cuadernos Patrimoniales’, “un punto de arranque
–según precisa- para que el diálogo se centre también y por extenso en el
análisis de las emociones, la soledad, la dialéctica del ser y del estar, la
añoranza, la felicidad, el individuo y la sociedad, y en cómo todo ello puede
convertirse en materia con valor de obra literaria”.
Por eso, esta tercera entrega de la
iniciativa editorial de Fernando Díaz Medina tiene ya los perfiles de
publicación especializada que nos acerca a los intramuros de Icod, a los hitos
históricos de la ciudad, a los aspectos sobresalientes de su etnografía, a su
costumbrismo, a sus personajes afamados y a su proyección en la comarca y en la
isla.
En efecto, sus contenidos hacen bueno el
aserto del editor cuando dice que “es imposible sustraerse del hechizo de lo
icodense. Los pequeños o grandes destellos de luz y esperanza que vemos en la
realidad nos animan a seguir trabajando, a profundizar nuestro compromiso y a
invitarles a ser parte de este sueño hecho realidad”.
Son unos pocos destellos los que dan vida
a la tercera edición que esta noche nos complace presentar, expresando –ya de
paso- nuestra gratitud a Díaz Medina por confiarnos un cometido que nos atrajo
desde el principio, desde el número uno que tuvo la deferencia de obsequiarnos
personalmente.
Pocos pero brillantes, dicho sea con todo
el afecto y la admiración hacia personas con las que hemos compartido afanes de
escritura y de una forma de entender el periodismo donde hubiera lugar para las
querencias, para el ejercicio actualizado de las memorias experienciales
personales, para los sentimientos individuales que siempre quisieron trascender
al exterior hasta que un día pudieron y para el rescate de hechos históricos
que merecían ser reconocidos, más allá de la importancia que entrañaron en su
momento.
Por eso, hasta la portada sobresale. La
foto de la trasera de la Casa de la inquisición, muchas veces visualizada y
siempre admirada en aquel poster que identificó al grupo folklórico
Chincanayros, santo y seña de la inquietud musical del municipio, simboliza el
hechizo de la confluencia de elementos naturales: el imponente Drago, la
vegetación, la platanera, la madera y su pálido reflejo sombreado sobre las
aguas del estanque cercano donde la carretera hace curva.
Creaciones únicas, como diría Fernando. La
fascinación circula libremente por sus inmediaciones pero también por tantos
rincones y tantas vías de “una urbe que adora a su otoño”, como diría el gran
prosista orotavense Juan del Castillo León, “al que recibe, alborozado, con las fiestas grandes del
Cristo del Calvario, y despide el día de San Andrés: afuera, en la pendiente,
los chiquillos se deslizan en las acrobáticas tablas; y dentro, en las
penumbras de las bodegas, los mayores paladean el vino recién nacido”.
De modo que si la fascinación aparece
desde la portada, una vez doblada, la incursión solo sugiere búsqueda e interés
para saber más, por ejemplo, de las bodas en La Vega que fueron tejiendo una
identidad, un signo distintivo del lugar, como escribe José Fernando Díaz
Martín en su trabajo titulado ‘Mi gran boda veguera’. “Cuando una historia me
apasiona literariamente, el ánimo me exige viajar al escenario donde
aconteció”: Y hasta allí se fue el cronista para contrastar el gusto por las
bodas, que tienen, en muchos casos, “el pulso vibrante y acelerado de un
tiempo”.
El autor se recrea -y no nos detenemos en
el relato para no anticipar el detalle de los contenidos- cuando confiesa que
“se estudia lo concreto para ir tirando del hilo que permita deconstruir toda
una serie de mitos que lastran la averiguación y la divulgación”. Un escenario
sin igual, fotos de agrupamiento familiar, como mandan los convencionalismos y
las tradiciones y hasta repertorios epistolares que servían para mantener la
fe, soñar con tiempos mejores -el retorno o el reencuentro- y para mantener,
desde la distancia, la comunicación con que alimentar los sentimientos.
Una boda, un enlace, un acontecimiento,
todo un acontecimiento. Paisajes, canciones, afectos, aromas… Ahí está, en las
estaciones de la vida, con sus peculiaridades y sus circunstancias; ahí está su
costumbrismo en las páginas impresas de la evocación, donde antes nadie, que
sepamos, se atrevió a llegar.
Todos nos hemos preguntado alguna vez por
los orígenes de las palabras o por su significado, sobre todo aquellas poco utilizada
o menos frecuentadas y que inspiran dudas cuando aparecen en algún texto. Una
filóloga, excelente profesora, natural de esta localidad, ¡quién mejor!, se
dedicó durante un tiempo a estudiarlo, hasta que el fruto de su dedicación
alumbró el habla icodense. Al fin ha llegado el día en que María del Carmen Domínguez
González, Camy, ha visto publicados unos sencillos apuntes en los que plasmó
una serie de términos escuchados casi de forma exclusiva en su entorno
familiar. Eran unos apuntes lexicográficos sobre algunos vocablos canarios que
ahora, al paso de los años, Camy dedica a Victoria González Báez, una mujer
servicial, cumplidora, “con un amplio repertorio de términos -dice la autora-
para describir a los niños revoltosos”. Camy Domínguez lo era. Jurguilla,
castañeta, baladrón, maromero… Entren y lean: es una delicia.
El sacerdote de la parroquia matriz de
Nuestra Señora de la Concepción de Valverde, en El Hierro, Gabriel Hernández
Abreu, se confiesa. Sus evocaciones de juventud, impregnadas de nostalgia, los
cultos al patrón San Marcos Evangelista, el viacrucis de la madrugada del
Viernes Santo… Todo eso también forma parte del hechizo, de esos intangibles
que caracterizan a Icod en cualquier época del año.
Como la visión realista de un maestro,
Salvador Pérez, que siempre ha ido por la vida enseñando y condensa, en
‘Cuadernos Patrimoniales’, casi dos décadas de su estancia en La Mancha.
Quienes conocen a Salvador, saben que dos décadas dan para mucho, porque él y
su esposa Aurora (y Carlos Salvador y Beatriz que desde el cielo les están
observando atentamente), las vivieron de forma provechosa. Allí había un
colegio, “al que se accedía desde la carretera general por un camino y un patio
sin asfaltar”. Lo demás, peticiones, cabina telefónica, la construcción de la ermita
y de la plaza y una romería memorables. Se lo pueden imaginar: cuando la
creatividad y el tesón se juntan, Salvador logra lo que se propone. Incluso
unir un barrio con tres nombres.
Y vamos llegando al final, aún envueltos
en la fascinación de algunos ejemplos de santiguados en Icod que rescata Pastor
Díaz, una especie de homenaje a los curanderos que surgieron del pueblo llano -cuando
el Sistema Nacional de Salud, del que tanto se habló anoche, era una quimera-
en teoría para “contribuir a mejorar la salud de sus paisanos con los medios y
creencias propias de su época”.
El hechizo de las ondas -la magia dice el
tópico- es el que envolvió a Narciso Ramos, periodismo en vena, que desde 2005
se lió la manta a la cabeza para fundar y poner en marcha un multimedia, el
primero de la comarca noroeste y que ha ido expandiendo sus límites hasta
convertirse en una referencia de la comunicación audiovisual y digital de todo
el norte. Ramos encabeza el rigor informativo, el compromiso social, el respeto
personal y el pensamiento crítico, así como la cercanía y la naturalidad. Estos
son sus banderines de enganche.
Con una ternura descomunal, la escritura
de Fernando Díaz Medina nos descubre las cualidades de aquel personaje llamado
Bernardo Flores, “a quien Dios guarde”, por acercarnos a la traducción del
título del espacio a cuyo relato biográfico se dedican casi diez páginas, una
plétora de afectos y de rasgos que desembocan en un ‘clinic’ que, en medio de
las facilidades de hoy en día, hacen bien en reivindicar.
Una firma de lujo, Estanislao González y González, doctor en Bellas
Artes e investigador en historia y etnografía, así como el rescate que hace
Agustín Díaz Álvarez de las ordenanzas municipales de la Villa de Ycod (con y
griega) de 1866, completan, con el relato retrospectivo de José Eduardo Amaro
Luis Ravelo alusivo al Icod de la niñez, el contenido de esta tercera edición
de ‘Cuadernos patrimoniales’.
El primero se adentra en la trama de una sociedad profundamente
condicionada “por el quehacer espiritual”, de sus habitantes. Habla de los
privilegios y conflictos en la sociedad icodense en los siglos XVII, XVIII y
XIX que ilustra con una secuencia fotográfica a color muy valiosa y llamativa.
Un período histórico contado y documentado con rigor.
Como también lo es el de las ordenanzas, desglosado por Agustín Díaz
Álvarez, una aproximación al modelo de organización y convivencia de la ciudad
que crecía y se desarrollaba, donde las fiestas de todo tipo -por nombrar un
solo hecho que les despierte el apetito de la lectura- “deben ser autorizadas
por la alcaldía, que vigilará la compostura en el evento y asigna a los vecinos
la tarea de mantener y embellecer las calles por donde se celebre la fiesta”.
Hasta aquí la presentación de la tercera entrega de ‘Cuadernos
Patrimoniales’, un anticipo de sus contenidos que significan un ingente
esfuerzo de redacción, búsqueda y coordinación de José Fernando Díaz Medina con
el que no pueden ni las adversidades de la impresión. Por eso recomendamos su
lectura.
Icod se refleja en esta publicación con una pléyade de aristas envueltas
entre pliegues de historia, personalidades, costumbres y hechizo que generan la
fascinación a la que toda ciudad, sobre todo cuando la han hecho sus habitantes
en un proceso constante y admirable, tiene derecho.