viernes, 30 de mayo de 2025

Qué triste, qué cruel

 

Las circunstancias quisieron que coincidiéramos, junto a Paco Pomares, en el espacio de RadioTelevisión Canaria (RTVC), ‘Buenos días, Canarias’, durante el que se transmitía la llegada de un cayuco al puerto de La Restinga, en El Hierro. El imprevisible final tenía reservada la carta de la zozobra de el embarcación que, según se supo con posterioridad, procedía de Guinea Conakry, a más de dos mil kilómetros del enclave herreño, con unas ciento cincuenta personas a bordo.


Estábamos en plena conexión. Fue una experiencia singular, de esas que se viven con una intensidad fuera de lo común, en vivo y en directo, como suele repetirse hasta en los ‘spots’ promocionales ya en desuso. Pasaban los minutos, la tensión fue creciendo, el cayuco había volcado, cuando ya tocaba los diques del pequeño embarcadero…, a duras penas, con la imagen reflejada en las pantallas interiores, mientras se sobresaltaba -sin que apenas se notara- la ilación del relato de la periodista presentadora y coordinadora, Pilar Rumeu, consciente de la gravedad de la situación y con mucho temple, mascándose la tragedia indeseada, la impotencia en la distancia pero también allí en el Mar de las Calmas, donde gritos, brazos, saltos, lamentos y movimientos a la desesperada convergían en una precipitada y apurada operación de salvamento y rescate, en la que participan no solo los operarios de Salvamento Marítimo, una unidad Salvamar, sino también voluntarios, cruzrojistas y miembros de clubes de buceo (Si alguien aún dudaba de lo que es la solidaridad activa, allí pudo comprobar cómo los resortes, en tratándose de vidas humanas, funcionaron con diligencia).


Se entrecortaba, como es natural, el relato de Eduardo Pulido, redactor de RTVC, y el desespero de los noes de su cámara, Maribel Armas, desbordados ambos ante el suceso cuya magnitud aún se desconocía. Se sabía que ellos estaban allí, que su testimonio era de una gran trascendencia periodística y mediática, que eran notarios afectados por el dolor y la impotencia. Juani Brito, la directora del programa, se movió con su destreza habitual, ultimando esos detalles que, inapreciables, son de gran valor sobre todo en los directos. Y aquel era uno de primerísimo orden. Porque primero, y ante todo, fueron periodistas: lo que veían y contaban iba a ser imagen de portada, eran las secuencias de aquello que debían visionar las autoridades y representantes institucionales que se reunían por enésima vez en el lugar de los hechos, en busca de una solución exenta de peligros y de riesgos, una solución a esa tragedia humana que no distingue entre hombres, mujeres y niños, embarazadas y nadadores que apenas flotan o de hecho no saben y que, según se supo, se cobró en La Restinga siete víctimas más. Eran las imágenes y el desespero que debían ver esos comisionados y si alguien las pasa a las autoridades de los países africanos y a las mafias traficantes de seres humanos, aunque dudemos de su dolor, mejor; a ver si las conciencias impulsan otras medidas pues una cosa es intentarlo, a la desesperada, en busca de la tierra de promisión, y otra muy distinta, jugarse la vida.


Murieron en la orilla, al cabo de más de dos mil kilómetros de su partida. Su travesía solo sirvió para eso: para morir. Qué cruel y qué triste. La experiencia, a nuestros años, también marcó. Hasta la taxista lo notó.


1 comentario:

  1. Triste realidad, pobre gente que llegan engañados por la ambición de poder de los otros...Recuerdo el cuadro que pinté y que lleva por título: El mar está de luto . Un drama tremendo donde el mar no es responsable de la muerte de niños y niñas. Un abrazo.

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