¡Perdón, Monterroso!
Cuando despertó, el cajero portátil todavía estaba allí.
¿Hasta cuándo?
... fruto del propósito de contar cosas y comunicar, de seguir ejerciendo el oficio, de estar en contacto con la gente.
¡Perdón, Monterroso!
Cuando despertó, el cajero portátil todavía estaba allí.
¿Hasta cuándo?
A qué negarlo: adolescentes y bachilleres, todos nos enamoramos con las canciones del Dúo Dinámico, cuando el amor tenía quince años y hacíamos los naturales esfuerzos por descubrirlo, casi siempre sin fortuna. Manuel de la Calva, que nos dejó el martes, cuando contaba 88 años, y Ramón Arcusa -con el paso del tiempo, especialmente a raíz del triunfo eurovisivo en 1968, memorizamos sus nombres y los colocamos en el elenco de los prolíficos compositores- hicieron una de las bandas más entusiastas y emprendedoras cuando, en la década de los sesenta del pasado siglo, la música española se abría paso y trataba de competir con aquella formidable producción que nos llegaba de Europa y de América. Manolo y Ramón fueron pioneros del pop español y si no, que le pregunten a Manuel García Tejera, Mario Torres, Leocadio Perdigón, Pepe Carrillo Molina… coetáneos portuenses de la época que imitaron las voces y echaron sus perras de baile, al ritmo de aquellas canciones que eran fáciles de memorizar, gustaban y ya prendían en aquella suerte de reuniones mágicas de los sábados, domingos y festivos, con el paso del tiempo patentadas como guateques o fiestas bailables a base de ‘cap’ doméstico que, en aquellos años, éramos muy dados a los eufemismos y encantaba encontrar una seña de identidad que sirviera para sentir que nos hacíamos mayores. Mientras todo eso ocurría, coleccionábamos la revista ‘fans’, editada por Bruguera, con periodicidad semanal. Costaba seis pesetas, si no recordamos mal. Manolo García las amontonaba en el garaje de su casa y allí las hojeábamos hasta terminar releyéndolas. La revista encarnaba la vida deseable, la modernidad, aunque ni de lejos podía saberse lo que era aquello.
El dato es revelador: Manuel de la Calva dejó registradas en los archivos de la Sociedad General de Autores de España (SGAE), unas setecientas sesenta y seis canciones, algunas de ellas éxitos indiscutibles que fueron pasando de generación en generación. Han sido muy curiosos, desde luego, los reportajes televisados de estos días en los que circularon testimonios desordenados -y desafinados- de estrofas entonadas y bailadas cuando “jóvenes, éramos tan jóvenes” .
Total, que el Dúo Dinámico fue el arquetipo español de una época inigualable, en la que el entusiasmo y la imaginación suplían las múltiples carencias. Para comprar un single, por ejemplo, o un poster con el que adornar las paredes del cuarto. El listado de canciones es interminable. Las acompañó el éxito, como si Manolo y Ramón estuvieran condenados a triunfar.
En un vetusto Cinema Olympia contemplamos una vez ‘Botón de ancla en color’, película dirigida por Miguel Lluch y protagonizada por el Dúo Dinámico, Miguel Gila y María del Sol Arce. Había público de todas las edades pero era llamativo que las interpretaciones fueran aplaudidas, a rabiar, como se decía entonces. Memorable.
Luego. Muchos años después, las circunstancias quisieron que oficiáramos de presentadores de los artistas cuando actuaron en la sala ‘Isla del Lago’, con motivo de las Galas OTA que patrocinaba Club de Vacaciones. Entonces, el recinto estaba envuelto por la nostalgia que se respiraba y evaporaba tema tras tema. Una pareja seguía las interpretaciones cogidos de la mano. Se cambiaron sus suéteres rojos de pico, en pleno escenario, y aquéllo, como si fuese un gesto de marca mayor, fue el acabóse. Ya resistían, el himno al que puso letra Carlos Toro, por algo entrañaba el junco que se dobla, pero sigue siempre en pie, aunque los vientos de la vida soplen fuerte.
A ver, opinen ustedes…
El debate está servido, especialmente para la terminación del veraneo vacacional. Igual sería más conveniente otro término, dada la virulencia de algunas controversias entre medios y periodistas, impregnada de ideología identificada con intereses partidistas. ¿Qué tal porfía, polémica, discusión, disputa, contencioso dialéctico? Con frecuencia, hay que reconocerlo, mucho ruido para formular la ecuación sobre el periodismo, los periodistas y la política.
No olvidemos el viejo principio: hechos sagrados, opiniones libres. Libérrimas, por elevar el superlativo. Los lectores, los consumidores de información, se vienen enfrentando a una intrincada situación cada vez que optan por el origen, por las fuentes informativas de que se nutren. Eso nos obliga a meditar sobre la situación del periodismo en las sociedades democráticas modernas y, en particular, en España. Hay de todo: declaraciones desafortunadas, dislates, falacias, profesionales ofendidos, cuando no ardorosos defensores y detractores, errores impropios de un cargo público o representante institucional de cualquier nivel, dignidad del oficio, compañerismo...
Esta meditación, según Luis García Montero, poeta, crítico literario, ensayista y catedrático de Literatura Española en la Universidad de Granada, director del Instituto Cervantes desde hace siete años, debería empezar por los usos y costumbres de la ciudadanía a la hora de informarse. Pone por ejemplo que “no critiquemos a los periodistas sin hacer primero un ejercicio de conciencia”. Lo normal hoy es que un consumidor de noticias busque en las redes sociales los medios que le van a dar la razón, voces que opinan como él opina. Este círculo vicioso se agrava porque cada cual busca un repertorio mínimo de asuntos que le interesan, desentendiéndose de una información general sobre la realidad colectiva. Es decir, clientes más que lectores de un autoconsumo destinado a potenciar identidades duras y pensamientos cerrados.
Y, desde luego, -sigue García Montero- mucho mejor si es posible encontrar esa información sin pagar el trabajo de los profesionales. Para qué pagar por sentirse rigurosamente informado si uno se acostumbra a convivir con una comunicación en la que las medias verdades se mezclan con las mentiras y los datos falsos, y la información sesgada sirve para crear audiencias en una rueda viciosa. Se calcula lo llamativo como estrategia de autoafirmación clientelar.
Está claro pues que el estado preocupante del periodismo tiene mucho que ver con el preocupante estado de la ciudadanía. Queda muy atrás la época en la que el periodista, licenciado o no, se abría paso procurando un hueco en la redacción, exprimiendo la amistad o la relación con algún preboste o veterano, echaba horas, cubría plenos y hacía de todo. Hoy tienes muchas otras posibilidades… de montarte por tu cuenta. Pero hasta alcanzar un estatus estable, hasta ganarse la vida, o sea, el sustento, de forma autónoma, hay un largo trecho. Por no mencionar el pluriempleo, fórmula tan socorrida. No nos engañemos: la posibilidad de una opinión pública resulta cada vez más difícil en un paisaje de fragmentos y degradaciones laborales. Cuando antes aludíamos a que el trabajo profesional hay que pagarlo, estábamos pensando también en unas condiciones laborales decentes.
García Montero plantea que los medios nuevos y modestos -se refiere a los que no tienen ayuda de una cloaca o un gran empresario con ganas de invertir en noticias que favorezcan sus especulaciones- intentan sobrevivir con más o menos dignidad entre penurias económicas. “Y los medios tradicionales -señala- sufren una dinámica triste para el oficio. Incluso los que no quieren adaptarse a la basura de la de las redes, incluso los que no componen portadas cada vez más parecidas a la zafiedad comunicativa, tienen muy difícil mantener la independencia, porque pertenecen a grandes grupos de inversión o a bancos que entran de forma impune en sus consejos de administración y en sus redacciones. Además de depender de la publicidad o los acuerdos opacos, es que soportan el ordeno y mando de unos dueños que necesitan sacarles rentabilidad ideológica. Buscan el estado de silencios o de opinión conveniente a sus negocios”. Así de simple.
Para ser claro, interpretando al director del Instituto Cervantes: no se trata de que los políticos intenten influir en el periodismo. Es que la mayor parte del periodismo está sometido a unas grandes fortunas que las utilizan para mediatizar a su favor las decisiones políticas. Escribe que en España, por ejemplo, “no se consideró una amenaza contra la normalidad nacional que un gran partido se convirtiese en una empresa de corrupciones organizadas, o que se confundiera la prudencia con el hecho de cerrar los ojos ante lo intolerable, o que un presidente asumiera el terrorismo de Estado y las puertas giratorias seducido por el mundo del dinero, o que otro, además de rodearse de corruptos, fuese capaz de mentir sobre los culpables de un atentado terrorista, desquiciando su manipulación habitual hasta mancharse los labios con la sangre de las víctimas. No se consideró tampoco peligrosa la destrucción sistemática de la educación o la sanidad pública en Cataluña o en Madrid para desviar el dinero a cuentas suizas y a paraísos fiscales. Y, sin embargo, ahora es anormal, peligroso, preocupante, desestabilizador, que haya una coalición progresista que se atreva a dignificar las leyes laborales y a pedirle a las grandes fortunas que se comprometan patrióticamente con su nación a través de una fiscalidad justa. No, no, no, no son los políticos los que mandan en el periodismo.
A ver, opinen ustedes…
Como ocurre con unos cuantos dotacionales en el Puerto de la Cruz, ya hay que contar por años el período de estado ruinoso y de inutilidad en que se encuentra la estación de servicio de la Punta de la Carretera en el Puerto de la Cruz, la cual sufrió un derrumbe parcial de su techumbre y otra serie de desperfectos. Desde entonces, salvo alguna limpieza puntual, una tarea de desescombro y alguna otra de desinstalación y cierre -omitimos, por resultados desconocidos, las gestiones entre las partes afectadas para diseñar una actuación urbanística orientada a la reposición o renovación del sector-, desde entonces, decíamos, la instalación, declarada en su día Bien de Interés Cultural (BIC), otorgada hace décadas, duerme el sueño de la desidia que, en la localidad norteña, es muy profundo, por cierto.
Es otro rincón de la geografía urbana portuense que se dibuja esclerotizada, sin muchas iniciativas que digamos. Ni de agentes sociales ni del gobierno local ni de la oposición. Malos tiempos para un municipio que se va anquilosando, con una clara pérdida de ilusión colectiva. Cualquiera que circule por los alrededores, en coche o a pie, se encontrará con una impactante estampa de abandono, de escombros amontonados, de desperfectos, de espacios inutilizados, impropia de una de las salidas viarias más importante del municipio.
Claro, el abandono, fruto del cierre total y de la carencia de mantenimiento, cuando se acentúa alcanza niveles penosos… y hasta vergonzantes. Las dependencias de la planta inferior de la estación llevan años cerradas. Han ido cediendo hasta las puertas y las cadenas que las resguardaban e impedían el acceso de vehículos que, aún así, tratan de buscar algún espacio para estacionar. Como son muy visibles desde la calle Cupido o desde la ascendente Agustín de Bethencourt, la realidad del deterioro es visible y se palpa desde cerca.
La estructura exterior de la edificación –donde ha brotado alguna especie arbórea- presenta desconches varios, señales de desprendimientos, cristalería destrozada, despintados… en suma, un adefesio urbanístico.
Es imposible mantener la declaración de BIC con estas condiciones que han ido al limbo, es decir, a ese lugar en el que ni el concesionario ni la administración local tienen ganas ni –probablemente- competencias efectivas para reacondicionar. La declaración fue concedida por la originalidad de las formas arquitectónicas de la estación, erigida frente al rascacielos construido en pleno desarrollo turístico de los años sesenta.
Pues ahí sigue, con sus evidentes huellas de desidia, la estación de servicios de la Punta de la Carretera, el amasijo que queda. Alguien debería mover ficha para ver si hay alguna salida. Nos consta la intención del concesionario, hace años, para activar una solución que chocaba con las concepciones y cierta rigidez en la declaración de BIC que hacía difíciles –por no decir imposibles- las posibles modificaciones, incluso las tareas de reacondicionamiento y las alternativas de uso.
Pero ya se ha llegado a esos extremos inadmisibles, a esa realidad espantosa que daña la vista. Miles de coches y miles de personas circulan a diario por la zona. ‘La Estrella’ es de las que no brilla, de las que ofrece una cara poco amable y poco edificante. Alguien debería dar el paso para revisar a fondo su realidad presente, aunque el proceso de negociación, seguro, esté erizado de dificultades.
Lo que no puede ocurrir es que haya que seguirse tragando, sin más, la deplorable estampa. Porque seguimos sin nada, después de que estallará la “estrella”. Solo restos.
Siempre ha sido el Puerto de la Cruz un pueblo dado a poner nombretes o motes y a extraer de algunas situaciones o personajes peculiares términos definitorios que se popularizan a velocidad de vértigo y terminan calando en el el lenguaje coloquial. “Y nosotros los del Puerto, que tenemos más chaveta...·”, decían las estrofas de un dicho popular, cocido entre escolares, que se mofaba de alguna docente.
El último ejemplo lo tenemos en un andamiaje de obra que desde hace meses -puede que años- “luce” en la calle San Juan, una de las más céntricas de la ciudad, en la trasera del derruido parque San Francisco y que, emulando una pasarela, une el solar del desaparecido recinto con un antiguo hotel, cerrado por cierto también desde hace años.
Lo han bautizado como “El puente sobre el río Kwai’, como aquella célebre película británica de 1957, del género épico-bélico, dirigida por David Lean, ganadora de siete Oscar y con William Holden, sir Alec Guinness, Jack Hawkins y Sessue Hayakawa en los papeles principales. El andamio entremezcla hierros, madera y tela metálica. Se supone que forma parte de la licencia de obras y ha sido concebido como uno de los elementos indispensables para su ejecución.
El “puente” -vamos, la pasarela- ya convertido/a en mamotreto es una estampa de la geografía urbana portuense. Seguro que no la concibieron para que se prolongase en el tiempo pero ahí está viéndolo pasar, condicionando para mal la actividad turística y comercial de la zona, constituyendo un adefesio urbano y urbanístico y representando un serio obstáculo para el trayecto procesional que unas cuatro o cinco veces al año discurre por esa vía, de manera que ha sido modificado irremisiblemente.
Que la estampa, por prolongada, no es edificante, lo acepta cualquier portuense. Y cualquier viandante. Representa una suerte de parálisis o de abandono que es indicativa de estancamiento, de carencia de iniciativa para impulsar una solución y transparentarla.
No se sabe cuánto tiempo más el “puente” -no sobre el río, sino sobre la calle que en su día era conocida popularmente como “de las tiendas”- permanecerá y seguirá siendo parte de la geografía urbana local. Quizá algún día -no se sabe de qué año- las procesiones religiosas recuperarán su trayecto de toda la vida. Seguro que el impacto negativo que ya han recogido miles de fotografías, justo en un ángulo del que es difícil evitar la recoleta y siempre acogedora plaza del Doctor Víctor Pérez, plasmará otra realidad física, se supone que más atractiva. Pero ¿cuándo?
Cuando creíamos que Jorge Luis Carballo y Paco Pérez eran insuperables, por ahí sumaban puntos y personales y hacían ilustrativas descripciones de las zonas Fernando Villamandos y Fernando Senante cuyos controles estadísticos eran inmejorables. Tiempos gloriosos del basket tinerfeño, de la cazuela del Náutico televisada al mediodía dominical con la voz entrecortada de Pascual Calabuig, convertido porque sí, al chicharrerismo entusiasta, mientras el amarillo futbolero canarión seguía ‘in crescendo’. Y todos felices. Ya habían ensayado Elfidio Alonso, que firmaba sus crónicas como ‘Basket’ y Andrés Chaves, que empleaba otro seudónimo, ‘Achaso’. Habían sido cocineros, o sea, practicantes y luego, tras la ducha reparadora, en canchas de chochos y moscas que se extendían por ese norte hasta Hércules de Icod, mecanografiaban textos muy apreciados y contrastaban sus conocimientos del deporte de la canasta, sometidos a un auténtico debate, por cierto, en el hotel ‘Semíramis’ del Puerto de la Cruz, donde también coincidimos, en el curso de un congreso mundial de entrenadores por el que desfilaron los más sapientes de la disciplina que ya, entonces, a principios de los años setenta, dejaron claro que era muy dinámica, muy variable y muy posibilista: del salto entre dos a puntuar de tres si anotabas más allá de 6,25.
A esos tiempos gloriosos se incorporó Fernando Senante, que simultaneaba sus prolijas actividades que iban más allá de la crónica deportiva. Senante tenía una vena literaria por encima de lo normal. La seguíamos de cerca, casi mirando de reojo, desde la mesa que compartíamos en Salamanca, 5, donde estaba la redacción de Diario de Avisos, a la que acudía con prisas con los últimos resultados o con alguna declaración para completar la tarea. ‘Nano’, le llamábamos algunos. “Senante, página”, le apremiaba Leopoldo Fernández, el director, y él todavía sumando puntos de sus muy bien escritas libretas.
Pasaron los años y descubrimos dos Fernando Senante: uno, precisamente, el autor, el poeta que hurgaba en la memoria, en el silencio magnético, en la armonía de la composición y en la diáspora identitaria; el otro, el que se forjó como abogado, atraído por el urbanismo y la configuración de las ciudades, por la mano del hombre sobre sus esquinas, edificios y parques. Fue un técnico sensible.
Y así se convirtió en un un reconocido abogado urbanista, al tanto de las tendencias y de las modificaciones legislativas que entrañaban los planes de ordenación, los reglamentos y las ordenanzas, tan intrincadas en unas islas que hacen difícil su respeto y su seguimiento. Las circunstancias quisieron que volviéramos a estar cerca, discrepando e intercambiando puntos de vista cuando ejerció como responsable del Consorcio Turístico del Puerto de la Cruz, un intento de reordenar y racionalizar la pequeña gran jungla que alberga los apenas nueve kilómetros cuadros de su superficie territorial.
Su perfil de poeta distinto y avanzado se contrasta en el poemario ‘Geografías del silencio’ (2018) y en el ensayo ‘Crónicas de la intemperie’ (2021), libro en el que manifiesta, con audacia y sutileza a la vez, su pensamiento crítico personal y profesional.
De modo que aquel periodista deportivo, especializado en baloncesto, jurista, urbanista, escritor y poeta, el intelectual constante y polifacético, tan imbricado en el hecho canario, un creativo en todo lo que hizo, nos deja para pena de quienes le dispensamos afecto y reconocimiento de su valía. Hasta siempre, Nano.
Así parece que evoluciona la ocupación de la vía pública en el Puerto de la Cruz. Conste que no es un problema del presente mandato municipal; ya en los anteriores también se desató. Pero es ahora cuando ha cobrado más cuerpo: se nota en varias vías por donde se transita, incluso en algunas que parecían quedar excluidas de ese mal pero que no se libran de la ocupación sobrada y desordenada. Ya se ha llegado al modismo que expresa la falta de organización o planificación previa y, en consecuencia, entraña cierto nivel de caos. Se ejecuta como un pleonasmo ya que utiliza dos vocablos de significado similar, orden y concierto, para asegurar y reasegurar su carácter peyorativo.
Lo peor es que, si no ha sido derogada -y mucho nos tememos que no-, está vigente una ordenanza reguladora. Pero ni se aplica ni funciona. Hubo un tiempo que personal laboral del Ayuntamiento, sin competencias ni encomiendas policiales, administrativos preparados e identificados, por supuesto, se ocupó de un mínimo cuidado pero no pasó de ahí, se aburrió, no encontró receptividad a su labor. Pero la mayor parte del tiempo o los intentos de seguimiento y vigilancia han estado a cargo de la policía local, con un desempeño bastante laxo, poco estricto. Demasiada permisividad, o si se prefiere, se ha hecho y se hace la vista gorda lo que implica ignorar algo a propósito. Básicamente, significa que decidimos no ver, o hacer como si no hubiéramos visto alguna acción o situación, generalmente porque conviene, o lo que es igual, porque no queremos complicarnos. En otras palabras, se trata de cerrar los ojos o desviar la vista ante un incumplimiento o una infracción que, en otras circunstancias, podría señalar o corregir.
El caso es que algunas vías que parecían exentas del mal que se comenta también se han visto contagiadas y hemos pasado de postaleros adosados, como una especie de exhibidor suplementario, a paraguas o sujeciones provisionales de las que cuelga cualquier objeto, generalmente souvenirs, recuerdos del viaje, objetos de reducido tamaño y de escaso peso que luego emprenderán los largos trayectos del detalle y de los regalos. Hay tal proliferación y debe ser tan accesible, que eso explica por sí solo la abundancia y la (relativa) variedad.
El problema es que el concepto del Puerto como ciudad para pasear, para distraerse y observar en calles siempre animadas y pobladas de nativos y visitantes, se va desnaturalizando, porque cada vez hay menos espacio y éste se ve obstaculizado por la cantidad de reclamos, dispositivos y exhibidores, que van poblando las calles, muchas de ellas adaptadas peatonalmente. O sea, que la movilidad se reduce, cuando no es un escenario proclive a ciertos niveles de incomodidad o inseguridad callejera.
Claro que hay soluciones o alternativas. Solo hay que tener voluntad política y racionalizar los recursos, principalmente los humanos. Primero, haciendo que entre en vigor la ordenanza mencionada. Y si hay que revisarla o actualizarla, pues otro paso. Fijar las vías públicas donde es posible añadir un atractivo sin convertirlo en un espacio mayor que los locales de que se disponga. Medir los espacios, establecer de antemano un número de sillas y mesas, de expositores y escaparates móviles, ajustado y proporcional a criterios de espacio y extensión. Delimitar las competencias, esto es, asignar unos cometidos concretos y una capacidad de actuación para que los policías locales hagan una labor inspectora y de seguimiento que, a la larga, va a beneficiar a todos, incluso a los presuntos infractores.
El caso es actuar, devolver frescura y un uso adecuado del espacio de calles peatonales. Que el Puerto vuelva a cautivar por esos hechos y el paseo, la variedad, la multiplicidad bien entendida y bien regulada, sean factores positivos que cualifiquen el destino. De continuar como hasta ahora, solo asistiremos a la degradación, al enredo y las complicaciones domésticas. O sea, sin orden ni concierto.
Desde el estreno de su nuevo horario el pasado mes de abril, loa informativos territoriales de Televisión Española (TVE) siguen creciendo en audiencia. La primera edición de este espacio informativo, que se emite de 13:55 a 14:20 horas (una hora menos en Canarias), ha incrementado 2,9 puntos de ‘share’ (cuota de pantalla, porcentaje de audiencia) y casi doscientos mil espectadores respecto a la media alcanzada en la temporada hasta abril.
En relación a julio del pasado año, crece 3.4 puntos de ‘share’ y unos doscientos veintitrés mil espectadores. Durante el pasado mes de julio, este espacio logró un 10,4 % de cuota, Además, el pasado lunes 21 alcanzó el dato mensual más alto de este informativo territorial en los últimos ocho años, desde septiembre de 2017. julio, con un 12.2 %. Por comunidades destacaron esa jornada los datos de la Comunidad de Madrid, con un 12,3 % de cuota; Comunidad Valenciana: 18.3%; Euskadi: 15.9%; Cataluña: 12.8%; Aragón: 12.1%; Murcia: 13.5%; Navarra: 17.6%; Castilla-La Mancha: 11.5% y Castilla y León: 16.2%.
Llama la atención que, según las fuentes consultadas, Canarias no aparezca en esta clasificación. Es justo consignar que ‘TeleCanarias’ ha desempeñado un papel histórico en la comunicaciòn y vertebración social de nuestra Comunidad Autónoma. En más de una ocasión hemos ponderado el papel de los profesionales que han intervenido en las sucesivas producciones. La cobertura de RadioTelevisión Española en Canarias ha sido primordial. Pero lo cierto es que, en esta etapa de renacimiento, la referencia informativa se ha quedado bastante atrás. Ni siquiera los habituales seguidores discuten ya, como ocurriera en una larga etapa, sobre la rivalidad interinsular apreciada en los contenidos de los espacios informativos.
Por regiones, destacan los datos de Madrid. En julio, la primera edición del Informativo en esa comunidad anota un 16,2 % de cuota y 110.000 espectadores, con una mejora de casi 6 puntos respecto el período septiembre 24-abril 25, que le permiten ser la oferta informativa líder en su banda de emisión en este ámbito, llegando a un 19,5 % en la jornada del pasado 23 de julio.
RTVE inició el pasado mes de abril una nueva etapa en sus informativos con el objetivo de acercar la información a los ciudadanos de una manera más competitiva, dinámica y cercana. Con el lema ‘Siempre por delante’, la cadena apuesta por una mayor proximidad en su programación, respondiendo a las necesidades de la audiencia que demanda estar más conectada con su entorno inmediato. Las dos desconexiones territoriales se emiten de 13:55 a 14:20 horas y de 15:40 a 15:50 hora (ya saben, una hora menos en las islas).
El lema debe servir de estimulante. Cierto que la competencia va ganando terreno y se esmera en una oferta que amplía horizontes y se esfuerza en llegar a los rincones del quehacer insular. Luego, Televisión Española, si quiere seguir “siempre por delante” en Canarias, tendrá que redoblar su presencia. Y es que en muchos actos, de muchos sitios, la echan de menos.
No hay que confundir el cierre -esperemos que temporal; de hecho algunos han puesto en circulación el boca-oído diciendo que ya están vendidos, da igual que sea a un fondo de inversión- el cierre, decíamos, de unos establecimientos arraigados en el Puerto de la Cruz, con el impacto de calles y núcleos comerciales ya clausurados, sin perspectivas de reapertura siquiera con un cambio de actividad en los locales. Ese cierre parece abonar una crisis en el sector para el que no se dibujan alternativas, es lo peor.
Porque van pasando las semanas y los meses y no se vislumbra iniciativa y capacidad para dar un vuelco a la situación. Los problemas son conocidos: cambios en los hábitos de compra y consumo, dificultades de movilidad, aparcamientos insuficientes, obsolescencia en la oferta expositora, nula actividad asociativa, reducida y encorsetada imaginación promocional… El listado de complicaciones tiene tendencia a engrosar, por lo que ya se barrunta el concepto estructural de la crisis.
Ni iniciativa ni capacidad, repetimos. El sector comercial portuense no ha entendido que el déficit no se enjuga cruzándose de brazos y ver pasar a los turistas. La tradición tampoco juega a favor. Las entidades que agrupaban a lo que genéricamente podría identificarse como pequeña y mediana empresa (pyme) han ido mermando, prácticamente hasta su inoperancia. Hace mucho tiempo que no se recibe un mensaje reivindicativo, siquiera para justificar la existencia y hacer una mínima contribución al desenvolvimiento socieconómico del municipio, una contribución de preocupación e inquietudes: lo menos que se puede pedir.
De las instituciones no cabe esperar mucho más. ¿Por qué? Pues porque los partidos con representación institucional, sobre todo los que han tenido tareas de gobierno, no se han preocupado de negociar y ofertar políticas y medidas orientadas a la dinamización del sector. No han puesto interés, sencillamente, en incentivar y tratar de adaptarse a los nuevos tiempos y a los usos sociales derivados de las transformaciones que van experimentando los consumidores y las capas de población. Debieron haberse acercado, mucho más, a esas organizaciones, integrarse, actuar y exigir algo más que bonificaciones y reducción de las tasas en los distintos hechos imponibles.
Pero no. Hemos asistido en los últimos tiempos a una evolución negativa, a un estancamiento de la actividad comercial que pudo superar el cambio que significó la adaptación peatonal de vías, influyente también en el desenvolvimiento cotidiano, pero no los mecanismos de los hábitos impuestos por las modas y los nuevos usos.
Sería bueno, en definitiva, que alguien afronte un estudio serio del tejido comercial portuense, de sus debilidades y fortalezas. Lo que no puede ocurrir es que el pasotismo y la pasividad se eternicen, o lo que es igual, depende del propio sector, de los mismos comerciantes, impulsar incluso el relevo generacional, nuevos esquemas de funcionamiento, otras metodologías, Es válida la conclusión que parece obvia: hay mucha actividad idéntica, es una productividad incluso se diría monótona. Por ahí se podría empezar para luego consensuar las líneas de continuidad y hasta propiciar un modelo de especialización.
El municipio y sus agentes sociales se enfrentan, sí, a una papeleta que obliga a dialogar y a tomar decisiones sin demasiados rodeos. El turismo está experimentando unos altibajos muy inciertos y teniendo en cuenta que es el principal sector productivo, el otro gran atractivo podría ser el negocio comercial. Ahora mismo, la realidad y la imagen no sonríen. Hay que hacer un esfuerzo de imaginación, creatividad, gestión y dedicación para dar un giro de noventa grados.