No había llovido y para una vez que lo
hizo con cierta intensidad, el sábado pasado, los trastornos en algunos
sectores de la ciudad, han sido notables. Se cumple el dicho una vez más: nunca
llueve a gusto de todos. Y lo que todos, de alguna manera, agradecerían, se
convirtió en clara insatisfacción, cuando hay viviendas dañadas, garajes
inundados y hasta interrupción del suministro del servicio de agua potable.
Si las causas de lo
ocurrido son, por ejemplo, un error en la planificación de la red de alcantarillado
y las previsibles deficiencias en el mantenimiento, es difícil aguantar sin
más, resignarse, a limpiar y esperar a que se seque. Ni siquiera otro dicho, no
hay mal que por bien no venga, es motivo para tranquilizarse, a la espera de
que no se repita: se supone que una inversión millonaria en infraestructuras de
saneamiento debería traducirse en un
correcto funcionamiento y se da por hecho que se abona una tasa para la
prestación de un servicio, precisamente en circunstancias como las que concurrieron.
Pues
no, ni lo uno ni lo otro. Lo peor es lo segundo: se está cobrando por algo que
no funciona. “Mi no comprender”, por emplear una expresión benevolente. Pero
alguien debería pedir responsabilidades, además de las explicaciones que desde
la Administración habría que dar para informar, tranquilizar y prevenir,
especialmente a los afectados.
Es
natural el malestar vecinal. En la parte alta de la ciudad, por ejemplo. Ya
puestos, preguntamos y cuentan que una de las instalaciones, consistente en machacar
los detritus solidificados de forma cíclica con el fin de que se disuelvan.
Dicen que acceder a tal maquinaria es complicado y que, según parece, nunca ha
funcionado. Cualquiera sabe si, en consecuencia, está en condiciones de
hacerlo.
Como
otras veces, medidas provisionales que igual se convierten en definitivas, como
es frecuente que suceda en el Puerto de la Cruz. Una de ellas, siempre según
versión vecinal al borde del desespero y de la indignación, consiste en la
colocación de un globo que tapona la conducción de aguas pluviales, causante
del desaguisado. A la espera de unas obras que, aparentemente, solucionarían la
disfunción de forma definitiva. Aunque esta apreciación habrá que colocarla
entre comillas pues si las conexiones a la red general, por las razones que
sean, son dificultosas -menos para abonarlas- los riesgos de inundaciones o
desbordamientos siguen latentes.
Con
razón alguien habló de un sinsentido. Y que en alguna red social se
multiplicaran las protestas teñidas de cierta impotencia. Pero, como otras
veces, el “dejar pasar” será consecuencia de la pasividad. Y difícilmente se
promoverá una mínima vertebración para poner fin a cierto estado de cosas. No
para pedir imposibles ni exigir más allá de lo que se abona.
Hasta
que vuelva a llover. Y se repitan los daños, los apuros, los quebrantos. Y la
historia.
Condenados
a repetirla, como reiteraba alguien desde su atalaya edilicia.
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