La cosa
empezó con noticia y petición.
El propio autor, Juan Bosco, dio a conocer que su novela, La lista (Principal de los libros) ha
sido seleccionada para las lecturas y trabajos de los escolares canarios
durante el próximo curso. Bien.
Uno de los asistentes pidió que actos como el que iba a
celebrarse estuvieran exentos de formalidades y protocolo. Solicitud estimada.
Y verificada. Bien.
Fueron dos notas de la convocatoria de una merienda en Casa Egon (La Orotava), una de las
localizaciones del cada vez más comentado libro de Juan Bosco. Una experiencia,
una búsqueda, un oasis en el desierto de la crisis… Resultados satisfactorios.
Hablar sobre la novela, comentarla, pero también sobre la cultura, la
bibliografía, la educación, la historia… Y hasta una suerte de reivindicación:
la enseñanza, objeto de mayor atención y de mayor sensibilidad, la necesidad de
esmerarse, la corresponsabilidad y el compromiso de quien la abraza.
Hacia la historia por la enseñanza. La erudición de Eligio
Hernández la impulsó sin regatear el entusiasmo que le producía compartir aquel
acto, “el mejor regalo de cumpleaños que me podía encontrar”, haciendo gala de
su erudición histórica. Crítico, con la derecha y la jerarquía eclesiástica; autocrítico,
con su partido “que se ha olvidado de las Casas del Pueblo como lugares donde
se aprendía la historia”; analítico “del nocivo papel de algunos medios de
comunicación, especialmente los televisivos” e incentivador de los afanes “de
los creadores, de los docentes, de quienes encuentran en la cultura un arma
contra la desazón y el pesimismo”.
Eligio fue uno más de los que arroparon a Juan Bosco que
seguro no pensó que las tiras de almendra y los tambores de avellana, dos de
las especialidades confiteras a las que da vida en su novela, iban a ser objeto
de deleite para animar aquella merienda. Eligio, compañeros de estudios,
profesoras, amigos, lectores… hablando, opinando y escuchando. La lista les convocaba para seguir
descifrando algunas de sus claves, para revelar algunos trances de su
elaboración… y para superar prejuicios, caray, que eso es lo que hace feliz al
autor, más allá de los juicios que merece su obra.
Punto aparte para la enseñanza y la historia. Queja de los
docentes, por un lado, sobre la imposibilidad material de tiempo para impartir
la historia como realmente se merece. Apelación a los padres y a los mismos
alumnos para que, desde la propia comunidad educativa, se haga llegar a los
responsables la necesidad de revisar planes y programas con tal de colocarla en
el lugar que corresponde. Opinión sobre algunos sistemas comparados de
enseñanza. Y convergencia en torno a la importancia del conocimiento histórico
para sensibilizar al alumnado y para que no se muestre indolente ante hechos en
los que pudo haber parientes suyos participando.
Las intervenciones fluyeron con atención y respeto. Era
claramente la contraposición de la memoria y el olvido, trufado éste de
inmovilismo e indolencia. Una novela parece estar obrando cierto milagro, allí
precisamente donde predominó el miedo, donde el gran manto de silencio se
extendió para impedir -hay que volver a decirlo- el conocimiento de la
historia. Hay personas que se han enterado de un fallido atentado al militar
golpista, allí tan cerca de donde nos encontrábamos, gracias al texto de Juan
Bosco.
Casi tres horas intercambiando criterios, conociendo
episodios, rememorando fragmentos y citas, exponiendo pareceres… Sin
maniqueísmos, sin imprecaciones. Casi tres horas que fueron un paso para
entender que aún queda vida más allá de la política denostada y de la recesión
galopante.
De manera informal, como querían unos asistentes. Dando vida
a la proyección, de la obra de Juan Bosco y de su dimensión. Como quiere el
autor. Como van configurando quienes se acercan a ella y terminan participando
de alguna manera.
Un oasis, sí.
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