Es para seguir preocupados, desde luego. Además, las glorias
deportivas están siendo tan volanderas que el margen de desahogo se evapora en
un santiamén y no permite ampliar el ángulo de desvío de atención e inquietud.
El país ya se mueve con respiración asistida, a la espera de
determinaciones que convergen en su rescate para que después sea un hecho
fehaciente que las cuentas te las hagan desde fuera, te las revisen desde fuera
y te digan desde fuera lo que no debes hacer.
La voladura controlada del sistema público de asistencia
sanitaria, las previsiones no desmentidas oficialmente de la destrucción de
empleo público en las administraciones públicas, los sucesos de loa asaltos a
supermercados andaluces, la supresión parcial de las prestaciones a los desempleados,
la creciente propensión a desmontar el Estado de las autonomías… uf!, muchas
cosas de calado que, sociológicamente, elevan la tensión y el calor de la
preocupación y anuncian un otoño más caliente que nunca.
La última entrega de los seguimientos habituales del Centro
de Investigaciones Sociológicas (CIS) asusta, desde todos los puntos de vista.
Y eso que está hecha antes de que el presidente del Gobierno informara de sus
últimos grandes ajustes. Pero que se alimenten las dos crisis, económica y política,
con evidencia de continuidad y sin que los responsables atisben una salida,
hace que el panorama sea aún más desolador. Hay una desconfianza galopante,
según el CIS. Y la prueba es que ese desapego hacia los partidos políticos, del
que hemos hablado y del que habrá que seguir hablando, haya aumentado en tres
meses hasta un 25% y se coloque, después del paro y la crisis, como el tercer
gran problema que perciben los ciudadanos.
No es país para juegos, por supuesto.
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