El Gobierno vuelve a reunirse hoy, con una controversia sobre
la mesa: la protagonizada por los ministros de Hacienda e Industria, señores
Montoro y Soria, respectivamente, a cuenta de la reforma energética para
reducir el denominado “déficit de tarifa”, es decir el resultante de la
diferencia que el ejecutivo reconoce entre el coste de la energía producida y
lo que cobran las compañías eléctricas por medio de las tarifas aprobadas.
El asunto, por un quítame allá esas competencias, y por un
fortalecimiento de las posiciones políticas dentro del Gobierno, terminará
zanjado como ha pronosticado la vicepresidenta Sáenz de Santamaría: se debate,
pelillos a la mar, fuera asperezas… y que siga pagando el pueblo, que es de lo
que se trata. Cuentan que el presidente Rajoy fue quien frenó esta iniciativa
reformista a la espera de evaluar el impacto político. Puede que ya se oliera
algo. Pero, como suele ocurrir, parece no haberse preocupado del impacto
ciudadano. Porque las tarifas, ya lo verán, van a seguir subiendo. Buenas son
las eléctricas para presentar una cuenta de resultados a la baja.
El caso es que la polémica ha puesto de relieve una
conjugación gubernamental: yo me entrometo, tú contradices, él descoordina… Nos
hemos acostumbrado a las contradicciones y no pasa nada en el océano de las
penurias que, en otoño, va a experimentar una crecida de aquí te espero.
Si las diferencias entre Montoro y Soria son una suerte de
pugilato, o un envite, por usar un término cercano, malo que se haga a costa de
los ciudadanos pagadores. Ya el sector hizo valer su rechazo, a cuenta de la
incidencia en las energías renovables. Miren por donde se airea de nuevo el
malestar, a la espera de que se resuelva la controversia, ya veremos en qué
sentido.
Porque estas cosas, cuando se plantean como señalan algunas
versiones, es decir, un pulso, a ver en quién confía más el jefe, o tratando de
que prevalezcan criterios con vistas al futuro, para otros intereses, se sabe
cómo empiezan pero no cómo acaban.
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