En otra época, seguro, el asunto, cuando menos, hubiera
generado un debate considerable, un debate popular de esos, de los que
menudeaban, en los que intervenía todo el mundo, cada quien contando sus
vivencias, sus observaciones y sus interpretaciones más o menos interesadas.
Pero hace tiempo que esos debates desaparecieron en el Puerto de la Cruz, donde
la población, otrora tan sensible y tan crítica, ahora parece pasota y
resignada. Había tantas ganas de polemizar que incluso con los galardones y
premios que recibía el Puerto de la Cruz se generaba más de una controversia.
En otros
tiempos -lo hemos vivido en primera persona- había malestar por una bolsas de
basura colocadas en lugares inapropiados a horas inapropiadas. Y había protestas
por desechos amontonados alrededor del mobiliario urbano. Y se espantaban por
la maleza acumulada en parterres o jardines. Manchas en las aceras, negrura en
los bordes de las fachadas, desperdicios de todo tipo sustanciaban la
contrariedad de no pocos ciudadanos, a los que seguramente no faltaba razón
pero que eran mucho más exigentes. Era un tema recurrente de conversación, en
cualquier círculo. Pues se ha evaporado.
Hablamos del estado de suciedad en
las zonas públicas, en vías, urbanizaciones, barrios, plazas y recintos del
Puerto de la Cruz. Ya escribimos hace algún tiempo apelando a un poquito de
mantenimiento. Pues no mejora el enfermo. Y no se trata de cargar las tintas,
de hurgar en los males de la ciudad. No es ese el propósito ni siquiera el de
reactivar viejos debates. Si acaso, el de expresar una preocupación que se
constata en cualquier paseo o recorrido. O el de apelar a la sensibilidad de
responsables y administrados para que la cosa no empeore. Que esa parece ser la
tendencia.
Porque esto no es sólo un problema de
ayuntamiento y de quienes prestan el servicio. Las características de la
ciudad, su condición de destino turístico, exigen, además, el mejor estado de
presentación. Pero para decoro y estímulo de sus propios habitantes, para que les
distinga en su propia calidad de vida y para que les suene a timbre de orgullo
cuando los foráneos se marchen con una favorable impresión. Está claro que hay
que prestar el mejor servicio posible de recogida de residuos, de limpieza y
mantenimiento, de baldeo y riego… Muchos nos tememos que ahora mismo estamos
muy lejos de la mejor cobertura y de los mejores índices de esa prestación. Los
operarios harán lo que pueden: no se les hace culpables. Puede que las
condiciones en que vienen trabajando no sean óptimas. O que la organización del
servicio sea incompleta.
En cualquier caso, queda dicho, la
culpa no sería exclusiva. Aquí entra en juego la cultura cívica y más que eso,
la colaboración ciudadana. Es decir, la educación y la prevención. Hechos tan
simples como depositar los residuos en sus respectivos espacios o contenedores,
en las horas reguladas; o no arrojar colillas o chicles en las aceras; o dejar
bolsas y servilletas fuera de las papeleras no se llevan a cabo con frecuencia.
El resultado contribuye al estado de suciedad que nos ocupa. No sobran, en ese
sentido, campañas de comunicación y sensibilización. Aunque sean domésticas.
Empiecen por los colegios e institutos.
Porque todos queremos presumir de
ciudad limpia y ejemplar. Pero debemos ser consecuentes, sobre todo cuando se
nos compara con otras de los alrededores: es una ciudad de servicios muy al
alcance, de mucha movilidad peatonal desde primeras horas de la mañana hasta la
mismísima madrugada, de elevados niveles consumistas. Y eso exige un comportamiento
que permita visualizar el problema en toda su extensión y afrontarlo con
decidida voluntad de tratarlo no hasta su erradicación, que parece imposible,
pero sí hasta conseguir que se nos reconozca por ser una de las ciudades
turísticas españolas más llamativas en eso también.
LIMPIOS EN CASA ¿GUARROS EN LA CALLE?
ResponderEliminarTenemos que felicitarnos. Nuestros hogares deben de estar entre los más limpios de Europa. En lo referente a la limpieza, nuestro comportamiento en nuestras casas es ejemplar:
Nos duchamos frecuentemente.
Lavamos nuestras ropas casi diariamente.
Ni siquiera el más travieso de nuestros niños, osa tirar un chicle o un papel al suelo de su casa.
Ni al más rebelde de los adolescentes se le ocurre dejar el envase del refresco ni el vaso, ni la litrona de cerveza botados en el piso de su hogar.
Hay hombres más o menos cultos, pero ninguno escupe en el suelo de su domicilio.
Jamás a un fumador, ni siquiera al más empedernido, se le pasa por la cabeza tirar la ceniza, la colilla o la cajetilla vacía de tabaco al inmaculado suelo de su vivienda.
Si a alguna señora, o señor, se le derrama algo en su casa, rápidamente lo limpiará.
Hay animales domésticos en las casas, pero ninguno hace sus necesidades dentro de la casa, y, si por casualidad, eso ocurre, de inmediato serán recogidos los excrementos.
Nuestras casas están limpias como una patena.
Ni chicles, ni papeles, ni vasos, ni envases, ni latas, ni escupitajos, ni excrementos, ni colillas, ni cajetillas de cigarrillos, ni ningún tipo de basura se encontrará en el suelo de nuestros limpios hogares.
Por desgracia, no podemos decir lo mismo de nuestras calles, plazas, parques, jardines, playas y espacios públicos.
Por razones desconocidas, el comportamiento de muchas personas cambia nada más traspasar el umbral de la puerta de su casa.
Nuestras calles están sucias con manchas de chicles, papeles, vasos, latas, excrementos…Nuestras playas y parques son inmensos ceniceros, donde casi todos los fumadores, desde el profesor universitario al más modesto obrero, tiran con desprecio la colilla de su cigarrillo.
¿Podemos cambiar este comportamiento?
Se imaginan ustedes nuestras calles perfectamente limpias. Eso sería un inmenso orgullo para toda la población. Sin lugar a duda subiría de inmediato el sentimiento de felicidad y de pertenencia a nuestra tierra. Nuestros turistas estarían encantados y hablarían con halagos de nuestras ciudades.
Sería la forma más rápida y efectiva de mejorar nuestra estima propia y de cambiar, en positivo, la perspectiva que muchos extranjeros tienen de nosotros.
Además, no requeriría ninguna inversión económica.
Solamente hace falta que una gran mayoría de nosotros decida, a partir de este momento, mantener su comportamiento de limpieza en casa también en el exterior.
Partimos de una base ventajosa. Sabemos positivamente que lo podemos hacer, pues ya lo hacemos en nuestras casas.
Una vez que Vd. lo haya decidido, tiene que pedirlo amablemente a otra persona. Este punto de la amabilidad es esencial. Con malas palabras no iremos a ningún lado. Es preferible incluso callarse. Si surge la oportunidad, siempre pedirlo con mucha amabilidad y con sonrisas.
Se trata de convencer, no de imponer.
Sin lugar a dudas, éste es uno de los mayores retos que tiene pendiente nuestra sociedad.
Podemos hacerlo y vale la pena intentarlo. Pronto podríamos decir que somos:
LIMPIOS EN NUESTRAS CASAS Y LIMPIOS EN NUESTRAS CALLES.
Ramón Michán