Feliz título encontró Gabriela Gulesserian para introducir su
información en Diario de Avisos: “Las
terrazas toman las calles”. Es lo que se viene produciendo en el Puerto de la
Cruz desde hace años. Hemos escrito sobre ello en varias ocasiones, advirtiendo
de los peligros que entrañaba una excesiva permisividad cuya conclusión era
evidente: llegaría un momento en que no se podría transitar por ciertas vías,
convirtiendo de paso algunas zonas de la ciudad en inhóspitas y poco
atrayentes. Algunos comerciantes y propietarios de establecimientos
descubrieron que el suelo del Puerto de la Cruz es oro, es petróleo, de modo
que se lanzaron a ocupar aceras, espacios y calles de adaptación peatonal
montando otro local -a veces mayor que el original- en plena vía pública. Si
encima, pagaban poco -es probable que en algunos casos, nada-, mejor que mejor.
Pero tanta
tolerancia y tamaño exceso de ocupación, con el paso del tiempo, sólo podía
acarrear complicaciones. En algunas zonas, volviendo al título de Gabriela,
desaparecieron las calles, únicamente se ven terrazas. Venga mesas, sillas,
paraguas, toldos, pizarras, ornatos y ambientadores nocturnos. El clima ayuda,
claro que sí: hasta el punto de que a veces te encuentras con que el local
interior no hay nadie y fuera hay gente que espera de pie para hacerse con una
mesa.
Sobre el
papel, la cuestión es sencilla: se trata de cumplir y hacer cumplir con una
ordenanza específica reguladora. Es sorprendente que la del año 2008 haya sido
modificada en tan breve lapso de tiempo. Pero bueno, según se explica, se trata
de actualizar el texto y adaptarlo a otras normativas en vigor que tienen que
ver con la flexibilidad, seguridad y el espacio público.
La ordenanza
revisada incidirá en la ocupación de la superficie y la orientación estética.
En el primero de estos conceptos reside el meollo de la cuestión: ahora, según
se informa, se exigirá un certificado de aptitud del espacio público emitido
por la oficina técnica municipal, la base para cobrar una tasa según los metros
cuadrados ocupados. Cinta métrica, pues, para contrastar y ajustar. Seguro que
habrá quien se pase pero entonces es cuando deben aparecer policías locales e
inspectores para verificar e impedir los incumplimientos y las infracciones. Si
hay voluntad, y si se respalda la actuación fiscalizadora, se puede. Si se
trata de aparentar y mirar para otro lado, la ciudad se seguirá llenando
indiscriminadamente de mesas y sillas hasta desembocar en una anarquía
callejera por donde no se podrá circular o caminar sencillamente porque no hay
espacio.
Es curioso: en su día, la adaptación
peatonal estuvo inspirada para humanizar, para facilitar el paseo y la
movilidad peatonal, cedieron los coches. Ahora, es la ocupación desordenada y
excesiva la que dificulta ese tránsito. La conclusión es clara: el Puerto,
ciudad para pasear, se convierte en ciudad para sortear obstáculos.
Ordenanza, sí. Y un cambio de ‘modus
operandi’ en los comerciantes e industriales también. Por si alguien no lo ha
entendido: nada se tiene en contra de que la ocupación del espacio público sea
un reclamo, sea un incentivo para el desarrollo de negocios y actividad
mercantil. Pero, como todo, o eso se regula y se cuida, evitando excesos y
desvíos o la ciudad perderá uno de sus últimos encantos.
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