El periodismo recurre a las
instituciones públicas. ¿Qué es esto a estas alturas de la crisis? ¿Es que
guardan alguna panacea para aliviar los males del sector y de la profesión o
disponen de alguna alternativa? Nada de eso: se trata de sensibilizar a los
representantes de la voluntad popular y de la ciudadanía en general para que,
de alguna manera, se identifiquen con los problemas que están agravando la
precaria subsistencia de quienes, empresas, editores y profesionales, se dedican a la comunicación. No es que
tengan en sus manos la solución pero pueden cobrar más conciencia de lo que
significa un periodismo débil y con una proyección, paradójicamente, cada vez
más limitada.
Las
razones están prácticamente todas dichas. A medida que la crisis se ha cebado
con el ámbito mediático, queda en evidencia el riesgo de una democracia de
menor calidad y de un sistema de convivencia cada vez de más reducida
transparencia. El pluralismo también flaquea. Crecen las debilidades y las
fortalezas hay que encontrarlas con lupa, en campos, además, donde se tarda en
hacerse con las riendas y donde ni hay empresarios que conozcan a fondo el
sector ni emprendedores dispuestos a invertir porque creen que el negocio, si
lo hubiera, está muy lejos de producir rentabilidades a corto y medio plazo.
El
periodismo se resiente y lo sabemos. Y lo palpamos. Hay situaciones concretas
que producen verdadero escarnio. Por eso es necesario hacer todo lo que esté al
alcance para defenderlo. La Federación de las Asociaciones de la Prensa de
España (FAPE) espera que su manifiesto sea tramitado en la forma que cada
institución púbica estime más adecuada pero que debe significar una sola voz,
unida, un grito que se escuche en rincones y recodos por donde la información
debe fluir inspirada en la libertad y en la necesidad de disponer de ella para
que la democracia no se vea amenazada. Sería llamativamente paradójico que en
la sociedad del conocimiento desapareciera el periodismo.
Precisamente,
el primero de los factores en los que incide ese manifiesto estriba en hacer un
periodismo sólido y riguroso, ajustado a sus principios sagrados, para evitar
la desnaturalización de sus fuentes, las falsedades y la manipulación, el
sensacionalismo, los odios y la tendenciosidad. Cuando estos hechos concurren,
está claro que se defienden intereses ajenos al bien común y se pierde toda
credibilidad. Por ahí tiene que doler a todos: a los profesionales, a la
sociedad misma.
Se
trata de que las instituciones se hagan eco y hagan suyo el problema. Y si
pueden aportar, mejor. De alguna manera, esta crisis también las afecta. Se han
perdido puestos de trabajo, han cerrado emisoras o publicaciones municipales o
de otro nivel, las opciones de difundir su propia actuación y su propia obra
han disminuido considerablemente… Los gabinetes de comunicación, en fin, que
han desempeñado un papel destacado para dar a conocer el trabajo institucional
y dimensionarlo de forma apropiada, corren peligro. Y es una lástima, en
verdad, que esa labor -en algunos casos, sobresaliente- por sus iniciativas,
por su labor investigadora, por su enriquecimiento de archivos y documentación,
por su contribución a la Historia, se
viera interrumpida, se marginara o se perdiera.
El
último apartado del manifiesto es la FAPE habla por sí solo: la defensa de la
libertad de prensa, del derecho de información y del ejercicio de un periodismo
digno y dignamente remunerado, atañe también a las instituciones y a los
ciudadanos.
En definitiva, otro
amplificador, el de una apelación que casi suena a desespero. El altavoz de la
institucionalidad representativa. Ese es el objetivo, sabiendo que está en
juego, sin exageraciones, la convivencia democrática. Convencidos de que sin
periodistas no hay periodismo y que sin periodismo, no hay democracia.
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