Su aparente estado de seriedad permanente apenas disfrazaba
el talante desprendido y generoso que acreditaba su personalidad. No digamos el
humor, la sorna con que adornaba muchas conversaciones y vivencias. Observador,
servicial, atento, humanista… procuraba que nada a su alrededor le fuera ajeno.
Así era
Ignacio Torrents González, un portuense afincado en la Villa de La Orotava,
donde casó, funcionario del Ayuntamiento de Santa Cruz de Tenerife, fallecido
hace pocas fechas y a quien debemos estas líneas. Pese a esos factores de
distancia, Ignacio jamás perdió su condición de portuense. La lucía donde
podía, donde le dejaban, donde con orgullo la proclamaba sobre todo a la hora
de recordar situaciones y personajes.
Sin presumir
de ella, tenía buena memoria. En ella almacenaba claves de humor local, como
heredero de aquel estilo que caracterizó la convivencia durante décadas de un
pueblo, con “un mal Círculo de Iriarte, donde cuatro ranilleros hablan de
ciencias y arte”. En la posguerra y hasta bien entrados los años cincuenta, en
el Puerto de la Cruz de las lenguas, viperinas y de las otras, cuando los celos
y las rivalidades personales se libraban a base de versos anónimos que
circulaban clandestinamente y cuando el uso de mensajes e indirectas para
criticar sustanciaba agudas interpretaciones, Torrents debió añadir a sus
asignaturas del peritaje industrial y de la profesión que ejercería el espíritu
y el imaginario de un pueblo que abría paso a la modernidad resistiéndose a
perder su costumbrismo y sus señas de identidad.
Ignacio, con
el tiempo, se haría periodista, mejor dicho, licenciado en Ciencias de la
Información. Su afán por ampliar conocimientos era evidente. Hizo bueno desde
luego lo del saber no ocupa lugar. Del peritaje industrial dio el salto,
organizado metódicamente como le gustaban las cosas, al mundo de las letras y
las ciencias sociales. Y es que tenía vena de escritor. Le apasionaban los
medios de comunicación y la lectura. No quedaba acto social, conferencia,
exposición o sepelio al que asistiera en el que no comentara una publicación
reciente. Y no fue de los que se ancló o refugió en el pasado, precisamente. Lo
demostró en varias ocasiones, cuando apareció en las versiones televisivas de
la Tertulia Villera que coordinaba
Bruno Álvarez. O cuando leyó el pregón de una Semana Santa portuense en el que
expuso no sólo creencias sino convicciones de su filosofía de la vida y del
mundo.
Ignacio
Torrents González, probo y respetado funcionario municipal, vivió con
entusiasmo el retorno y la consolidación de la democracia. Buen conversador y
atento a lo que decían terceros, siempre preguntaba por antecedentes familiares
de alguien que le presentaban o no conocía lo suficiente. Su vida, a caballo
entre La Orotava, el Puerto y Santa Cruz, fue modelo de inquietud social y
rectitud familiar.
Un hombre
que siempre quiso saber más. Así será recordado.
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