Era como ‘Hyde Park corner’, en Londres, en donde podías subirte a un
cajón y lanzar una perorata o un mitin, en el idioma que fuese, ante un
babélico auditorio en el que unos sonreían, otros aplaudían, unos cuantos
ponían atención y otros seguían su camino por las vías de la capital británica.
‘Hyde Park corner’ era un peculiar lugar de encuentro y de paso en la urbe
londinense, una posada de la multiculturalidad, uno de los puntos clave para
tomar el pulso de la ciudad, acaso donde la libertad de expresión alcanzaba su
cenit.
La esquina del bar “El Capitán” fue el particular ‘Hyde Park corner’ de los portuenses. Fue el mentidero por antonomasia, tan cerca de la plaza del Charco y del cine y del muelle. Allí había una cita diaria. Para hablar de fútbol, pero también de otras cosas que acontecían en la ciudad. Allí fue donde los chicos empezaron a congeniar con los grandes, rompiendo esquemas de cuando no se podía interferir ni participar en las conversaciones de los hombres o de los mayores.
En la esquina, de pie, o en las mesas que suplementaban los locales del bar, se tomaba nota de la quiniela colgada en una pizarra publicitaria gigante donde figuraban los resultados de la jornada. O se formaban corros junto a un transistor para conocer la última hora del partido televisado o los resultados del fútbol regional. Y se discutía largo y tendido después del encuentro disputado en El Peñón, cuando el Puerto Cruz lucía un fútbol que parecía de otra categoría. En aquella esquina desembocaban los vehículos que con aficionados habían acompañado al equipo en el desplazamiento de ese día. Y bajo el balcón o en el zaguán o en una sala de billares próxima a la entrada se refugiaba el personal los días de lluvia.
La esquina del bar “El Capitán” fue el particular ‘Hyde Park corner’ de los portuenses. Fue el mentidero por antonomasia, tan cerca de la plaza del Charco y del cine y del muelle. Allí había una cita diaria. Para hablar de fútbol, pero también de otras cosas que acontecían en la ciudad. Allí fue donde los chicos empezaron a congeniar con los grandes, rompiendo esquemas de cuando no se podía interferir ni participar en las conversaciones de los hombres o de los mayores.
En la esquina, de pie, o en las mesas que suplementaban los locales del bar, se tomaba nota de la quiniela colgada en una pizarra publicitaria gigante donde figuraban los resultados de la jornada. O se formaban corros junto a un transistor para conocer la última hora del partido televisado o los resultados del fútbol regional. Y se discutía largo y tendido después del encuentro disputado en El Peñón, cuando el Puerto Cruz lucía un fútbol que parecía de otra categoría. En aquella esquina desembocaban los vehículos que con aficionados habían acompañado al equipo en el desplazamiento de ese día. Y bajo el balcón o en el zaguán o en una sala de billares próxima a la entrada se refugiaba el personal los días de lluvia.
Un ex árbitro llegó a decir públicamente que él se sentaba allí a
escuchar las conversaciones “porque allí aprendía”. Había quien alardeaba de
conocimientos balompédicos mientras otro piropeaba a cualquier extranjera que
pasaba extrañada ante el vocerío. Los periódicos y las publicaciones circulaban
con facilidad. Hasta que durante años se impuso la costumbre de hacer allí la
sobremesa escuchando el programa deportivo de moda.
La esquina del bar “El Capitán” fue escenario de abrazos y
reconciliaciones, de alegrías post-partidos y de discusiones que se zanjaban
sin miramientos. El propietario se asomaba de vez en cuando y se asombraba,
casi siempre contrariado pero muy respetuoso. Los camareros actuaban según las
peticiones.
Fue el particular ‘Hyde Park corner’ de los portuenses que, como otras muchas cosas, desaparecería con el paso del tiempo. Pero aquella, en cierta medida, fue una de las primeras redes sociales. El bar cerró sus puertas. Los habituales siguieron sus respectivos caminos. Y los modos de concentración o de discusión fueron otros. Brotaron otros mentideros. El edificio fue restaurado y albergó uno de esos establecimientos de comida rápida. Pero ya nada fue igual. Ni el ambiente ni las personas.
Fue el particular ‘Hyde Park corner’ de los portuenses que, como otras muchas cosas, desaparecería con el paso del tiempo. Pero aquella, en cierta medida, fue una de las primeras redes sociales. El bar cerró sus puertas. Los habituales siguieron sus respectivos caminos. Y los modos de concentración o de discusión fueron otros. Brotaron otros mentideros. El edificio fue restaurado y albergó uno de esos establecimientos de comida rápida. Pero ya nada fue igual. Ni el ambiente ni las personas.
Todo tiene su ciclo. Aunque a muchos portuenses siempre nos quedará la
esquina de “El Capitán”.
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