A medida que las informaciones
sobre los perfiles y la personalidad del nuevo Papa hacen que vaya remitiendo
la sorpresa inicial de su elección, la percepción es la misma que antes de
celebrarse: quien quiera que fuese, independiente de nacionalidad, tendrá que
pilotar la Iglesia católica de modo que ofrezca respuestas claras a las
exigencias del propio catolicismo y de la sociedad del siglo XXI.
El problema no es sólo los escándalos sexuales de algunos de
sus miembros o los indicios racionales de corrupción sino el inmovilismo. A una
institución cabe exigirle siempre aperturismo, transparencia. Y sobre todo, un
posicionamiento claro y solidario ante medidas de poderes terrenales que frenan
el progreso y los avances sociales.
El nuevo pontífice sabe bastante de lo que son las demandas
y aspiraciones de capas de población de jun país y de un continente que tienen
en la Iglesia católica una referencia. Es su fe, es su credo lo que les mueve.
Pero a estas alturas de la Humanidad ya no basta con una entusiástica
concentración en el curso de una visita papal o con una liturgia de impecable e
impactante ejecución.
Los primeros gestos de Jorge Mario Bergoglio, de Francisco
I, son esperanzadores. Las informaciones que van llegando sobre su pasado son
esclarecedoras, aunque se mantengan sombras de duda. Pero no estamos aquí para
enjuiciar su pasado sino para afrontar el porvenir con otro talante o con otra
perspectiva. Claro que la humildad de las formas debe estar acompañada por la
iniciativa y la firmeza de las convicciones para dar pasos a favor de querer
abrir nuevos caminos que nos hagan ver la nueva Iglesia. Y es que inspira
cierta seguridad su condición de jesuita.
No se quiere un Papa revolucionario sino un pontífice
emprendedor, transigente, consciente de que ha de modelar y operar en un cuerpo
que tiene más seguidores que nunca. Consciente de que poco tiene que ganar ante
el laicismo y mucho ha de reformar para superar la desafección y la creciente
pérdida de fieles.
Habla castellano y procede de un continente de especiales
características en el plano sociológico. Además del gobierno de la Iglesia,
tiene por delante la inmensa tarea de incentivar la fe y de modernizar
estructuras y usos.
Por usar su fraseología inicial, Dios le guíe y le bendiga.
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