“La sistemática aplicación de recortes
presupuestarios está estrangulando la disponibilidad de recursos para la
sanidad pública poniendo en riesgo la calidad asistencial y la salud de la ciudadanía”,
dice uno de los párrafos del “Manifiesto por una sanidad pública, universal y
de calidad” que hace pocas fechas presentaron conjuntamente PSOE, IU y la
Federación de Asociaciones para la Defensa de la Sanidad Pública. Es bastante
ilustrativo.
Quienes
hemos dado por liquidado el Estado del bienestar -el remate lo pondrá la nueva
Ley que regulará el régimen local, con la apertura a la privatización de los
servicios sociales municipales-, encontramos en el desmantelamiento del sistema
sanitario público la prueba más fehaciente. A la utilización de la crisis
económica como disculpa de la insostenibilidad y justificación de medidas
restrictivas por parte del Gobierno, hay que contraponer la impresión cada vez
más extendida de que se está considerando la sanidad pública como un negocio. O
sea, desmontar para conducir obligatoriamente, si es que se tiene dinero, a la
atención privada. Para eso también ha servido la mayoría absolutista del
Partido Popular.
La
exclusión de inmigrantes sin documentación de la atención sanitaria
ambulatoria, la progresiva incorporación de copagos en distintas prestaciones
sanitarias, la exclusión de más de cuatrocientos medicamentos de la cobertura
sanitaria y el incremento de las aportaciones de la mayoría de los pacientes en
el acceso a los medicamentos son, entre otros, aspectos concretos de una
reforma sanitaria con la que sólo pueden estar de acuerdo los empresarios del
sector sanitario privado. Ni las admirables protestas de la comunidad
profesional de Madrid ni algunas resoluciones judiciales que cuestionan algunas
determinaciones del gobierno de la Comunidad de Castilla la Mancha relativas al
cierre u horario de apertura de centros de salud parecen frenar los indomables
afanes privatizadores de los gobiernos del Partido Popular.
Se
va configurando, pues, en una cierta atmósfera de impunidad, un preocupante
escenario donde las restricciones y las exclusiones aumentan las desigualdades
en salud en nuestro país. Por si no nos hemos dado cuenta: es la salud lo que
está en el centro y con la salud no se juega, porque es un derecho
irrenunciable. Pero de esto poco entienden algunos.
¿Hay
alternativas? Pues claro que sí: hay que asegurar la suficiencia financiera de
la sanidad pública mediante una fiscalidad equitativa. Y hay que establecer un
sistema de cohesión a través de un Fondo para la igualdad que desarrolle los
planes de salud que garanticen equidad, cohesión e igualdad de todos los
españoles. Así se recoge en el Manifiesto señalado al principio.
Las
organizaciones firmantes se han comprometido a presentar iniciativas en sus
respectivos ámbitos de operatividad para revertir la situación. Será complicado
porque los intereses son de aúpa. Pero es un compromiso ético que debe
sustanciar un modelo más justo. En las protestas de Madrid y Castilla La Mancha
se dibuja un horizonte de esperanza y resistencia: a ver.
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