Se cumplen treinta años de la
inauguración de la Universidad Popular Municipal (UPM) del Puerto de la Cruz,
la primera de Canarias. En la que era primera visita oficial del presidente del
Gobierno de la Comunidad Autónoma, Jerónimo Saavedra, a un municipio de
Tenerife, fue incluido un acto que tuvo lugar en el vestíbulo del centro, un
antiguo inmueble de uso residencial turístico, adquirido por el Ayuntamiento
con el fin de destinarlo a núcleo de actividad social, formativa y
participativa. Era alcalde Francisco Afonso, cuyo nombre, por decisión
corporativa, rotularía la UPM meses después del fatídico accidente de La
Gomera.
“Yo creo que nos encontramos
ante la iniciativa más esperanzadora en estos momentos en el archipiélago
canario”, dijo Saavedra entonces, después de haber recorrido aulas y
dependencias del centro, de haber participado en una clase de inglés que se
impartía en el momento de su visita y de haber descubierto una lápida cuyo texto
condensaba el acontecimiento. Los periódicos de la época recogieron en las
ediciones del 25 de marzo crónicas y numerosas fotografías del acto.
Antes, Nicolás Barroso
Hernández, responsable de la UPM, había dirigido una salutación de bienvenida
seguida de una explicación de las características y objetivos de la institución
que nacía. Su primera responsable política era Elsie Ribal.
Señala una de las reseñas
periodísticas que el alcalde portuense, Francisco Afonso, habló con
satisfacción de la obra que se inauguraba “que responde -dijo- a una gran
demanda popular que se ve satisfecha gracias al esfuerzo de cuantos habían
hecho posible su puesta en marcha”. Agregó: “Hay que congratularse por ello y
mucho más hasta alcanzar esa aspiración de que el centro se convierta en el
lugar cultural e intelectual más importante de nuestra ciudad”.
Al cabo de tres décadas,
puede hablarse ya con cierto sentido de perspectiva. La evolución de la UPM
entraña luces y sombras en medio del interés que hayan puesto los gobernantes.
El fenómeno de las universidades populares españolas adquirió gran importancia,
incluso antes de la guerra incivil. Eran una alternativa a las enseñanzas
regladas, una auténtica oportunidad para quienes no disponiendo de recursos o
de posibilidades encontraban un espacio donde formarse, ampliar conocimientos o
desarrollar habilidades. La reinstauración de la democracia recuperó estos
centros: el portuense fue el pionero en Canarias. Sobre él germinó, incluso, la
semilla de la Asociación Canaria de Universidades Populares.
En la UPM portuense ha habido
de todo durante estos treinta años. Desde récords de matriculación, desde
impartición de cursos de materias poco habituales, desde experimentación
práctica con otras, desde la configuración de grupos teatrales o de danza,
desde la conformación de la banda municipal de música, desde la cesión de
espacio no exenta de contenciosos a otras entidades… a una progresiva pérdida
de fuerza activista, capaz de proyectarse al exterior. No es exagerado decir
que aparece como una realidad alicaída, que ha mermado su identidad.
Bien que debemos sentirlo.
Porque la UPM, a poco que se la dinamice y se impregne de innovación, con los
adecuados reclamos (incluidos los de divulgación), tiene que seguir siendo la
referencia esperanzadora de la que se habló en su inauguración. Los tiempos no
son los mismos ni son iguales las circunstancias, de acuerdo: pero ahí está el
reto, la búsqueda, el afán de querer progresar y consolidarse.
Para eso es indispensable la
voluntad política. Salvo que invertir en educación y fomento de la
participación social haya dejado de ser una atención política.
Hace treinta años que se
inició aquella esperanzadora andadura. Hoy, desde el Ayuntamiento, seguro que
nadie se ha acordado de aquel acontecimiento ni nadie habrá promovido una
mínima acción conmemorativa.
Tanta indolencia, tal
abandono es lo preocupante.
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