Lo ha dicho María de los Llanos de Luna, delegada del
Gobierno en Catalunya: “Es importante que haya pijos y ricos porque son los que
más gastan”. No escogió un buen momento para hacerlo: el mismo día en que eran
conocidos los catastróficos datos de la Encuesta de Población Activa (EPA). Y
claro, entre la sesuda reflexión y la inoportunidad de su publicación, es
consecuente que María de los Llanos, independientemente de algunos antecedentes
poco gratificantes que su actuación pública ha meritado, haya elevado su
cotización de reprobación, especialmente en redes sociales donde tal
manifestación, desde luego, no podía pasar inadvertida.
No están
teniendo mucha fortuna algunos representantes del Gobierno o del Partido
Popular con sus declaraciones públicas. Y eso que saben que se les está
exigiendo. Entre otras causas, porque varios de los jefes eluden, literalmente,
la comparecencia ante los medios de comunicación. Pero entre la falta de rigor
y de cautela, entre los excesos de los sinceramientos y la incontinencia, salen
ronchas que contribuyen a la erosión de lo gubernamental.
Aquí, la
señora delegada identifica a personas ricas y pijas. Nada se tiene en contra de
las mismas. Allá cada quien con su rol y sus circunstancias. Pero que considere
de Luna que es importante su existencia en función de su capacidad de gasto, ya
es más discutible, porque el prejuicio expone una distinción clasista y seguro
que eso no va a gustar ni a quienes teóricamente, por fas o por nefas, en ella
se encuentran. Y luego, porque da pie a las siempre delicadas exclusiones, en
este caso del consumo cotidiano, en el que cabe situar a las clases medias sobre
la que recaen, ya se sabe, casi todos los males de la fiscalidad y las
frestricciones, especialmente en tiempos de crisis. Si la clase media no
consume, pasa lo que está pasando. Y si los más pudientes no contribuyen de
otra manera, los desequilibrios serán aún mayores.
El acento en
la estigmatización de las personas ricas y pijas que ha puesto María de los
Llanos de Luna da pie a preguntarse si todo ese gasto que se presume lo hace en
España. Pero bueno, el caso es que su afirmación constata los frutos de ciertas
políticas: seguro que hay ricos y pijos porque al disminuir el poder
adquisitivo de las clases medias y bajas, derivado de la reducción de costes
salariales o de puestos de trabajo, sencillamente, estos segmentos sólo han
podido mantener su capacidad de gasto mediante el crédito, en tanto que los
intereses de las grandes fortunas o los beneficios empresariales, en vez de ser
reinvertidos, han desembocado en la economía especulativa o han escapado del
fisco hacia paraísos fiscales.
Seguirá
distinguiendo la señora delegada. Y se le tolerará, no pasa nada. Faltaría más.
Pero que luego no se queje de fractura ni de reivindicaciones o de apremios
sociales, siquiera el derecho al pataleo que resta a quienes no son pijos ni
ricos.
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