En el principio fue el aumento. Y se pasó de 49 a 53 diputados en
las Cortes de Castilla-La Mancha. En la “reflexión” posterior, preñada de
austeridad, fue la reducción. Mejor dicho: el hachazo. Porque de 53 se pasaba a
25. Y además, sin retribuciones fijas.
Este es, en
resumen, el alcance de la reforma de la Ley Electoral que la presidenta de esta
Comunidad quiere aprobar con intenciones muy claras: mermar la calidad
democrática, disminuir la representación de la voluntad popular, irrespetar
criterios de proporcionalidad, básicos en democracia. Si en ese marco logra
disminuir las opciones electorales de los adversarios políticos, ya está la
cuadratura del círculo: permanecer en el poder.
Después, será
crítica con los mandatarios sudamericanos empeñados en reformar la Constitución
de sus respectivos países para perpetuarse. Denostará, incluso, los
procedimientos, más o menos plebiscitarios. Eso sí: no reparará en que ha huido
de todo posible consenso que para reformas de esta naturaleza resulta
indispensable en la sociedad del siglo XXI, a la que están haciendo retroceder,
por cierto, como nunca pudo imaginar.
Estamos pues ante
un auténtico bandazo político-electoral. Es difícil justificar este auténtico
salto: del incremento a la reducción a la mitad. Señora presidenta, con el
debido respeto: esto no es de buena gobernante. Quien busca menguar el
pluralismo político en tiempos en que predomina la desafección, no puede
sentirse respaldada. Quien pone trabas a la participación política, demuestra
que la Constitución le merece muy escaso respeto. ¿Cómo impulsarla, cómo
administrar los recursos públicos desde la variedad de ópticas y cómo
transparentar la gestión de los mismos en esas condiciones?
No bastan
criterios economicistas o de presunta y recurrente austeridad. La democracia
merece todos los esfuerzos que sean necesarios, especialmente en tiempos en que
hay que incentivar para no dar pie a situaciones indeseadas. Los ciudadanos
quieren más democracia y quieren que la política ofrezca soluciones. Pero no
precisamente las que signifiquen recortes de su representación.
Por ejemplo:
Castilla-La Mancha tiene más de dos millones de habitantes. Su presupuesto está
cercano a los ocho mil millones de euros. Si prosperase su pretensión
reduccionista parlamentaria, habrá menos diputados que concejales en el
Ayuntamiento de Albacete, actualmente veintisiete, para controlar ese volumen
presupuestario. No parece consecuente.
Y tampoco es
cuestión de maniatar o propiciar la exclusión de quienes no tengan
responsabilidades públicas de gestión, es decir, de quienes queden en la
oposición. Si lo que pretende, con reformas así, es aburrirles, marginarles o
limitar su dedicación a los menesteres políticos, flaco favor hace a la democracia.
¡Quién vería a la señora Cospedal y a los suyos si se vieran afectados por
medidas similares procedentes de gobernantes de signo político progresista! De
lo menos que hablarían es de golpe de Estado institucional.
Para la
presidenta de Castilla-La Mancha y secretaria de Organización del Partido
Popular (PP) soplan vientos desfavorables. No parece que con iniciativas como
ésta, con bandazos como el que propugna, vaya a ganar credibilidad y respeto.
Que no se extrañe, en definitiva, de seguir en caída libre en las encuestas.
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