Quienes circulaban por los alrededores se
extrañaron aquella mañana de la concentración de personas y de aquel inusual
movimiento en los exteriores del Palacio de Justicia de Santa Cruz de Tenerife.
Comparecía Saida Prieto, la candidata accidentada en la gala de elección de la
reina del Carnaval.
No
tardó en saltar la chispa del circo mediático. Los exprimidores del morbo
estaban al acecho. Y aunque parece que es la propia Saida -o su entorno- la que
inicialmente alimenta, al pactar hacer unas declaraciones a un programa de
Antena 3 Televisión -en una versión se señala que era con los tres canales
privados nacionales- a la salida de su testimonio judicial, lo cierto es que
son los reporteros de otro programa de Tele 5 los que colocan un pinganillo en
un oído de la protagonista y anticipan su versión. Ahí, otro incendio: hasta se
escucha la voz de Saida decir: “No me agobien”. Enfado en directo que alteraba
la comodidad de la distancia tertuliana de los estudios, reproches y
acusaciones de falta de profesionalidad. En el descontrol, el abogado que
esgrime la manguera para ofrecer una entrevista de compensación al programa de
Antena 3 Televisión.
Lo
dicho: otro incendio, con el que pasar de la tragedia que fue aquella gala, en
la que gracias a Dios no hubo otras fatalidades, al ‘show’, al espectáculo en
el que se ha convertido la primera fase de la resolución judicial del
accidente. Algunos de los presentes han confesado haber sido sujetos pasivos
del circo mediático: vivieron eso que han visto tantas veces y que tantas veces
han reprobado. La noticia estaba allí, de acuerdo, pero a esos tumultos, a esos
empujones, a esas descalificaciones “en riguroso directo”, no están
acostumbrados. Demasiado aparatosa la obtención del testimonio de la
protagonista. Los índices de audiencia tienen la culpa, todo vale: el fin
justifica los medios.
El
caso es que la información se tiñe de morbo. Eso es lo que quieren los
espectadores, se dirá. Cebarse en el dolor. Pero la audacia por lograr aquélla,
en buena lid competencial, se desvirtúa cuando se sabe que hay compromisos e
intereses en juego. Si la protagonista se presta, si la dimensión pública del
personaje se confunde, entremezclándose con otros factores, cuesta salir en su
defensa. Si se llega al postre de la situación, cuando surgen comunicados
explicativos de las partes cargados de intención o planteamientos de ofertas y
exclusivas (remuneradas, claro) que, en realidad, lo que hacen es prolongar la
sesión circense, se comprobará que no hay límites y que hay que agotar el
filón.
Respetemos
el dolor de la víctima, aún no desaparecido, y de sus allegados. Y su capacidad
de libre gestión de las secuelas del suceso. Aquí ha habido una sociedad que ha
expresado su dolor y su solidaridad. Por lo que sería bueno, si se admite la
recomendación, que no se diera pie a una deformación sesgada de lo acontecido
hasta germinar dudas y rechazo. Que se tenga presente el derecho a la intimidad
y a la privacidad. Y que aun existiendo circunstancias luctuosas, se pasa de la
compasión al rechazo en un santiamén.
Y
dicho sea sin pretensiones moralistas: si algunos medios de comunicación, con
sus intereses, que también los tienen, contribuyen, con sus métodos y sus
irrespetos, contrastarán que sigue en caída libre su credibilidad.
De
la tragedia al circo, apenas hay unos pasos.
Poderoso, y asqueroso, caballero don dinero.
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