Volvió a ser la tarde-noche de los
transistores. Volvió a mandar la radio. Pese a que la televisión de pago
también amplió su oferta e hizo un despliegue similar al medio radiofónico.
Las
dos últimas jornadas de Liga, incluida la de la Primera división, nos devolvió
una emoción perdida a lo largo de las últimas temporadas, desde que los
horarios fueron liberalizados, precisamente para aprovechamiento de los réditos
publicitarios en los derechos de imagen y, supuestamente, para evitar
perjuicios a los clubes.
Escuchamos
el bip-bip-bip anunciador de novedad, la sintonía del gol, como bautizó
alguien. Seguimos el frenesí vertiginoso de las conexiones establecidas
prácticamente sin la interlocución de los locutores-coordinadores del estudio.
Atendimos el relato apresurado de corresponsales o enviados especiales
conscientes de la trascendencia del resultado. Vibramos con las alteraciones
del tablero, con el minuto del tiempo de juego, con el ritmo del carrusel y con la plétora de emociones
de radioestadio.
El
sonido mágico y característico de la radio aumentó el número de espectadores
televisivos que cierran el volumen de su aparato para seguir las incidencias
desde el receptor. Las imágenes -algunas en directo- reflejaban la escucha
absorta o angustiada, la sintonización compartida en auriculares, el
seguimiento mascando chicle, los rostros cariacontecidos o alegres, los gestos
de incredulidad, las lágrimas y las inefables expresiones de contento cuando
las noticias ya eran hechos consumados. En el propio estadio o en el exterior o
en el círculo donde decidieron seguir la suerte desde cualquier aparato, la
radio fue protagonista.
Tanto
en juego, plazas europeas, ascenso o descenso de categoría, exaltaron su caudal
informativo y futbolístico durante dos fechas. Lástima que sólo sean dos. En
otros tiempos, cuando la coincidencia horaria del comienzo, cuando se podía
calcular el tiempo de manera uniforme, cuando el partido televisado tenía su
horario reservado, la emoción era absoluta y todos estábamos pendientes de las
noticias que llegaban desde los distintos campos. La radio acentuaba el interés
y la emoción. En las temporadas más recientes, con esa diversidad horaria, con
ese calendario de conveniencia, y salvo algunas jornadas de Segunda división
-por lo tanto, con ámbitos de audiencia muy circunscritos- tales reclamos como
que disminuyeron, pese al probo esfuerzo de los excelentes profesionales para
mantener la atención y la tensión de los oyentes.
Entonces,
hasta algunas dificultades técnicas para conectar con ciertos puntos de la
geografía balompédica se entendían como muy propias del directo, imprimían más
incertidumbre si cabe. Las innovaciones tecnológicas –principalmente, el uso
del micrófono inalámbrico y la utilización del teléfono móvil como infalible
alternativa- hacen ahora mucho más llevadero y fluido (nada se detiene) el
ritmo de programas al que están atentos miles y miles de personas, ávidas de
información, del resultado de su equipo favorito, de las clasificaciones y de
los signos de la quiniela.
Fueron
dos jornadas de intenso seguimiento del medio. Lo que estaba en juego obligaba
a una homogeneidad temporal y sirvió para reivindicar la radio que, una vez más
y van…, dio la talla, respondió a las exigencias de sus usuarios, de los
habituales y de quienes se acordaron de que, para enterarse al instante, ahí
está ella, con su inmediatez, con su magia y con su alcance.
Ganó
la radio, una vez más. Lástima que solo hayan sido dos jornadas.
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