Dos años se cumplieron el pasado mes de julio del cierre del
hotel ‘Atalaya’, enclavado en el parque Taoro, con trayectoria destacada, con
prestaciones profesionales en el pasado de muy estimable nivel. El cierre del
establecimiento alargaba el agónico proceso de la pérdida cuantitativa de la
oferta turística portuense que, a lo largo de los últimos tiempos, se ha
agravado hasta extremos preocupantes, porque es el sostén productivo y porque
no ha habido forma de frenar la desaparición de camas turísticas que es así
como se expresa lo sustantivo de esa oferta.
Junto al
‘Atalaya’, habría que colocar, pues, los nombres de otros alojamientos
hoteleros y extrahoteleros (apartamentos). La información publicada ayer en estas
páginas por Gabriela Gulesserian precisaba que en los últimos cinco años habían
cerrado diez establecimientos, lo que, en concreto, significaba tres mil
cuarenta y una camas turísticas menos. Actualmente, la oferta alojativa del
Puerto de la Cruz ronda las veintiuna mil cuatrocientas camas. En la isla se
registran unas ciento sesenta mil, la mayoría emplazadas en el sur. En los
últimos veinte años, según datos que llegó a ofrecer en su día la patronal
hotelera, la ciudad norteña pudo haber perdido unas diez mil camas turísticas.
Las cifras -y la evolución- son
preocupantes, claro que sí. Los nombres de los establecimientos que han cerrado
su explotación y que ya son historia significan una curva muy negativa de la
oferta que va palideciendo. Ojalá sirviera para racionalizarla y ajustarla.
Porque entonces se podría hablar de competitividad con todo fundamento: se sabe
de lo que se dispone, luego es cuestión de afinar, mejorar, cualificar y
consolidar la oferta. Con la experiencia que se atesora, teóricamente, no
resultaría difícil.
Pero debe
tenerse en cuenta que las tendencias de los mercados, los perfiles y las
preferencias de los turistas así como la propia competencia son diferentes, lo
que obliga a al sector y a los responsables políticos no solo a cargar baterías
sino a tener un papel muy activo en la innovación de los productos y en la
obtención de reclamos que suplan deficiencias y fidelicen clientelas. El
Puerto, en ese sentido, sigue adoleciendo de uno o dos grandes eventos anuales
que proyecten su nombre y su imagen de destino diferenciado, incluso de la
masificación.
De lo que se
trata es superar la idea de que la ciudad ha entrado en barrena o en caída
libre. Los intentos de recuperación deben visualizarse mejor, de modo que hagan
superar esa pérdida de competitividad que deriva de la merma evidente de la
capacidad alojativa. No es bueno, desde luego, un goteo de supresión de camas y
que trascienda con una perniciosa devaluación de conjunto. Hay que auspiciar la
estabilidad y seguro que se cuenta con estudios e instrumentos adecuados. El
todo es fortalecer la calidad de un destino llamado a remontar antes de que sea
demasiado tarde.
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