Fue el adelanto de la
memoria de un centro educativo, el colegio de Segunda Enseñanza del Puerto de
la Cruz (1927-1975), expuesto en el Instituto de Estudios Hispánicos de
Canarias por el doctor Luis Espinosa García-Estrada quien, junto a su prima Margarita
Rodríguez Espinosa, se ha empeñado en publicar un libro que contenga la
trayectoria del lugar -mejor: de los lugares- donde se formaron varias
generaciones de portuenses.
Porque el colegio tuvo varias sedes: desde la inicial, en la
Casa Ventoso (que después acogió el de los padres agustinos), hasta la final en
antigua edificación que acogió la sanidad/maternidad municipal, muy cerca de la
plaza de la Iglesia y hoy integrada en el CIP Tomás de Iriarte, pasando por la
vieja casona de los González, en la calle San Felipe (el actual Museo
Arqueológico Municipal), y el antiguo Instituto Laboral y después de Formación
Profesional, actualmente la Casa de la Juventud.
Luis Espinosa, miembro de una familia que brilla por el gen
de la docencia y que tanto aportó al desarrollo del colegio, desmenuzó los
orígenes y las primeras etapas, plagadas de dificultades de todo tipo. Agustín
Estrada Madán se esforzó lo suyo, los ‘padritos’ y las monjas de la Pureza
fueron muy sensibles en aquellos años veinte del pasado siglo, cuando en todo
el valle de La Orotava no había un centro de segunda enseñanza. Hasta que el
edil José Bercedo se trajo de Las Palmas de Gran Canaria a Manuel Zarzosa para
poner en marcha el colegio que se ubica, en principio, en la Casa Ventoso que
también albergaba el Ayuntamiento, con un alquiler de dos mil pesetas anuales.
El alcalde Isidoro Luz conocía bien a Agustín Espinosa y le pide, en
determinado momento, que se hiciera cargo del colegio.
El relato de Luis Espinosa se detiene en 1936, cuando la
guerra incivil colapsó seriamente la actividad del centro. Cándido Hernández
asumió tareas de dirección pero arrojó la toalla muy pronto: los profesores
fueron degradados y el ambiente no propiciaba preocupación por la enseñanza.
Durante varios años, no hubo colegio. Varios portuenses se movieron y se
esforzaron en su reapertura. Hay una etapa en la casona que hoy es sede del
Museo Arqueológico hasta que es trasladado a la actual Casa de la Juventud, en
la calle Pérez Zamora (entonces, una barranquera) frente al conocido Callejón
del Juego.
Según Espinosa, el comienzo de esta nueva etapa en la nueva
sede no fue feliz pues la Ley franquista prohibía los colegios mixtos. Con
habilidad, una redistribución horaria y un traslado de varones a La Orotava se
sortean las dificultades y se consolida el colegio, donde se preparaba el
examen de Ingreso (a bachillerato) que luego se hacía en el instituto de La
Laguna. Un bachillerato, por cierto, de siete años y que requería una reválida
antes de entrar en la Universidad.
Luego, la obligada mención a profesores que se erigieron en
auténticos baluartes del centro: José Flores, Minita Carmona (la enseñanza del
idioma, por si no lo sabían, variaba según el curso de la II Guerra Mundial),
Cándido Rodríguez, que impartía latín y griego, Carlos González, que tenía a su
cargo las matemáticas, como Guillermo Martínez, que había sido piloto de
aviación en el bando republicano, Aniceto Rodríguez, Matilde García Estrada,
Cándido Chávez, María Teresa García… Hubo dos alumnos que fueron rectores de la
universidad lagunera: Benito Rodríguez Ríos y Jesús Hernández Perera. Y más
alumnos destacados, luego profesores del centro: Telesforo Bravo, Manuel López,
Celestino Padrón Molina, Roger Montes de Oca, Luis Gálvez Monreal, Jesús Hernández
Martín…
Luis Espinosa destacó la sensibilidad de Cándido Chávez y
Carlota Savatry, que enseñaba francés, empeñados en un Patronato que sirviera
para garantizar la continuidad del colegio que tiene su sede, hasta el final de
sus días, allá por el curso 1975, en un ala de la antigua sanidad/maternidad
municipal.
Allí quedaron afanes, aprendizajes, juegos, travesuras,
amores y formación, mucha formación. Espinosa reveló que Rubéns López escribió
el “credo del colegio”, un testimonio que conserva para la futura edición y que
condensa, seguramente, el singular espíritu de un centro del que los
portuenses, especialmente quienes allí cursamos una época decisiva de nuestra
existencia, nos sentimos muy orgullosos.
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