“Me alegra que haga
usted esa pregunta”, es un latiguillo que habrán leído o escuchado ustedes en
innumerables ocasiones. Suele emplearla, como antecedente de la respuesta, todo
aquel que aguardaba la cuestión o la ansiaba, con el propósito de dar una
explicación o hacer un juicio de valor que le interesaba o anunciar alguna
medida relacionada con lo que se preguntaba. Tiene, por tanto, mucho de
oportunidad. Y a veces da sensación de espontaneidad, de inopinado, confiriendo
credibilidad a la situación.
Pero, otras veces, también de
oportunismo, como se comprobó días pasados en el palacio de La Moncloa, cuando
comparecía el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, junto al presidente del
Consejo de la Unión Europea, Herman van Rumpuy. El representante del diario ABC logró alterar -en connivencia con la
Secretaría de Estado de Comunicación- una práctica y un pacto entre periodistas
que duraba una década, colando una pregunta cuya respuesta era ¡la que Rajoy
tenía preparada! La situación tenía tanto de cantinflesca como el titular del
periódico al día siguiente: “Moncloa devuelve la libertad de prensa”. Inaudito.
Puede que
haya llegado la hora de entonar un réquiem por el periodismo en España. Se sabe
que la cosa anda mal, que la crisis galopa, que las empresas andan a la
desesperada, que los profesionales sufren...
Pero es
que el Gobierno ha querido dar la puntilla. Lo de menos es que algunos se
presten: allá ellos, pero que no vengan a dar lecciones después. Y es que será
el ejecutivo el que designe quiénes son los periodistas que podrán preguntar al
presidente. Como lo leen: eso, en la España del siglo XXI. Hace poco, apenas
diez días, desde el Gobierno se hinchaban -¡qué falsedad!- de hablar de valores
de pluralismo y libertades en ocasión del aniversario constitucional. Pero la
semana pasada la desfachatez ha llegado al límite de decir quién interroga y
quién no. Sin palabras. Con razón hubo periodistas que abandonaron la sala de
prensa del mismísimo Palacio de La Moncloa. Con razón ya hay medios que han
anunciado que no cubrirán más convocatorias, al menos mientras prevalezcan
estas circunstancias. Con razón yha se habla de la lista de Moncloa.
Mordaza,
límites, condiciones, teledirección, selectividad, sectarismo, restricciones, favoritismos...
O sea, todo menos valores periodísticos. En esto han convertido Rajoy y los
suyos la información en un país que parece condenado a sufrir todas las
tribulaciones. Seguro que al PP les parecen pocas todavía. Baste seguir al
ministro Montoro o a Hernando, que hace de viceportavoz parlamentario.
Bravatas, amenazas, descalificaciones, fatuidad, jactancia... Horrible:
esperábamos otra cosa del Partido Popular, simplemente algo más democrático.
Es un
asunto que da para más y el que insistiremos. Nos preguntamos qué pensarán en
Europa de estas prácticas. Y la indignación que despertarán en las
organizaciones profesionales. La Asociación de la Prensa de Madrid (APM) y la
Federación Española de Sindicatos de Periodistas (FESP) han expresado
públicamente su rechazo y su protesta ante “la falta de respeto a los derechos
constitucionales de libertad de información y de expresión”. Particularmente
grave es el caso de la presidenta de la APM, Carmen del Riego, quien hubo de
desmentir que estuviera asesorando a Moncloa en este asunto. Las injerencias
saltan a la vista: no hay precedentes en la democracia de comportamientos como
éste del ejecutivo que se da de bruces, claro, con todas las prédicas que viene
haciendo sobre la transparencia.
El
Gobierno está poniendo cierres, candados, dobles llaves y plasma al sagrado
ejercicio de informar. El PP se pone en evidencia cuando ignora que la
quintaesencia de la democracia es, precisamente, que los medios de comunicación
puedan contribuir a fiscalizar la acción del ejecutivo. Flaco favor hace al
sistema cuando actúa de la manera que lo hace desde que accedió al poder en las
vísperas navideñas de 2011. Probablemente, con Aznar no se atrevieron a tanto.
No quieren
preguntas, no quieren críticas, no quieren discrepancias, no quieren que la
ciudadanía sepa. Es que si lo cuentan, igual no se cree. Por eso es bueno
vivirlo. Que sigan así: se abonan a una penitencia histórica. Aunque se escuchen,
por ahora, notas de réquiem.
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