El informe del Consejo de
Estado era bastante explícito: el copago aplicable sobre ambulancias no
urgentes, que son las que utilizan habitualmente los enfermos de diálisis y
otros crónicos que acuden a centros para recibir los correspondientes
tratamientos; y sobre las prótesis como sillas de ruedas, bastones y otras, no
produce ahorro ni garantiza eficacia. Y lo que es más grave: resulta más
costoso todo el dispositivo para recaudarlo. Conclusión: el Gobierno se ha
visto obligado a renunciar a su aplicación.
El hecho refleja, ante todo, que la percepción de malestar
social no es ajena al ejecutivo. Confiado en la resignación de amplios sectores
ciudadanos y en el uso indiscriminado de la mayoría absolutista, el Gobierno de
Rajoy, sin importarle un ápice la ristra de incumplimientos y fraudes
electorales, ha venido desoyendo quejas y rechazos de amplios sectores de
población y, por supuesto, ha hecho caso omiso de enmiendas y planteamientos
realizados por los grupos de oposición. Sin ir más lejos, conocido el dictamen
del Consejo, el socialista pidió al presidente Rajoy que suprimiese todos los
copagos que ha impuesto en materia sanitaria, entre ellos, el hospitalario y
farmacéutico a los pensionistas.
Claro que, a estas alturas, y cuando los registros
demoscópicos empiezan a arrojar resultados inquietantes de expectativas, no le
importa rectificar al Gobierno en materias tan sensibles. Esa derecha
retractándose de sus propias medidas, después de haber desmantelado
prácticamente el Estado del bienestar: ahí es nada. Quizá las cosas llegaron
demasiado lejos y la situación se tornó insostenible, máxime con la sombra de
la justicia acechando el proceso privatizador de hospitales y centros en la
Comunidad de Madrid. Cuando han dado marcha atrás es por poderosas razones
electoralistas.
Y es que al visible rechazo de la ciudadanía, especialmente
de los segmentos directamente afectados por estas medidas, hay que sumar la
inquietud advertida en presidentes autonómicos y destacados dirigentes del PP
que, sin alcanzar grados de rebelión, es sinónimo de disgusto que, o se ataja
por la vía de la rectificación o se enquista en gobiernos y órganos decisorios
hasta producir efectos de deserción.
No gustan al ala más dura del electorado popular ni a la del
empresariado que respalda al Gobierno que éste dé marcha atrás en las medidas
adoptadas. Terminarán aceptándolo como un mal necesario a la espera de que ese
triunfalismo discursivo derivado de las mejoras advertidas en ciertos
indicadores económicos vaya calando y proporcionando márgenes más holgados. Ya
habrá tiempo de volver a subir.
Igual ocurrirá, un suponer, en las comunidades donde gobierna
el Partido Popular que se niegan, como en Castilla y León y Madrid, a
implementar el copago hospitalario, en vigor desde octubre pasado, y han
acudido a los tribunales. Castilla-La Mancha, con María de Dolores de Cospedal
al frente, viendo también las orejas al lobo, lo aplicará pero con una curiosa
fórmula consistente en no cobrarlo directamente a los ciudadanos.
En fin, un alivio inducido por la rectificación de quienes
habían dicho que la asistencia sanitaria poco menos que no se tocaba y que de
copago, nada. A lo peor, hasta presumen de haber producido un volumen de ahorro
a costa, ni más ni menos, que de la salud de los ciudadanos.
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