La conclusión es bien sencilla:
asegúrate con tres o cuatro fuentes antes de escribir lo que quieras plasmar,
lo que van leer al día siguiente, compruébalo por ti mismo, a ser posible, y no
correrás riesgos de errores o de desmentidos. Y así no tendrás que rectificar.
Parece
una obviedad aplastante pero no es tal. Entre la precipitación, el afán de
anticipo, la negligencia o la falta de profesionalidad resulta que a menudo
metemos la pata (ahora se dice la gamba, no se sabe muy bien si con propósito
atenuante), o sea, publicamos una falsedad, un hecho que no se produjo; o damos
por cierta una situación noticiosa que aún no se había consumado; o reciclamos
una información pasada sin precisar las circunstancias de fecha o de
consecuencias, o ponemos en boca de alguien una manifestación que en realidad había
sido hecha por otra persona.
Pero,
¿qué ocurre si el error se publica? ¿Qué hacer con una información falsa que ve
la luz, cuando el fallo ya es un hecho? Para quienes aprendimos en las
redacciones, estaba muy claro: no se publican falsedades. Como no se debe basar
una información en rumores, por mucha antesala de la noticia que éstos quieran
dar a entender. Es imprescindible asegurarse, hay que verificar.
Nos
dijeron entonces que The Times presumía
de no haber rectificado jamás a lo largo de su historia. Hasta que una buena
fecha publicó la noticia del fallecimiento de un miembro de la Cámara de los
Lores, la Cámara Alta del Parlamento del Reino Unido, cuando no se había
producido. Al día siguiente, comprobado que el hombre seguía vivo y coleando, y
para mantenerse fiel al principio de no rectificar jamás, publicó una
información titulada “Ayer volvió a la vida…, miembro de la Cámara de los
Lores”.
Este
ejemplo, según hemos contado en alguna ocasión, fue utilizado por la dirección
de Diario de Avisos cuando se nos ocurrió escribir la necrológica de un
repartidor del periódico, muy popular y apreciado. Hasta tres personas, en el
trayecto que mediaba entre la redacción y el domicilio, nos dijeron que había
fallecido. En principio, no había duda. Pero la extrema gravedad y una
intervención quirúrgica no culminaron en fatal desenlace, como alguien se
encargó de hacer circular. El personaje sobrevivió hasta a una caída de su
camilla. En la mañana de un festivo Jueves Santo, con el periódico circulando a
tope, no se hablaba de otra cosa en el pueblo. “Adiós, Esteban” fue el título
del obituario. En medio de la desazón y temiendo la bronca de la dirección, ésta
se despachó con un “Hola, Esteban” para tratar con amabilidad y la mejor manera
posible “la vuelta a la vida” del repartidor.
La
periodista y profesora peruana Esther Vargas, especializada en social media y máster en periodismo
digital en el Instituto Universitario de Posgrado, en España, ha subrayado la
importancia de pedir disculpas, dentro y fuera de las redes sociales. “La
audiencia que hoy nos sigue en las redes sociales –escribe- no es tonta y eso
es bueno para el periodismo y para los periodistas. La audiencia –que se
indigna a veces sin razón y a veces con mucha razón- es crítica con el mal
periodista pero creo que es mucho más severa con ese periodista que luego de
cometer un error mayúsculo, evita pedir disculpas”.
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