Hombre, no es que los
catorce mil afectados tuvieran obligación de asistir, ni
que todos estuvieran siquiera informados de la convocatoria, pero la dimensión
del problema exigía otra respuesta. Unas quinientas personas en el trayecto y
más, muchas más, en ventanas y balcones, y hasta turistas que se acercaban para
leer los rótulos escritos en inglés y alemán, fueron las que siguieron más
activamente o más de cerca la convocatoria de una manifestación hecha por la
Plataforma de afectados en reivindicación de una solución para los problemas
del suministro que padecen hace ya muchos meses: o no hay agua o la que hay es
de mala calidad, no potable, no apta para el consumo.
Esa es una de las lecturas que cabe hacer de la convocatoria, la
cual discurrió con absoluta y entera normalidad, con sensatez, sin actitudes
violentas ni provocadoras, con pancartas, lemas y consignas absolutamente
respetuosos, sin sesgos políticos. En eso pueden sentirse satisfechos los
convocantes: querían que el mayor número de personas expresara públicamente su
desacuerdo con la gestión de esta crisis del agua y su rechazo a la falta de
resultados prácticos. Querían desahogar su repulsa porque ya está bien de tener
que aguantar cómo se han ido pasando la pelota durante días ayuntamiento y
concesionaria y tener que abonar un gasto extra en agua embotellada (siempre
hay alguien que sale ganando en esta situaciones de angustia, dilación e
impotencia) que no ha sido compensado. Algunos llevaron garrafas o envases
vacíos o parcialmente llenos de agua turbia, casi chocolatada. Querían
solidaridad, incluso de quienes aún no se han visto damnificados. Y siguen
aguardando sensibilidad. Muchos días, demasiados, a la espera de una
normalización en el suministro.
Pero chocaron con la comodidad, la abulia, el desentendimiento y
hasta la cobardía de quienes hicieron demostración de que estamos en un pueblo
poco comprometido, al que ni siquiera moviliza un problema de esta naturaleza,
la prestación de un servicio básico. Que ya es decir. Lo venimos diciendo de
los portuenses: tanta indolencia, tanta pasividad, tanto pasotismo ante
importantes causas. ¡Ay, portuenses! Lo que fuimos, lo que tuvimos, lo que
hemos perdido. Y lo que duele verse apenas motivados por menesteres banales.
Claro que no deben alegrarse y mucho menos, cantar victoria,
aquellos que anhelaban el fracaso de la convocatoria. Que los había, seguro. Ni
el gobierno local debe sacar pecho, un suponer, pensando en que, pese a la
dimensión mediática cobrada por el asunto -algunos medios nacionales se
hicieron eco- y pese a la proyección pública, lo ocurrido es una especie de
aprobación a sus políticas, a sus medidas paliativas y a su modo de hacer las
cosas. Recordemos que, en las vísperas, el mismo alcalde declaró que si él
fuera vecino afectado, también se manifestaría. Ya puestos, esta afirmación
entrañaría una cierta contradicción: si la hizo pensando en acreditar
sensibilidad y sumarse a un posible éxito y prevenir, como para socializar las
ganancias, ya ven que va descaminado.
Y, en fin, otra lectura que puede hacerse es que la cobertura de
la convocatoria por los medios de comunicación invita a perseverar en la
búsqueda de soluciones. En alguna ocasión hemos definido su papel como
catalizador de afanes populares. Y este es uno de ellos, por lo que hay que
reconocer su papel y su atención en la diversidad de los tratamientos. Si vital
es el agua, este es un problema vital. Para resolverlo, a la vista de la
experiencia, su contribución es decisiva.
Y la solución aún está pendiente.
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