Le hubiera encantado disfrutar de la consecución del título
del Atlético de Madrid, el equipo de sus amores, pero unas pocas horas antes,
al mediodía del sábado, recibió cristiana sepultura en el portuense barrio de
San Antonio, Andrés Hernández García, biólogo marino, agente local sanitario y
practicante regular de varias disciplinas deportivas.
Su corazón
había enviado un par de avisos y al final no pudo resistir los embates de una
enfermedad que sobrellevó con entereza. Incluso, ya jubilado, mostró su
predisposición a continuar ayudando en aquellas cuestiones que requerían de
pruebas y análisis bioquímicos o precisaban de gestiones ante otros organismos.
La sanidad, en efecto, le apasionaba. Disfrutaba con su trabajo, vivía para él.
Su hermana, doctora en ejercicio, le aconsejó en múltiples ocasiones, sobre
todo después de los infartos, pero podía más su responsabilidad.
Andrés
Hernández García fue un celoso guardián sanitario, preocupado como el que más
por la situación higiénico-sanitaria del municipio. Defensor de valores
naturalistas y del cuidado medio ambiental a duras penas soportaba infracciones
o descuidos que se prolongaban más de la cuenta y de hecho ocasionaban un riesgo
para la sanidad pública. Fue él -y así se lo hizo saber a responsables
políticos y técnicos- quien advirtió de los peligros que para los acuíferos del
valle y las galerías subterráneas que surtían al Puerto de la Cruz derivaban de
la apertura de una gran superficie en el límite con La Orotava.
Se encargó
de la coordinación (obtención de datos, elaboración de tablas, estudios
comparados y tramitación) de los requisitos para acceder a distinciones como la
Bandera Azul, otorgada a varias playas del litoral portuense; y la Bandera
Verde, apta para reconocer la calidad de los servicios de recogida de residuos
sólidos y el mantenimiento de los recursos humanos y materiales. En una
ocasión, nos acompañó a Madrid, junto a José Expósito, concejal-delegado de Servicios,
para recoger el galardón que compartimos con los trabajadores. Su satisfacción
como portuense era innegable. Era lo que le preocupaba: que el Puerto
sobresaliera por cualidades como esa.
Atento,
servicial y observador. Lo suficientemente prudente como para no emitir un
juicio antes de tiempo o antes de haber verificado parámetros y analíticas.
Cuando la ciudad dormía, era frecuente verle revisando tareas de
abastecimiento, limpieza o extracción de alcantarillados y fosas sépticas.
Hasta en el cementerio se preocupaba de enterramientos o exhumaciones y
apertura de sepulcros. Sus jefes siempre tuvieron un alto concepto de su
responsabilidad profesional.
Otra faceta
en la que destacó: su condición de deportista. A los dieciocho años partió
hacia Inglaterra. Quería irse a estudiar y trabajar en un ‘camping’. En las
competiciones de amateur que disputaban los fines de semana, un entrenador
profesional se fijó en sus habilidades y le quiso incorporar a la primera
plantilla. Anecdóticamente, se produjo una primera gran transformación: hubo
que teñirle de rubio y ¡hasta cambiar de nombre! Para poder jugar y reconocerle
fácilmente, le terminaron llamando Andy Herga. Sus familiares conservan
recortes de prensa en los que se señala su militancia en el Chelsea, Bristol
Rovers, Brighton y un fugaz paso por el mismísimo Bayern Munich.
Pero
Hernández fue también ciclista y corredor de coches. Hizo natación y también
practicó saltos de trampolín. Estaba en posesión del cinturón negro de kárate,
disciplina que quiso enseñar gratuitamente cuando regresó del Reino Unido y se
asentó definitivamente en su ciudad natal, donde era muy apreciado. En el
parque San Francisco, lamentablemente no había suficientes colchonetas para
poder seguir con la iniciativa que completó con un libro de técnicas y
aprendizaje que nunca vio la luz.
Y la pesca,
su gran afición. Le gustaba la submarina pero la caña terminó siendo su gran
compañera. En la niñez, acompañaba a su padre Chencho (quien llegó a tener
altas responsabilidades en el cuerpo de la policía local) para traer el
sustento del día. En otra información periodística de un diario local, puede
leerse la captura, junto a su hermano Jesús, de un mero gigante de más cien
kilos en las proximidades del antiguo fondeadero de El Penitente.
Sus
habilidades para la carpintería y la electricidad las suplementaba con la
pintura artística a la que, según confesaba, le hubiera gustado dedicar más
tiempo. No obstante, en paredes de viviendas y otras superficies quedaron
pruebas de su facilidad para dibujar. Prefirió aplicar los conocimientos de
biología y oceanografía adquiridos en Cambridge. Obtuvo, a su regreso, la
titulación de agente sanitario y de laboratorio (analíticas de agua) y ejerció
las actividades derivadas como un oficio que quería inculcar a sus familiares
cercanos.
En el
departamento de sanidad municipal, desde luego, le echan de menos. Le
recordaremos como un portuense comprometido, deportista versátil y celoso y
probo profesional.
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