No parece que hayan
despertado especial entusiasmo las determinaciones contenidas en el ‘Plan de
medidas para el crecimiento, la competitividad y la eficiencia”, aprobado por
el Gobierno de Mariano Rajoy, necesitado, a la vista de que se agota el tiempo,
de mejorar la competitividad de la economía y los resultados de los sectores
productivos. Entre la sucesión monárquica y el fenómeno Podemos, el alcance de las medidas y las cifras que las sustancian
están pasando inadvertidas.
El ejecutivo pretende movilizar un volumen de casi doce mil
millones de euros, desglosados de la siguiente manera: seis mil trescientos, de
inversión directa; tres mil doscientos para financiación de pequeñas y medianas
empresas y mil doscientos destinados a garantías y avales del Instituto de
Crédito Oficial (ICO). No era curarse en salud pero, por si las moscas, la
vicepresidenta puntualizó tras el consejo de ministros que “el plan no
condiciona el cumplimiento de los objetivos de déficit porque no supondrá un
gasto adicional del Estado”, es decir, teóricamente se quiere optimizar los
recursos disponibles, o lo que es igual, de algún lado habrá que recortar. Y
eso, por ahora, es desconocido.
Se explica entonces el tono crítico con que los grupos
políticos y las centrales sindicales han acogido el aludido Plan. Convergen en
que las medidas son poco novedosas o que ya estaban anunciadas, además de que
llegan tarde y son insuficientes. Los índices de desempleo, que siguen siendo
muy altos, y los niveles de deuda pública, que superan los trescientos mil
millones de euros, condicionan los efectos que se persiguen por parte del
Gobierno: la inversión anunciada, aparentemente, resulta escasa para dinamizar
sectores productivos, necesitados, sin duda, de alguna inyección que les haga
afrontar, a corto y medio plazo, intentos de recuperación, diversificación o
expansión con elementos básicos de estabilidad.
Todo dependerá, pues, de la materialización práctica de
estas medidas para contrastar los avances hacia las metas de crecimiento y
mejora de la competitividad. Se verá entonces si, con las disposiciones que,
casi en paralelo, ha adoptado el Banco Central Europeo (BCE), más vale tarde
que nunca y que esa apariencia de maquillaje para salir del trance deja paso a
un escenario más realista y con creíbles y esperanzadores fundamentos de estar
saliendo de la depresión.
De espejismos está cansado el personal.
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