Todos los diagnósticos convergen en crisis, así que lo lógico
sería concentrarse en terapias o en cirugías extremas casi a vida o muerte, en
alternativas que vayan más allá de bálsamos y cataplasmas. En esta catarsis sin
fin que es el socialismo español de nuestros días, lo peor, a diferencia de
otras situaciones límite, es que hay un final impredecible, nadie sabe a dónde
va. Bueno, lo supo Alfredo Pérez Rubalcaba que acreditó su estatura política al
convocar un congreso extraordinario, culminando de esa forma la dirección más
complicada en la historia del partido. El lastre, si así lo asumían, ya no es
tal.
Que el desconcierto sea palpable
entre la militancia -cada vez más dada al flagelo- debe aceptarse pues como
consecuencia natural, al haberse acostumbrado a esquemas de funcionamiento que,
teóricamente, la Conferencia Política del pasado otoño debía renovar. Ahora, con
testimonios y tacticismos que obedecen a personalismos y desnaturalizan
legítimas aspiraciones de acceder a la dirección de la organización, flota la
duda de si sirvió para algo aquella convocatoria. Se buscaba un modelo, de
acuerdo, pero también había que dotarse ideológicamente porque la depresión y
las políticas conservadoras obligaban y obligan a respuestas que favorecieran,
cuando menos, otros horizontes. Si el proceso estaba en marcha -admitamos que
es lento y requiere tiempo- lo cierto es que se ha visto interrumpido o ha
sufrido el frenazo de unos resultados en las comicios europeos, a partir de los
cuales, teóricamente, según el verso serratiano, “solo cabe ir mejorando”.
Pero la buenaventura es harto
difícil, además de un auto de fe y esperanza. Enfrascados -y también
desconcertados- algunos dirigentes en pugnas intestinas, el PSOE se estanca.
Pero ese anquilosamiento, ¿se resuelve solo con otras caras? Las circunstancias
de desafección política no le favorecen pero habrá de intentar remontar la
situación: un partido centenario, que tiene en su historia episodios muy
delicados y que superó con responsabilidad y visión pragmática, ha de demostrar
ahora su madurez. No la tuvo, por cierto, para desmontar ese cliché prefabricado
y teledirigido que le iguala en modos y quehaceres al actual partido
gubernamental. Y ha de tenerla para afrontar un nuevo escenario político, aún
en fase embrionaria y con claroscuros pero ya apuntando giros sensibles.
De modo que harían bien en dedicar
esfuerzos en debates públicos a no airear tanto las interpretaciones, las
diferencias, los recelos y los ventajismos orgánicos. La gente espera
soluciones de los socialistas, no empujones ni atajos ni tesis para ver quiénes
inspiran y ejecutan sus políticas. Lo recomendaba en la SER días pasados,
Angels Barceló: no confundir abrir el partido a la sociedad con hacer partícipe
a ésta de los líos internos. La incertidumbre, todas esas incógnitas, duran ya
mucho y robustecen los desapegos y las deserciones cuando, en realidad, lo que
importan, por el bien de la democracia, de los avances sociales y del propio
partido, son otras cosas.
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