Sandra Rodríguez es consciente de que accede a la alcaldía
del Puerto de la Cruz en las condiciones más desfavorables. Parecía
predestinada para hacerlo (de facto, antes de fallecer Marcos Brito, acordaron
los términos de la sucesión) pero algunos hechos previos determinantes y las
circunstancias sobrevenidas en las vísperas y en los prolegómenos del pleno han
producido un más difícil todavía y han añadido buenas dosis de incertidumbre.
Con la felicitación, el deseo de suerte y aciertos. Las dificultades saltan a
la vista y se requiere destreza para superarlas.
Porque es
gobernar en tiempos de crisis, la institucional, la partidista, la económica,
la social y todas las que se quiera. Rodríguez afronta la papeleta al calor de
su experiencia, que no es poca; pero hay factores de mucho peso que tambalean
cualquier augurio de final feliz. Quedan seis meses de mandato y nada más que,
entre la recomposición del gobierno, el aprendizaje de los nuevos ediles, las
secuelas de la cuádruple dimisión (incluidas las del plano interno), los
apremios del día a día, los agobios financieros, las prisas para resolver, las
limitaciones de los recursos, las demandas de sectores sociales, la preparación
inminente del próximo proceso electoral y las asignaturas pendientes de la gestión
emprendida, queda poco margen para intentar lucir resultados.
La herencia
de Brito -y Sandra Rodríguez forma parte de ella- tiene aristas complicadas y
algunas de ellas son inextricables. Lo cierto es que el mandato, por varios
acontecimientos, ha dejado de tener la placidez con que avanzaba en medio de
insólitas agitaciones, algunas de ellas difícilmente tolerables. Sigue
sufriendo la ciudad y continúa el Ayuntamiento sometido a vaivenes de muy
variable definición y adjetivación. Es como si una extraña plaga estuviera
encargada de impedir una elemental aspiración de estabilidad para saber cuál
puede ser su futuro. La ciudadanía está escéptica, su desafección política es
más que evidente, no cree en nada y menos desde que las redes sociales son las
que han puesto remedio a no pocas situaciones de carencias, abandonos y falta
de mantenimiento. Promotores, inversores, actores socioculturales están muy
perdidos, no saben qué hacer: el Ayuntamiento inspira recelos. Desde el
exterior, el Puerto de la Cruz es contemplado como una auténtica caja de
Pandora de la que aún pueden salir muchas cosas indigeribles.
Un porvenir
sombrío, ciertamente.
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