La mayor desigualdad se corresponde con una menor cohesión
social. Es una de las apreciaciones más notables al cumplirse los tres años de
gobierno del Partido Popular. Se esfuerzan el ejecutivo y representantes del
propio partido en explicar que lo peor ya ha pasado, que la cosa remonta y que
no hagamos caso de esos discursos previsores de estancamiento o nuevas
recesiones, que para eso hay “raíces vigorosas”; pero lo cierto es que los
indicadores de mejora o recuperación en las coordenadas de la macroeconomía
están en su sitio, o sea, en donde interesan a quienes tiene que interesar sin
que penetren para bien en las tribulaciones de los más necesitados.
Si se toman
en cuenta la imposición de los copagos, los recortes en sanidad, educación y
dependencia y hasta la devaluación de las pensiones es sencillo colegir esa
cohesión social debilitada. La fractura social se hizo carne y habita entre los
españoles.
Que se lo
pregunten a los estudiantes, que han sufrido los recortes de doscientos diez
millones de euros en becas desde hace dos años. Que se lo digan a los científicos cuyos recursos
públicos para investigación se han visto reducidos en un 27% desde 2011. Que lo
contrasten los responsables de educación,
con un 20% de disminución de consignación presupuestaria o con niveles de
inversión en la materia similares a los de 2006.
Las
restricciones en la sanidad son otra prueba de la fractura. Con siete mil
doscientos millones de recortes en la sanidad pública y veintiocho mil
quinientos sanitarios menos, parece que la meta trazada es la del
desmantelamiento. Hay más datos aportados por la oposición socialista: la
cobertura sanitaria pública ha sido suprimida en unas ochocientas setenta y tres mil personas, sin
olvidar que también quedan fuera de ella quienes viajan al extranjero por un
período superior a los noventa días. Que a estas alturas, treinta y seis mil
personas carezcan de tarjeta sanitaria es significativo.
Los
desmontes en el ámbito de la atención a las personas dependientes se palpan en
la congelación de la Ley para nuevos beneficiarios, en la reducción de las
partidas presupuestarias específicas y en la disminución del importe de la
prestación para las personas con algún
derecho reconocido. Si mencionamos las casi ciento setenta y tres mil
personas dependientes en lista de espera, o la incertidumbre creada en las
modificaciones legislativas con los profesionales del sector, es para
asustarse.
Los
pensionistas, por otro lado, no solo han probado el acíbar de una reforma que
ha eliminado la revalorización conforme al Índice de un Precios al Consumo
(IPC), fijando un suelo de revalorización en el 0,25% sino que han tenido que
abonar un copago farmacéutico y la exclusión de determinados medicamentos.
En fin, en
términos generales, desigualdad evidente después de tres años de reformas conservadoras:
más empobrecidos y menos cohesionados. Aunque ello no se refleje en las
coordenadas y los porcentajes de la macroeconomía y los aplausos de los gobernantes
en sus cumbres terminen eclipsándolo.
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