Se acabó lo manuscrito. O se va
a acabar. Los finlandeses, al menos, lo tienen claro: en su sistema educativo,
ya no habrá aprendizaje de la escritura a mano caligráfica (no así la de
imprenta, qué curioso) que va a ser reemplazada, a partir del curso 2016-17,
por clases de mecanografía en el teclado QWERTY. En Norteamérica, tres cuartos
de lo mismo: los denominados estándares del Núcleo Común solo exigen a los
alumnos la legibilidad de sus textos hasta los siete años, por lo que los
profesores habrán de esmerarse para que aquéllos tecleen lo más rápido posible,
hasta el punto de que una de las responsables del Consejo Nacional de
Educación, Minna Harmanen, ha llegado a decir que “las habilidades de escritura
rápida son una importante competencia nacional”.
Seguro que muchos no se extrañarán. A fin de cuentas, cada
vez son menos las personas que escriben a mano, en tanto que los niños y
jóvenes almuerzan con sus dispositivos encima de la mesa y se intercomunican a
través de sus cada vez más sofisticadas tecnologías. Para bien o para mal, el
ordenador forma parte desde hace tiempo de la vida cotidiana en tanto que las
libretas o los cuadernos, las cuartillas o el folio batallan contra el desuso.
Cuando muchos jóvenes reconocen que son incapaces de escribir una carta, del
contenido que sea, y mucho menos, de remitirla, es que la tendencia claramente
se orienta hacia el dominio del teclado. O tecleas o quedas incomunicado.
Habrá quienes defiendan lo convencional, los apuntes, la
escritura manual de toda la vida, frente a quienes solo sabrán hacerlo a partir
del manejo de la herramienta. Es el choque de toda la vida, cada vez que se
produce una innovación de calado en el desarrollo del conocimiento o de las
técnicas aplicadas. Aunque algunos métodos se resistan a fenecer, los avances
pueden con todo y los sustituirán con un pragmatismo evidente.
Cuando los ordenadores sustituyeron a las máquinas de
escribir, asistimos a ese fenómeno. Tuvieron que adaptarse los profesionales,
incluso los más reacios. O te sumas o te pierdes y dedicas a otra cosa. El
problema era que a los de cierta edad les parecían las funciones (y su
neodenominación) ante la pantalla demasiado complejas. Creemos que en su
mayoría terminaron entendiendo que había que aprender o reciclarse para
integrarse.
Enrique Dans,
experto en nuevas tecnologías, escribe en su blog que “la preservación de la
escritura manual es poco menos que una reivindicación romántica”. Y el
periodista y profesor madrileño Héctor García Barnés afirma que hay buenas
razones para defender el aprendizaje de la tipografía: “De igual manera que
tener una caligrafía adecuada y una mano rápida eran vitales para tomar nota en
la universidad y hacernos entender, teclear rápido y sin errores será una
cualidad igual de imprescindible”.
Este mismo autor va a lo práctico a partir de los cambios
experimentados en las formas de gestionar la información. Asegura que la
escritura ya no es tan lineal como en el pasado, de modo que los jóvenes se han
acostumbrado a editar la información cambiando párrafos de orden o revisando
varias veces lo escrito, cosas que no se podrían hacer en un texto no digital.
“Las notas se toman de forma más rápida en un teclado que con un bolígrafo y en
un folio”, concluye Barnés.
Luego están los estudios científicos sobre influencias en
los comportamientos del niño o del joven, incluso desde el punto de vista
mental o neurológico, pero controversias sobre el particular aparte, todo da a
entender que la escritura manual tiene los días contados. En Finlandia y
Estados Unidos ya han tomado la delantera.
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