Da igual que las incógnitas se amontonen con vistas a las
próximas elecciones autonómicas y locales, que hay manías convertidas en
elementos fijos de conjetura política, cuando menos de hipótesis para
fundamentar algún vaticinio, fabricar determinados climas de opinión y
fortalecer deseos personales. Así ocurre en Canarias, donde desde hace meses
que hay empeños en producir un cambio de alianza política para alumbrar un
nuevo ejecutivo. Es indiferente: no se conocen los candidatos ni se debate
sobre las ofertas programáticas ni se valoran otros factores como pudiera ser
la irrupción de otras formaciones políticas en el Parlamento. El todo es ir
hablando de la próxima legislatura en esas coordenadas de posibilismo, con
abono mediático sin que importe mucho el respeto a las decisiones de los
órganos de dirección que habrán de adoptar quienes, llegado el momento, se vean
en ese trance.
Una manía,
de verdad, esa de conjeturar sin ni siquiera conocer los resultados. Se dirá
que es el poder por el poder, o que esos son los juegos en los que, si algo se
quiere, hay que participar empleando las que no son reglas escritas pero que
sirven para entrecruzar mensajes, confundir a los destinatarios o reconducir una
negociación. Hablarán entonces de coincidencias de programas, de coherencias
ideológicas, de compatibilidades, de alguna espina clavada y hasta de
renuncias. Un largo trecho queda aún que recorrer hasta entonces: ya llegará
otra lucha final.
Ahora, mientras
todos toman impulso para acelerar los respectivos procesos, lo que procede es
preguntarse por qué ese afán o ese interés particularizado de producir una
alternancia, cuando un somero balance de actuación permitiría hablar de un
período de estabilidad en la política canaria como muy pocas veces se ha
disfrutado en la historia política autonómica. Las partes han funcionado
razonablemente bien: se han comportado con lealtad, han sido consecuentes con
el documento suscrito en junio de 2011, han respetado los campos que decidieron
repartirse, han mantenido una posición firme y sólida frente a medidas del
Gobierno del Estado muy discutibles, han ido superando los sobresaltos y
algunas contradicciones sin escandaletes
mediáticos añadidos, el cruce de cargos tampoco ha representado serios
problemas ni se han destapado implicaciones de corrupción… Hasta el vacío que
significó la no continuidad, por distintas razones y casi al unísono, de
quienes ocupaban la cúpula gubernamental, fue un trance asumido con una inusual
normalidad política.
Por
supuesto, los logros y los avances en la materialización de los contenidos del
Pacto de gobernabilidad por Canarias topan con flancos críticos y hasta algunos
desencuentros, pero por primera vez en mucho tiempo da la impresión que en la
política canaria se ha trabajado conscientes de que los tiempos no están para
aventurerismos ni probaturas de conveniencia. En ese sentido, el ejecutivo ha
sido consciente de lo que estaba en juego, de lo insatisfecha que sigue estando
la ciudadanía canaria y de la repulsión que inspira la actividad política. Por
eso, que haya hecho gala de madurez, sin estridencias, es positivo. Podrán no
renovar el pacto pero difícilmente arrebatarán esas cualidades.
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