Jonás González
se metió en facebook y en la noche del domingo de Carnaval
anunciaba que no volvería a ser candidato a la alcaldía del Puerto de la Cruz,
es decir, seguía el mismo camino que pocas horas antes había marcado
públicamente Jaime Coello. Ambos parecían dispuestos a integrarse en una
Asamblea Ciudadana Portuense (ACP), que irrumpe en el controvertido escenario
de la política municipal, pero el asunto no cuajó. La próxima contienda
electoral, de muy incierta resolución, se librará sin ellos.
Jonás González, miembro de Izquierda
Unida Canaria (IUC), fue elegido concejal en los comicios de 2011. Residente en
Punta Brava, donde rescató el tradicional espíritu tesonero e inconformista que
caracterizó al barrio durante tantos años, desde el franquismo, ocupó el lugar
que la izquierda a la que representa siempre quiso tener en el municipio, a
poco que el socialismo flaqueara, como ocurriera en 1987 o en 1995. Es decir,
la alternativa y, en cierto modo, la lealtad ideológica. Mucha población joven
confió en él.
Y en solitario fue trabajando durante
el mandato que se agota desde los fríos de la oposición, con más voluntad
constructiva que ánimo fiscalizador. No es que careciera de éste, ni mucho
menos, pero en sus manifestaciones y apariciones en redes sociales se advertía
no solo la identificación con su pueblo sino las ganas de que la gente se
identificara o participara en las cosas que en él se hacían. O sea, que a Jonás
no importaba invitar públicamente a acontecimientos culturales o deportivos, a
actividades que se desarrollaban bajo la programación de distintas concejalías.
Era una manera muy clara de decir que, pese al gobierno al que criticaba, los
afanes del pueblo, de sus actores sociales y de sus invitados, estaban por
encima y había que respetarlos y compartirlos. Lo remataba con su presencia o
con su participación activa.
Era una manera elegante de hacer
oposición. Que no gustaba, claro, que molestaba incluso. Por eso le denostaron con
insolencias y hasta términos descalificatorios e intimidatorios por el
matonismo rampante. El edil, a su manera, entendió que podía seguir en su
basamento ideológico y en su trabajo al servicio de los demás sin arrugarse y
sin desviarse forzado por tales circunstancias.
Jonás González no estuvo solo en su
desempeño edilicio. Compañeros de estudios, amigos y allegados respaldaron su
quehacer, mientras él intentaba también fortalecer su debilitada organización
política. Pero “la imagen renovada del cabeza de lista”, ha dicho, le obligan a
reconsiderar su continuidad en la política, al menos como ha venido haciéndolo
hasta ahora. “No quiero otros cuatro años de máxima exigencia pública sin tener
tiempo para las esferas privadas”, ha valorado acertadamente.
Es su decisión personal y hay que
primarla. Como él ha sabido, con seriedad y dedicación, con virtudes y
defectos, ganarse el respeto de ciudadanos.
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