Se arrancó Carlos De la
Concha Bergillos por “tunerías”, rememorando viejos tiempos en los que echó un
poco de sal y pimienta bullanguero y divertido al proceso de formación
universitaria, para gozar con sana alegría de su acceso a la jubilación. Allí
estaban compañeros, amigos y quienes habían sido sus alumnos, muchos de ellos
hoy convertidos en técnicos de administración general, funcionarios, jefes de
servicio, auxiliares, laborales y subordinados que conocieron de su bonhomía y
de su seriedad. De él aprendieron, seguro, el sentido de la responsabilidad,
ese que se cultiva a lo largo de la trayectoria existencial y profesional para
resultar plenamente asumible cuando se tiene a alguien que enseña y que inculca
valores los cuales terminan identificando y cualificando a la persona misma.
Es lo que ha hecho el profesor De la Concha, el hombre
capaz de penetrar por todos los vericuetos del Derecho Administrativo y por
todos los pliegues de la Administración. A la canaria, por cierto, acaba de
realizar su última gran contribución como ha sido participar activamente en el
proceso de elaboración, en la pasada legislatura, de las leyes de municipios
canarios y de los cabildos insulares. Claro que antes, hace ya más de treinta
años, participó de forma destacada en el tránsito de instituciones insulares y
en la génesis de la administración autonómica. Desde entonces, ha seguido desde
dentro y desde cerca la evolución de ese mundo complejo a menudo y, a su pesar,
elevado a gigantismo burocrático y demandante -como un tópico enquistado desde
dentro y desde fuera- de la simplificación de procedimientos.
Carlos de la Concha, doctor en Derecho, profesor (ahora
emérito) de Administrativo en la universidad lagunera y miembro del Instituto
de Estudios Canarios, vivió con satisfacción y emoción la celebración de su
ingreso en las clases pasivas, puestos a respetar formalidades o a hacer un uso
apropiado del lenguaje, tanto que le gustaba, por cierto, para identificarse
con la semántica, la exactitud de los términos y los giros sintácticos
apropiados. Sin exageraciones, ha sido un virtuoso. Atrás quedaban oposiciones, informes,
dictámenes, clases, conferencias, publicaciones y tribunales, amén de ese
trabajo silencioso y eficiente en las largas jornadas laborales de despacho. En
esa sucesión de trances y deberes hay un sello personal que respetan sus
colegas, sus más próximos y quienes han ejercido o ejercen en otras
administraciones públicas.
Ha dicho adiós sin estridencias, como le gusta a quien ha
sido atento, observador, metódico y probo servidor público. La prudencia del
profesor De la Concha sería otra de las virtudes a ponderar en su personalidad.
Las circunstancias del destino quisieron que su último jefe, el consejero de
Presidencia, Justicia e Igualdad del Gobierno de Canarias, Francisco Hernández
Spínola, haya sido el mismo con quien éste se iniciara en su ya prolija
trayectoria profesional y política, allá en los albores de la autonomía. Le
despidió, recordando las leyes aprobadas por unanimidad, con palabras de
especial afecto y gratitud que condensaban el reconocimiento hacia quien supo
ganárselo con las debidas cualidades. Carlos De la Concha respondió con
sencillez y mesura, con la exactitud anteriormente destacada.
Después empezó a disfrutar de su jubilación y se arrancó
por “tunerías”.
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