Hay que irse
familiarizando con la letra y música de la denominada economía colaborativa
cuya filosofía se basa en compartir en vez de poseer y es el sustrato, según
los expertos, de una revolución abrazada a las nuevas tecnologías. Se trata de
un sistema cuyos fundamentos son intercambiar bienes y servicios a través de
plataformas electrónicas. Las cifras de productividad y beneficios empiezan a
ser mareantes, tal es así que, según los expertos, estamos ante una clara
respuesta a la desigualdad y la ineficiencia que se dan en el mundo.
Trueque de comida, alojamientos de viajeros, vehículos
compartidos, préstamos económicos, intercambio de ropa… es como si cualquier
actividad o cualquier sector productivo fueran susceptibles de ser procesados
por este sistema que ha hecho crujir los pilares del capitalismo salvaje y ha
merecido la atención de la Unión Europea (UE) que ya fijó posición al respecto:
“El consumo colaborativo representa la complementación ventajosa desde el punto
de vista innovador, económico y ecológico de la economía de la producción por
la economía del consumo. Además, supone una solución a la crisis económica y
financiera en la medida que posibilita el intercambio en casos de necesidad”,
dice un dictamen de iniciativa de la UE.
En el sector turístico deben estar muy atentos a la
evolución del fenómeno pues ya se habla hasta de un nuevo modelo de negocio
como consecuencia de la implantación de los soportes de la economía colaborativa
que hacen tambalear los cimientos de las empresas turísticas tradicionales. En
foros de expertos, como Pisa, han debatido la cuestión que deja muchas
incógnitas con vistas al futuro. Y es que, en efecto, los operadores que van
surgiendo en este ámbito -en España alguno ya ha causado rechazos y protestas- acumulan
su poderío fundamentado en tres ventajas: por un lado, constituyen firmas con
activos limitados (son propietarias de las plataformas de ventas pero no de los
recursos); por otro, traspasan responsabilidades legales a proveedores
particulares y, en tercer término, operan con costes muy bajos, lo cual abona
un cierto afán por reventar los precios del mercado.
Algunos antecedentes similares podemos encontrar en el
negocio del ‘time sharing’ (ocio o vivienda compartidos) que en algunos puntos
de Canarias llegó a causar verdaderos estragos hasta que los empresarios se
dieron cuenta del perjuicio que ocasionaba y se aquellas prácticas nocivas para
el sector servicios.
El impacto de la economía colaborativa es tan evidente en
algunos casos que las empresas turísticas convencionales flaquean o se sienten
ya en desventaja. Ya no es un aviso a navegantes sino un crecimiento palpable
de plataformas tecnológicas que comercializan bienes o servicios ofrecidos por
particulares y a tarifas o precios muy competitivos. En el informe de
expectativas para el presente año, la firma Deloitte
recoge testimonios de empresarios y expertos que señalan a este tipo de
economía como una amenaza para la industria turística y para la cuota de
mercado. Hasta un 50% de los encuestados así lo estima. No faltan, por
supuesto, los directivos que hablan de una “ampliación del mercado para que
todos salgamos ganando” o de “una oportunidad para innovar y diferenciarse”.
Sumarían el otro 50%.
Cuidado, en cualquier caso, porque hay que evitar la
tendencia a confundir economía colaborativa con economía sumergida, donde ya
saben, imperan la opacidad y el negro a la espera de pingües beneficios. Y
todas esas supuestas ventajas, si repercuten negativamente en empleo, fraudes
diversos e inseguridad para los consumidores, hay que esclarecerlas y
regularlas legalmente.
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