Cien días no es tiempo
para balances, todo lo más para advertir tendencias o valorar gestos. Es el
período que, de forma tácita, se suele establecer para contrastar los
planteamientos y la coherencia de quienes acceden al gobierno después de un
triunfo electoral o de una alianza política.
Es curioso (y hasta paradójico) el caso del Puerto de la
Cruz -primera vez que analizamos la realidad municipal después de las
elecciones de mayo- porque se arranca de algo inexistente o desconocido: se
ignoran los términos o, al menos, no hay documento firmado para saber siquiera
las intenciones de quienes se unieron (PP+CC) para impedir que gobernara el
partido ganador de los comicios (PSOE). Lo lógico es que los ciudadanos sepan
cómo van a ser gobernados, cuáles son las prioridades, cómo evolucionan las
cuentas públicas, qué modelo de desarrollo urbanístico, a qué destinarán los
recursos de todos, qué solución se dará a concesiones administrativas, cuáles
son las iniciativas en los barrios, qué fórmula seguirán para la prestación de
servicios, hasta dónde influirán en la gestión cotidiana agentes y grupos
ajenos, cuál es la solución para problemas como el de la ocupación de la vía
pública, qué suerte correrán la Universidad Popular o el Museo Arqueológico…
Habrán sido cien días intensos –calificación del propio alcalde, Lope Afonso-
pero dudosamente productivos en cuestiones básicas y apremiantes.
Se supone que estas materias, y algunas otras, deberían
haber formado parte de un proyecto o de un programa político que se estudia, se
debate y se racionaliza su viabilidad. No ha ocurrido, luego ya se parte de una
carencia sustantiva. Carencia que, a su vez, pone en solfa los principios de
transparencia y claridad tan pregonados antes de los comicios y tan exigidos no
solo por ley sino por voluntad popular que quiere saberlo prácticamente todo.
Así las cosas, es inevitable que los críticos interpreten que el pacto
-legítimo, sin duda- es una mera suma de intereses políticos y componentes
concebida para repartirse áreas y competencias, fijar retribuciones y poco más.
Luego brota otra contradicción. Y es que gobiernan -por
tanto son bastante más que cien días- los mismos que lo hicieron en el mandato
anterior (2011-15) y que habían ganado una moción de censura en octubre de
2009. La inexistencia de bases documentales para gobernar ya se produjo
entonces, lo que significa que ha transcurrido un tiempo razonable como para
haber dedicado tiempo a pensar en un programa de mínimos, plasmado en un
documento sometido al conocimiento de la corporación y la ciudadanía portuense.
No lo habrán considerado importante ni básico siquiera. Está claro que eso
vulnera fundamentos esenciales de la democracia y merma su calidad misma.
Entonces, careciendo de algo elemental es difícil evaluar y
ponderar más allá de las buenas intenciones y de la condescendencia que hay que
tener con quienes se estrenan en el ejercicio de las responsabilidades públicas
y van compensando la bisoñez y la inexperiencia con empeño y actividad
constante, haciendo caso -dicho sea de paso- a las inquietudes y demandas
ciudadanas reflejadas en las redes sociales.
Los primeros tres meses del mandato van dejando una impresión de más de
lo mismo, aunque no puede negarse que haya disminuido la crispación política -a
eso ha contribuido decisivamente también la oposición- y la sensación de que se
necesita algo más para superar la etapa de decadencia que afecta al destino
turístico.
Sigue habiendo actuaciones pendientes de impulsar y
materializar pero no se sabe qué quieren hacer. Los retrasos son muy perjudiciales para la imagen de la
ciudad. Menos mal que las relaciones
interinstitucionales parecen gozar de buen trato por las partes pero hay que
ser más sensibles con el funcionamiento del Consorcio de Rehabilitación. El oscurantismo
con las concesiones administrativas -alimentado por los recelos derivados de un
reparto competencial no muy meditado- es inaceptable.
El Puerto, en definitiva, anquilosado y como que necesitado
de un revulsivo para salir de tan desesperanzado trance. Así pasen otros cien
días.
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