Los registros del sector
turístico son difícilmente mejorables pero mantienen algunas sombras que hacen
dudar a los expertos. Esos récords de afluencia, tan destacados por algunos
políticos atribuyéndose méritos y aciertos promocionales, son, de alguna
manera, el problema mismo a la hora de ponderar la bonanza. El problema se
interpreta como la cantidad, en tanto que se hace patente el olvido del otro
gran concepto: la calidad. ¿Para qué nos vamos a entretener con cuestiones de
cualificación, si aquí lo que importa es llenar los aviones y los
establecimientos?, se habrán preguntado en más de un foro.
El catedrático de la
universidad de Huelva, Alfonso Vargas Sánchez, publicaba días pasados un
artículo muy crítico sobre el particular. “Seguimos anclados en el paradigma
del pasado -escribía-, con la sostenibilidad como un mero adjetivo, no como un
sustantivo. Los progresos son demasiado lentos para la exigencia de una
población que busca algo diferente. Hemos de construir un turismo más solidario
espacial y temporalmente”.
El profesor Vargas se escudaba
en la fórmula ‘todo incluido’ para probar la extensión del modelo orientado a
la captación masiva de clientes, sin importar otros factores. “Sin perjuicio de
que tiene su mercado, es palpable que resulta cuando menos socialmente
insostenible: ¿cómo puede ser socialmente sostenible un modelo en el cual los
clientes no salen del hotel?”, se preguntaba con tino.
Entonces, está muy bien el
incremento de visitantes, que repunte el gasto medio diario por visitante, la
rentabilidad… pero debemos detenernos a analizar las causas más allá de las
llegadas o estancias masivas. El principio ‘cuantos más, mejor’ no debe ser el
único con el que medir rentabilidades fehacientes. Está claro que un destino
turístico debe estar basado en un modelo que delimite con claridad
características y recursos. Y también las aspiraciones, consecuentes y bien
analizadas, de sus agentes sociales. Si no nos paramos a debatir con pragmatismo,
por ejemplo, las capacidades de carga de ese destino, difícilmente sabremos
cuáles son los horizontes y que vías
utilizamos para intentar alcanzarlos.
Vargas Sánchez es tajante al
respecto: “El turismo masivo es como el ‘yin’ y el ‘yang’, con sus efectos
positivos y negativos, aunque estos últimos tienden deliberadamente a dejarse
en un segundo plano: me pregunto por la satisfacción que puede generar en un
cliente tener que hacer cola hasta para encontrar un hueco donde poner
sombrilla y toalla playeras; que le cobren por estacionar su vehículo (si
puede); pagar más por todo a cambio de un peor servicio…”.
Ahora es tiempo de vacas gordas
y sin querer amargar la coyuntura, lo que sí hacemos es plantear la necesidad
de revisar aquellos esquemas que son supuestamente sólidos porque el negocio
sigue dando beneficios. Esquemas que tienen su fragilidad y sus fisuras y que
obligan a empresarios, ejecutivos y profesionales a procesar todos los factores
para evitar seguir incurriendo en los mismos errores y para contrastar que la
cantidad no es la panacea universal del ámbito turístico.
Con la cantidad solo, ya se ha
demostrado, se puede morir de éxito.
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