Llegamos
con toda la ilusión y todas las ganas del aprendiz. Se diría que la vocación
periodística encontró su vía natural. El deporte era el ámbito escogido, en el
que nos habíamos iniciado y en el que simultaneábamos el medio radiofónico.
Tuvimos el privilegio de asistir al parto de un periódico y conocer a fondo sus
entretelas, cumpliendo horarios y turnos, asimilando los métodos de producción ('pasando página', que
se gritaba entonces, para que toda la redacción se enterara), incrementando los
contactos, cuidando y cualificando las fuentes, adelantando material cuando era
posible... Demasiados gerundios como para que Leopoldo, a estas alturas, no lo
reproche.
Fue en la segunda mitad de la década de los
setenta del pasado siglo. ¡Cómo pasa el tiempo!, con permiso de Silvio
Rodríguez. El Tenerife, en Segunda división. El Náutico, encestando casi a la
desesperada en Anaga para sobrevivir. El Tres de Mayo, sembrando para dar un
salto. La lucha canaria, abriéndose paso a brazo partido con Eligio Hernández,
entonces juez, para estructurarse de una manera más sólida. El fútbol regional,
agotando las rivalidades antes de dar el salto a un grupo de Tercera división
(tremenda conquista). El boxeo, apagándose la llama de los gimnasios y en
crisis de figuras. Las federaciones deportivas y los organismos, languideciendo
a la espera de gente nueva y de estructuras más modernas. Los deportistas
individuales, paseando con resignación y generoso espíritu de superación sus
tribulaciones... Más gerundios, pero ese era, a grandes rasgos, el panorama de
la realidad deportiva de entonces, contemplado desde el puente de la
información que nos brindaba DIARIO DE AVISOS. Tan solo obtener un resultado de
un partido disputado en horario nocturno y que la competencia no insertaría al
día siguiente, era todo un estímulo. No digamos cuando lográbamos unas
declaraciones de un aspirante a un título mundial o disponíamos en solitario
del testimonio -nos lo currábamos: allí estábamos en Los Rodeos aquella mañana
de domingo- de una figura universal como Pelé.
El periódico se tomó en serio el deporte y
quiso tener una sección potente que
estuviera en consonancia con los avances y los cambios que se operaban en el
deporte español y en la información deportiva del país. Se quería un
tratamiento distinto, con crónicas y entrevistas ágiles que, sobre todo,
reflejasen la actualidad. Luego se sucedieron la atención a los deportes
minoritarios y géneros como el reportaje o la opinión en forma de comentarios y
columnas. Una red de corresponsales y colaboradores que engrosaba poco a poco
completaba las aspiraciones de una cobertura amplia y diferente. Fue un tiempo
exigente, desde luego, pero enriquecedor, en el que no faltó osadía para tratar
algunos asuntos, en el que contrastamos intereses, presiones, descontentos,
insatisfacciones, reveses y efímeras glorias, si se permite la expresión. De
todo eso, de las enseñanzas cotidianas y de los consejos y de las correcciones
que aportaban quienes más sabían y quienes atesoraban experiencia profesional,
nos imbuímos para curtirnos. Supimos lo que era asumir responsabilidades. Fue
una etapa memorable, en la que el periódico fraguó credibilidad y ganó
predicamento entre los seguidores del
deporte. Lo fácil es decir que excelentes compañeros tomaron el relevo
de quienes incursionaron en otros caminos pero es completamente cierto: el
espíritu de superación caracterizó su desempeño a medida que cambiaba la
realidad deportiva insular.
Vocación por lo
local
Una
nueva etapa arrancaba con la reinstauración de la democracia. El periódico
acreditaba su compromiso con la protección de las libertades y el pluralismo
político. Y ahí, desde principios de los ochenta, abogó por la potenciación de
lo local. Más información de los municipios, donde había que descubrir enormes
potencialidades. Las páginas de entonces, desde luego, contribuyeron a conocer
mejor la realidad local y hasta cómo eran o cómo se perfilaban los nuevos
munícipes, salidos de la convocatoria electoral de abril de 1979. Con sus
mayorías y sus alianzas, con sus proyectos, sus penurias, sus aspiraciones y
sus deudas. Casi todo por hacer, ciertamente.
Los responsables del periódico entonces
tuvieron claro que era necesario ocuparse de lo local. Y así fue moldeándose
esa vocación que se plasmó, por ejemplo, en la apertura de delegaciones desde
donde se aglutinaba la información y la publicidad que nutría los contenidos
del rotativo. El norte fue primero, en el Puerto de la Cruz, concretamente.
Otro alumbramiento: allí abrimos, en un pequeño y céntrico apartamento
alquilado, un espacio que conocieron muy bien políticos, empresarios,
sindicalistas y agentes sociales, no solo de la ciudad sino también del valle
orotavense y, por extensión, de otras localidades norteñas. Es de justicia
mencionar al gerente de entonces, Pepe Capón, quien al principio recelaba pero
luego terminó reconociendo el valor de contar con aquella reducida oficina en
la que el gran Enrique Serrano instaló un laboratorio fotográfico, mientras
Chicho Vázquez telefoneaba a los cuerpos policiales pidiendo datos de algún
suceso. Con el paso de los años, la delegación llegó a contar con siete
personas. Todo el mundo sabía que el diario tenía una sede en el Puerto que
evitaba llamadas o desplazamientos a la capital. Sobres con información,
anuncios, maquetas y fotos eran remitidos en guagua hasta Santa Cruz hasta que
los horarios lo permitían. Eran los tiempos en que se vendían en el valle hasta
quinientos ejemplares. Luego, ya con Gustavo Armas oficiando en la gerencia,
mejoraron las dotaciones tecnológicas y la conectividad propició elaborar hasta
cuatro y cinco páginas que llevaban el sello de la Delegación que figuraba,
además, en el 'staff' de la edición. Fue más fácil, por supuesto, informar
sobre los plenos que finalizaban a horas intempestivas, eventos deportivos
nocturnos o sucesos que requerían de búsqueda de datos.
En la delegación, por cierto, cuajó también,
en la segunda mitad de los ochenta, la edición alemana de DIARIO DE AVISOS, Wochenspiegel,
en la que la señora Lidner y Teresa von Luvetzow, junto a la eficaz
Ulrike, forjaron una leal clientela y elaboraron un producto pionero que fue
reconocido en otros lares y anticipó ediciones similares en otros idiomas.
Esa vocación por lo local subsiste, aunque
sea a duras penas, fruto de la crisis y de las transformaciones que ha sido
necesario afrontar. Cuando, ya en los noventa, dejamos aquella delegación, fue
imposible eludir un cierto aire de tristeza. Allí seguimos aprendiendo y empezamos
a desarrollar el género de opinión. Allí se guardaba una sustanciosa
experiencia periodística que consignó dar paso a otros compañeros que, con
mayor o peor fortuna, pero siempre con la mejor voluntad, forjaron estimables
lides periodísticas. Por allí desfilaron Mariano López Palacios, José Manuel
Martín, Leopoldo Ledesma, Lorenzo de Ara, Vincenzo Cherubino, Moisés Pérez,
María José Marichal, Agustín González, Fran Domínguez y Santiago Toste (Perdón
por alguna omisión).
Es satisfactorio comprobar, en cualquier
caso, que todo esto forma parte de la trayectoria de un periódico que cumple
ciento veinticinco años. La delegación, a su modo, dinamizó el periodismo y la
vida social y política de una ciudad y de una comarca en un momento clave de la
historia de Canarias. DIARIO DE AVISOS, aunque resulte un tópico, con su
vocación por lo local, fue un auténtico y avanzado fedatario de la actualidad.
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