La noticia del fallecimiento de
Juan Antonio Sánchez Henríquez (a quien todos conocíamos por Juan Quintana)
sacudió el desayuno del domingo. Es curioso, suele ocurrir: sabíamos de su enfermedad
(él tampoco la ocultaba en sus confesiones, siempre tan reflexivas) y de la
evolución del proceso; pero nos cuesta aceptar que va a llegar un final
inevitable, sobre todo para personas que entrañan la bonhomía de Juan. Cuando
se recibe la noticia, se produce en el interior algo más que un rasguño: es un
dolor desgarrado, que se extiende, sí, silenciosamente. Y con pena, con
profunda pena.
Desde el cumplimiento del servicio militar, a mediados de
los años setenta del pasado siglo, ya nos relacionábamos con quien encontraba
tiempo para todo: a sus deberes con el Ejército unía la dedicación a tareas
directivas en el San Luis, de Taco, el equipo de sus amores, junto al Club
Deportivo Tenerife. Juan, siempre discreto y sin afán de notoriedad, se sumó activamente
luego a la causa del cambio que impulsamos para el fútbol regional y sus
estructuras federativas. Siempre recordábamos ese episodio del “grupo de
Tacoronte”, un conjunto de directivos de equipos de todas las categorías que se
reunía habitualmente en esta localidad con el noble propósito de acabar con el
inmovilismo y otros vicios, así como de lograr que la importancia de ese fútbol
se correspondiera activamente con la dimensión social que entonces había
cobrado en el ámbito territorial.
Una tarde, víspera de un pleno federativo en el que habían
sido incluidas unas cuantas propuestas, Sánchez llegó con un mensaje lacónico,
entre resignación y entereza:
-¡A este grupo le van a dar más leña! Pero no hay que
rendirse ahora. Lo que se haga ahora será sembrar para el futuro…
Mucha razón le
asistía. Luego, hizo algo más que coquetear con el periodismo deportivo.
Escribía bien, tenía criterio. Y se hizo con un espacio propio en esta parcela
de la profesión que, entonces, a duras penas, se vertebraba con el fin de que
fuera reconocido el trabajo de tantas personas que se esmeraban en buscar
resultados, encontrar fotos y cubrir disciplinas minoritarias. Mediados los
ochenta, cuando ejercíamos en nuestra primera etapa municipal, nos reunimos
para traspasar formalmente los trastos de aquella extinta Unión de Periodistas
Deportivos de España (UPDE). La delegación provincial que presidíamos pasó a
ser ocupada, sin traumas de ningún tipo, por Juan Sánchez Henríquez y un equipo
de entusiastas profesionales que habría de fraguar el salto a la Asociación de
Prensa Deportiva de Tenerife (APDT) que se consolidó en pocos años con un sello
imborrable: la preparación y ejecución de la Gala de Elección de los Mejores
Deportistas tinerfeños, primero en el antiguo Casino Taoro y luego en otros
escenarios.
Fue también directivo del Club Deportivo Tenerife. Ejerció
como delegado del club en numerosos desplazamientos. Pero Sánchez ya sentía la
llamada para dedicarse de lleno al periodismo deportivo. Se incorporó a El Día, sin perder para nada la conexión
con su Jornada del alma. Y en sus
páginas se notaba el enfoque serio y riguroso que imprimía celosamente sin
renunciar al espíritu crítico que le caracterizaba. Vivió de cerca la época
dorada de la entidad, como un tinerfeño más, pero con un criterio profesional
por encima de todo.
Ni las redes sociales se le resistieron cuando, ya jubilado,
empezó a seguir los acontecimientos a cierta distancia. Dotado de cierta
ironía, lanzaba mensajes desde su muro y relataba episodios que no
necesariamente tenían relación con el deporte. Mantuvo la entereza, aún
consciente de su enfermedad. En ese sentido, fue admirable su capacidad para
sobrellevarla. No se apagaron ni su espíritu ni sus ganas. Hasta el último
momento, Quintana hizo gala de sus cualidades. Entre ellas, la lealtad y la
resistencia.
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