“Para ser buen periodista no
hace falta tener el colmillo retorcido, no hace falta ser mala persona o
egocéntrico”, dijo Javier del Pino, conductor del programa A vivir
que son dos días (Cadena SER), flamante Premio Ondas 2015 al Mejor programa
de radio hablada. Su pensamiento tiene que ser necesariamente compartido en
esta etapa difícil para la profesión, afectada por tantos males que terminan
condicionándola. Quienes desde hace años venimos abogando por la humildad como
virtud distintiva para un ejercicio equilibrado del periodismo y reprobando los
excesos de divismo como un mal que termina pasando factura y mermando la propia
credibilidad, la confesión de Javier del Pino es muy atinada. Y hasta oportuna,
después de aquellos episodios que criticamos en una entrada anterior tras los
sucesos de París.
Precisamente, quizás el radiofonista de la SER la plantee
consciente de que no se cumple, de que cada vez son más acentuados los
comportamientos profesionales inapropiados. Hay quien señala que el pecado
capital del periodista es la soberbia. Seguro que todos los que nos dedicamos a
este oficio lo hemos cometido en algunos momentos o en más de una ocasión. Bien
hallados los que han aprendido la experiencia, los que han asimilado consejos y
recomendaciones de los veteranos, los que han hecho autocrítica y han sabido
reconsiderar, porque eso curte la ética y la deontología, porque eso hace
crecer y ganar estatura profesional.
Hay que tener sentido de la autocrítica para distinguir los
desvíos, los incumplimientos, los sesgos y hasta la inveracidad. Como hay que
reconocer el error y rectificar cuando sea preciso, especialmente cuando se han
producido perjuicios probados a los destinatarios de una información o a los
aludidos en la misma. El respeto escrupuloso a la verdad y los principios de
ecuanimidad deben primar sin concesiones al egocentrismo y sin actuar con
maldad. La intransigencia y la terquedad son malas consejeras y alimentan
aquellos factores que, de prolongarse, están condenados a consolidar un mal
profesional, poco creíble y proclive al desprestigio.
Por seguir al pie de la letra el pensamiento de Del Pino,
debemos esforzarnos, entonces, en ser buenas personas para fortalecer la
condición de buen periodista. Hay que huir de las pequeñas y grandes miserias,
de la mezquindad, de las maldades, del protagonismo y del proceder antiético. En
la redacción, en los platós, ante los micrófonos o en el lugar de los hechos. El
compromiso ante los lectores, ante los oyentes y los telespectadores, se forja
con el respeto a los fundamentos básicos del ejercicio profesional, máxime
cuando éste, hoy en día, debe estar supeditado a un examen permanente en el que
cada artículo, cada intervención, si nos apuran: cada opinión, se convierte en
una exigencia de los consumidores de información o en una prueba interminable
de capacitación.
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