Arranca la legislatura.
“España cambia”, es el título del despliegue de una cadena radiofónica en las
Cortes y alrededores. No estamos muy seguros ni convencidos de ello. Algunas
opiniones convergen en el flanco optimista de la cosa: más grupos, más pluralismo,
nuevas caras, el Congreso epicentro, la necesidad de dialogar, transar y
pactar, menos imposiciones, otra cultura política… en fin. El tiempo dirá si en
esos surcos germinó esa otra semilla… o seguimos como sabemos, que ya se
encargarán algunos de establecer parangones. Lo peor, hasta ahora, es ese lado
ácrata, esa conducción autónoma, como que dan igual las normas, que ya llegamos
nosotros. Véase el particularismo catalán, que diría don Manuel Azaña. Ese lado
y la vertiente espectáculo, como si la política fuera una fiesta permanente,
una actividad lúdica en la que la seriedad pasó a mejor vida, y si no, ya se
sabe: quien no suba al tren, se queda sin viaje.
Se inicia un nuevo ciclo
político cuyo primer gran objetivo es evitar la convocatoria de nuevas
elecciones, el gran fracaso colectivo, como ya sido definido. Que tengan suerte
sus señorías, padres de la patria, representantes, en fin, de la soberanía
popular, esa que se ha expresado el pasado mes de diciembre de forma tan
peculiar hasta producir un mapa político que se ha empezado a configurar con
muchas incertidumbres.
En cualquier caso, hay para
entretenerse, desde luego. Pero no olvidemos que ahí fuera sigue habiendo
muchos problemas sociales, algunos de los cuales -pese a la fiebre consumista y
el repunte de la construcción- propenden a agravarse.
Ya veremos si hay cambio.
Buena suerte.
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