En el almacén de la
memoria ha quedado grabada la ovación que la Asamblea Nacional legislativa de
Venezuela, puesta en pie, dedicó a los
periodistas nacionales y extranjeros después de que el veterano diputado Omar
Barboza destacara enfáticamente su presencia en la institución al cabo de
legislaturas en las que padecieron de todo, exclusiones añadidas.
Los periodistas, seguro, no buscamos
aplausos. Pero nos hemos sentido identificados con ese gesto espontáneo de los
parlamentarios venezolanos, especialmente quienes han sufrido represalias y
frenos a su ejercicio allí donde les tocaba informar. La ovación era un
reconocimiento a su tenacidad y un estímulo a su actividad, justo cuando
empezaba una nueva era para el país hermano. Era una actitud positiva para
poner en valor el papel del periodismo en cualquier sistema de libertades y
para interpretar adecuadamente su función sin otra aspiración que la contenida
en el propio oficio: informar, denunciar, fiscalizar, impedir abusos,
transparentar la cosa pública y hasta sugerir alternativas en la defensa de los
intereses generales de la ciudadanía y en el propósito de garantizar derechos y
factores esenciales de la convivencia.
Los periodistas, los venezolanos y los de
todo el mundo, prefieren esos desafíos a los parabienes y los halagos fáciles.
Antes que la adulación oportunista, quieren trabajar con espíritu de
superación, con ganas de cualificar sus prestaciones y de adaptarse a los
adelantos tecnológicos. Quieren estar en los primeros vagones de las
innovaciones que circulan, incontenibles, en pos de un universo mediático
accesible y perfectible. Como es mucho lo que hay que hacer y como son
numerosos los obstáculos que hay que sortear, lo importante es lo que hicieron
muchos profesionales venezolanos: no arredrarse y defender el periodismo como
si fuera la trinchera a la que se refirió Mario Benedetti exaltando la
alegría. Ese periodismo ovacionado es el
que debe esmerarse y perseverar en los intrincados vericuetos de la política y
de todos los órdenes. Es el periodismo que se revaloriza con actos de dignidad
en el cumplimiento de su deber.
Con ese singular episodio, el periodismo
aplaudido en una cámara de representantes del pueblo, arrancó 2016, casi
concordando con la aparición de esta novena entrega del Anuario de la
Asociación de la Prensa de Tenerife, una obra que también pone a prueba la
capacidad creativa y de resistencia de quienes la promueven y elaboran,
empeñados, como siguen, en afrontar las incógnitas y los imponderables de una
profesión que, azotada por problemas de muy distinto signo, trata de encontrar alternativas
a la crisis y a la zozobra.
Coincide también con tiempos de
incertidumbre política en nuestro país tras los resultados de los comicios del
pasado 20-D y del sustantivo replanteamiento del desafío soberanista en
Catalunya. Y con fechas dolorosas para el gremio periodístico que se ha quedado
sin Juan Sánchez, Ricardo Acirón y Carlos Vílchez, miembros de número de la
Asociación, todos muy apreciados. Y con la entrega de una nueva edición del
premio que lleva el nombre del fundador de la misma, Patricio Estévanez, que
este año ha recaído, precisamente, en Ricardo Acirón.
Coincide, en fin, con la entrada en
funcionamiento de la nueva junta directiva de la entidad que afronta su trabajo
con ganas de ser útiles y de hacer cosas positivas que incentiven la autoestima
individual y colectiva, de modo que proyecten el quehacer profesional. Se trata
de un equipo intergeneracional y experimentado, dispuesto a entregar a la
Asociación sus iniciativas y su voluntad de trabajo con tal de fortalecer su
unidad y sus aspiraciones de contar con un colegio profesional de ámbito
autonómico. Hacia su creación nos encaminamos: es el primer gran objetivo, como
quedó de manifiesto en la primera aproximación hecha en presencia de la
presidenta de la FAPE, Elsa González. El itinerario para la creación del
colegio pasa por una tramitación parlamentaria que confiamos sea ágil y fluída.
Han de servir, igualmente, los antecedentes registrados en la legislatura
anterior, impulsados por nuestro antecesor, Juan Galarza Hernández, a quien
agradecemos, una vez más, los desvelos y el empeño puestos en fomentar durante
años nuestra vida asociativa que debe contar, está claro, con una interlocución
válida y operativa para ganar respeto y atender aspiraciones.
Por eso, el otro propósito importante
consiste en dotarnos de una sede más accesible, válida para distintos
menesteres, tal como sucede en otras provincias. Precisamente, se trata de
encontrar un emplazamiento alternativo si fructifica la gestión inmobiliaria
que ya está en marcha. Darle un uso público y generar desde este núcleo
dinámicas corporativas serían las dos principales vertientes de esa nueva sede.
Tal como hemos manifestado, a modo de
declaración de intenciones, queremos mantener relaciones pragmáticas y
cooperantes con la Universidad de La Laguna así como con otras asociaciones y
uniones profesionales. Son tantas las cosas que podemos transferir e
intercambiar… Ello redundaría en la potenciación de las opciones de formación y
reciclaje que también figuran en la agenda de trabajo. Como, igualmente,
mejorar las condiciones y las prestaciones internas de los asociados y futuro
colegiados.
En fin, un largo camino que recorrer en
el que todos podemos aportar y ayudar. Dependerán de todos los avances y los
sinsabores. Las metas no se regalan, se conquistan. Eso conlleva
predisposición, esfuerzo y convicción, sobre todo cuando se sabe que en el
bosque de las adversidades siguen creciendo especies arriesgadas o invasoras
que, en el fondo, hacen aún más apasionante el oficio.
Un oficio que animamos a ejercer con
responsabilidad, profesionalidad y sentido de la mesura.
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