¿Consejero o ministro? Da igual, esas dudas semánticas, tan
abundantes, en la controversia nacional, para unos son secundarias y para otros
ni existen. Todo se andará.
El caso es que Raúl Romeva, ¿consejero o ministro? de Asuntos
Exteriores, Relaciones Institucionales y Transparencia de la Generalitat de
Catalunya, se presenta, vía episotolar, ante el presidente del Parlamento
Europeo (PE), solicitándole su apoyo
“para afrontar los formidables desafíos y las tareas” que les “han encomendado
democráticamente los ciudadanos”.
Una perla más. Como las ironías con que despacha el
presidente de la Generalitat el comportamiento del Tribunal Constitucional.
Tremendo: mientras el vaivén de las negociaciones para formar gobierno en
España sigue su curso, los catalanes aprovechan no para meter presión sino para
avanzar en sus pretensiones. Si no hacen caso al Constitucional, se dirá, esto
ya es imparable.
Claro que el Gobierno de España está en funciones, de
acuerdo; pero el Estado de derecho, mientras no se modifique la Constitución,
es inamovible. ¿Entonces? Una pregunta es inevitable: ¿Se pueden saltar a la
torera tan alegremente el Estado de derecho?
Es una carrera sin freno y sin control. El “particularismo
catalán”, definió don Manuel Azaña ya desde el exilio. Esta vez, con Romeva,
unos metros -¿o serán kilómetros?- más: “Es la primera vez que el Gobierno de
Catalunya concede el rango de ministerio al departamento encargado del área de
Asuntos Exteriores” Y continúa explicando el ¿consejero o ministro?: “Esto
destaca la importancia que nuestro Gobierno da al diálogo y al intercambio con
nuestros socios internacionales, y de forma notable a los europeos, en todos
los asuntos, incluyendo los relacionados con el futuro político de nuestro país
y nuestro compromiso constructivo dentro de la UE”. Inefable.
Un territorio que decide tomar el camino de la soberanía
queda al margen de la Unión Europea. Vendría luego la solicitud de admisión y
tal y tal pero, mientras tanto, ¿el coste de ese proceso?
Horas difíciles para todos. Para un país, que espera salir de
la incertidumbre pactista y disponer de gobierno para que la espada de Damocles
de nuevas elecciones no termine bajando. Para un pueblo que cada vez entiende
menos todo lo que está pasando y las decisiones unilaterales. Y para los
resortes de un Estado de derecho que resisten como pueden.
Un viejo amigo solía repetir la pregunta. ¿Cómo terminará
todo esto?
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