El panorama periodístico del
país se vio sacudido por la publicación de los mensajes entrecruzados de los
reyes de España y el empresario Javier López Madrid, beneficiario de una de las
tarjetas ‘black’ de CajaMadrid, sustrato de uno de los principales escándalos
de corrupción a los que hemos asistido en los agitados últimos tiempos.
Publicarlos o no, esa es la cuestión. Es materia delicada,
una decisión siempre controvertida, hasta el punto de que el ministro de
Justicia, Rafael Catalá Polo, anunciara una investigación. Cierto que el
derecho a la intimidad y a la protección de las comunicaciones hay que
protegerlo. Pero la presidenta de la Federación de Asociaciones de la Prensa de
España (FAPE), Elsa González, fue terminante al respecto: “El derecho a la
información del ciudadano ampara, periodísticamente, la publicación de estos
mensajes”. Se basa en que cualquier actividad de los monarcas “constituye una
información de interés público, compatible con el derecho a la intimidad y el
secreto de las comunicaciones”. En su opinión, el periodismo actúa como
“intermediario”. En consecuencia, González da un paso más: “Si alguien es
perseguible, es quien revela el contenido de esa comunicación privada como son
los sms”.
¿Cómo obtuvieron las pruebas de la comunicación, quién
filtró, qué buscan o qué persiguen?, serán interrogantes con una vertiente de
interés en el debate pero importan menos una vez publicados los contenidos. Si
la presidenta de los periodistas españoles defendió este criterio, sus
razonamientos son aún más respetables al comprobarse que la información,
sustanciada en sumarios judiciales, estaba ya liberada del secreto amparado en
los primeros trámites. Para colmo, la prensa generalista guardó silencio,
esquivó el tratamiento y miró hacia frentes más facilones, el cisma interno del
partido Podemos, por ejemplo.
Tal actitud, en medio del debate, es lo
que ha impulsado a la periodista Rosa María Artal a escribir que “estamos
asistiendo al derrumbe de la credibilidad de la prensa tradicional en España”.
Y asimilando parte del lenguaje coloquial o intimista de uno de los mensajes
enviados, habla Artal de la “Compi-Prensa”, que, en su opinión, marca la agenda
mientras “se hunde en ventas de papel y
crece en ellas a través de las pantallas”.
A propósito de ese lenguaje, en una
comparecencia radiofónica dijimos que aún siendo muy fácil hablar a toro
pasado, la reina nunca debió expresar esos términos pues eran frases impropias,
por mucha confianza que hubiera con la persona destinataria. Cierto que jamás
pensó que sus mensajes algún día verían la luz pero algunas experiencias
debieron hacerle obrar con más cautela. Lo peor es que, trascendido
públicamente ese ‘nivel’, queda una impresión bastante pobretona: la reina
también emplea tacos y descalificaciones reprobables. Aún en francés. El daño a
la institución -que iba remontando bien, todo sea dicho- ya está hecho.
Viendo y leyendo todas estas cosas, “menos
mal que aún queda el periodismo”, como dice Rosa María Artal. Aunque los
propios colegas lo silencien.
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