En la incesante marea demoscópica de estas fechas, hay un
dato sobresaliente extraído de de la encuesta poselectoral del Centro de
Investigaciones Sociológicas (CIS): cuatro de cada diez ciudadanos decidieron
su voto en el curso de la campaña electoral del pasado mes de diciembre, esto
es, un 36% de los electores. Atención porque se trata de un porcentaje
significativo que rompe algunos esquemas. Seguro que en los estados mayores de
los partidos habrán tomado buena nota por lo que el dato incida en estrategias.
Mucho más, cuando la entrega de los resultados del CIS precisa que un 17,6% de
los votantes decidió su sufragio durante la segunda semana de campaña y hasta
un 9.3% lo hizo el mismo día de la jornada electoral. Muy atentos…
O sea, los
muchos que creían que la campaña no servía para nada, todo lo más, afirmaban
que era ínfimo el porcentaje de personas que tomaban su decisión durante esas
ajetreadas fechas, ya pueden ir modificando esa estimación, casi convertida en
un tópico del tráfago electoral. Ya sea porque los anteriores comicios tenían
la particularidad de formaciones políticas que abrieron expectativas ya porque
se había enquistado un cierto afán para liquidar el predominio bipartidista ya
porque la idea de confrontar lo viejo/lo de siempre con lo nuevo/lo que está
por venir, lo cierto es que tales circunstancias sembraron el dilema entre los
votantes. Tanto hablar de los indecisos -un segmento al que se presta poca
atención en la analítica preelectoral- y resulta que esta vez alimentaron las
dudas.
Interpretando
al pie de la letra los datos del CIS, poco menos habrá que dar un giro a la
campaña. Hace falta imaginación y no sobra tiempo para estrujarla y aplicarla.
Pero bueno, ya se ve que los antiguos soportes de cartelería, mítines, cuñas
radiofónicas como sonsonetes monocordes y espectáculos -a la americana,
llegaron a decir- sirven lo justo. O no. Pero que es preciso llevar a cabo
acciones eficaces y concentrarse en debates y manifestaciones que realmente
sean un mensaje y hasta un reclamo llamativo para los votantes, indispensable.
Los candidatos, desde luego, tendrán que esmerarse en sus apariciones públicas,
en sus gestos y en la empatía que transmitan a la ciudadanía, a sabiendas de
que, tras la gobernabilidad frustrada, hay un alto grado de desmotivación que
todos estamos obligados a reducir.
Y los
partidos habrán de replantearse aquellas acciones que rescaten al indeciso y al
que había en el marasmo político. Más que nunca es importante lo de un discurso
persuasivo, lo de una oferta programática potente y lo de una puesta en escena
-en todos los sentidos- llamativa y creíble. Que lo tengan presente porque la
campaña es más decisoria de lo que se creía.
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