Andaban muy contentos días
pasados en el gobierno local del Puerto de la Cruz con el acabado de un
remozamiento en una curva de la variante de la carretera del Este, contigua a
la ampliación -eterna ampliación- del Jardín de Aclimatación de La Orotava,
popularmente conocido por Jardín Botánico. De acuerdo en que anda necesitado de
ofrecer algo que proyecte de alguna manera la gestión, mas la obra -aunque haya
sido ejecutada por el Cabildo Insular- no tiene mayor entidad que la de ver
mejorado un entorno que llevaba abandonado muchos años, es verdad, y ahora luce
un aspecto más decente.
Pero desde
el distribuidor de la autovía, próximo al reactivado empaquetado, la visión del
espacio ampliado es desoladora. Lo hemos dicho en reiteradas ocasiones: quienes
circulan a diario -hablamos de una de las carreteras más transitadas de la
isla- ya se han familiarizado: es una prolongada estampa de desidia, acentuada
por los muros de piedra exteriores, ya concluidos. Turistas que hayan repetido
visita durante los últimos años, impresión negativa que habrán almacenado.
Ciudadanos que pasan, ven, mueven la cabeza o se preguntan qué pasa con esto o
cuándo lo terminarán, descontento y crítica servida en bandeja. Escombros
amontonados, muros inconclusos, desechos entremezclados, maleza, residuos…
Porque es
demasiado tiempo, en efecto, el de las obras inacabadas de ampliación del
Botánico, el segundo en antigüedad de toda España cuyos orígenes hay que situar
en el reinado de Carlos III. El Jardín es resultante de las actividades
desarrolladas durante la Ilustración o el Siglo de las luces. En un
interesantísimo trabajo, el que fuera jefe de la Unidad de Botánica del
recinto, Arnoldo Santos Guerra, revela que la Real Orden para el
establecimiento fue firmada en el palacio de La Granja (Segovia), fruto de las
gestiones hechas por Alonso de Nava y Grimón, apoyadas por el ministro de
Justicia, Porlier Sopranis. Al fallecimiento de Carlos III, la memoria y los
planos de que se disponía fueron remitidos por Nava a la Corte para el
emplazamiento definitivo y la construcción del Jardín, hasta que fueron
aprobados por el sucesor, el Rey Carlos IV.
En la historia más reciente hay que consignar el uso deportivo transitorio, la
utilización como helisuperficie, la preservación en los respectivos
planeamientos de los terrenos para la concreta finalidad de ampliación y la
realización discontinua del proyecto mediante consignaciones plurianuales en
los Presupuestos Generales de la Comunidad Autónoma y de otras instituciones
públicas. Pero tal realización ha quedado incompleta. Ya es hora de un empujón:
que alguien con capacidad de gestión se ocupe de este asunto con tal de desbloquear
las obras paralizadas que consistirían en la dotación de vegetación a la zona
circundante al área de agua y en la habilitación de la conexión de acceso desde
el recinto original. Quedan también los equipamientos del centro de visitantes
y de los servicios interiores complementarios para los que se ha pensado en una
gestión externa.
Ojalá fructifiquen los propósitos. Se trata de no extender la estampa de
parálisis y abandono y de una asombrosa resignación derivada- tan visible desde
la autovía hasta lograr que algún día sea recurso científico-turístico de
primer nivel.
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