Esta noche verán algunos edificios y sedes institucionales
iluminados con azul turquesa, el color de las lenguas de signos, la expresión
de una modalidad cada vez más implantada para garantizar la integración y el
ejercicio de los derechos, deberes y libertades de las personas sordas y
sordociegas. Antes, a lo largo de todo el día, se habrán sucedido actos en
foros y sedes durante los que se haya puesto de relieve que tales lenguas son
el resultado de un proceso de mutua interacción entre biología y cultura en el
ser humano, a la vez que constituyen un gran exponente de su capacidad creativa
y de adaptación.
Algunos rasgos de los intérpretes de la lengua de signos son
inconfundibles: su vestimenta negra, por ejemplo; sus relevos naturales en los
laterales de escenarios o estrados; su aparición en ventanas menores de
pantallas televisivas; sus manos agitándose hacia el cielo como sinónimo de
aplausos.
Hoy, en la conmemoración del Día Nacional de las Lenguas de
Signos Españolas, su mensaje es muy claro: situar tales lenguas en condiciones de igualdad en todas las
esferas de la vida educativa, social, cultural, política y económica de la
comunidad en la que se desenvuelven. Reivindican medidas que garanticen la
protección de las lenguas, después del rango legal que ya han alcanzado.
Pero no basta con la Ley, como repiten. Es necesario
identificarse, mediante traducción efectiva de acciones, para facilitar la
plena integración de estas personas con discapacidad auditiva en la sociedad de
nuestros días. Algunas instituciones están dando una respuesta estimable pero
hay que profundizar, hay que perseverar para hacer efectivos los principios de
solidaridad en la comunicación. Si se defiende la inclusión y la diversidad,
hay que ser consecuentes para corresponder a ese grado de superación humana e
integradora que ya han acreditado las asociaciones que agrupan a estas personas
que, silenciosa pero muy gráficamente, están dando una auténtica lección.
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